Agradezco la rosa. Agradezco la espina


Hace justo un año cargaba mi pequeño coche con Lago, algunos libros y una modesta mochila en la que cabía poco más que unas desgastadas botas de montaña y mi ordenador.

Supe que ese día comenzaría una de las muchas vidas que tienen cabida en La Vida, un capítulo que estaría colmado de libertad y aventura, pero también de mucho sufrimiento y desubicación, tanto para mí como para los míos.

Me dirigí al norte de España; quizá porque interiormente sentí haberlo perdido, quizá porque sentí haberme perdido en mí misma. Se apoderó de mí el llamado de bucear y navegar hacia lo desconocido, de desapegarme de todo lo que hasta aquel momento había representado una falsa seguridad pero una comodidad real en mi día día.

Hoy escribo estas líneas en el bosque lucense, desde una acogedora cabaña construida por las propias manos de mi compañero de Camino. Hoy sé, gracias a la perspectiva que otorga el paso del tiempo, qué sentido tuvo aquel «carretera y manta» poco propio de mí y que me condujo hasta el lugar y la situación en la que me hallo.

🌱 Honro el Amor, la Unión y el Hogar que hemos creado y que juntos continuamos creando, del que nos siento profundamente merecedores.

🌱 Honro nuestra Familia, nuestro vínculo y nuestra manera de compartir-nos.

🌱 Honro esa vida que no pudo encarnar con nosotros y cuya pérdida hemos afrontado desde la comprensión, la rendición y la más absoluta esperanza.

Soy consciente de que dar por hecho es uno de los grandes errores de nuestro tiempo, y por ello me arrodillo humildemente ante todo lo experimentado en este último ciclo de Muerte-Renacimiento.

Agradezco la rosa. Agradezco la espina.

Se aproxima Beltane, y con ella el nuevo año astrológico. El cambio es inminente e inevitable, lo único que permanece en la ciclicidad de la naturaleza. Lo acojo y abrazo, para surfear la incertidumbre que de un tiempo a esta parte parece reinar en nuestros días, para concederme tiempo-espacio en la gestión del misterio que es vivir.

Hace justo un año cargaba mi pequeño coche con Lago, algunos libros y una modesta mochila en la que cabía poco más que unas desgastadas botas de montaña y mi ordenador.

(Escrito de Alexandra)

Una vida sin amor habría sido desastrosa


© @djeffact

«Si me preguntan qué es el éxito, respondería que viví, amé y respeté y fui respetado por los otros a los que amé y respeté. El éxito de una vida completa es el éxito en las relaciones humanas. Una vida sin amor habría sido desastrosa». Tzvetan Todorov

Si somos sinceros, al final del camino uno siempre hace balance sobre las cosas esenciales de nuestra vida. Muchos pensarán que acumular objetos, dinero o bienes de cualquier tipo pudo ser algo exitoso. Al final de nuestros días nos damos cuenta de que el cementerio o el crematorio no opinan lo mismo. Nada de lo atesorado podrá acompañarnos allá donde vayamos, sea la vacuidad, el hado o la reminiscencia álmica. Así que existe una ridícula fórmula, propia de los tiempos materialistas en los que vivimos, donde se equipara el éxito al tener, al poseer o, en definitiva, a la avaricia del logro y la ostentación.

Muchas tradiciones nos invitan a vivir una vida sencilla. No por una ridícula humildad o una necesidad ecologista de ayudar al planeta a su supervivencia. Tiene que ver más bien con una aproximación a nosotros mismos, a nuestra esencia, sin el ruido que conlleva el estar pendientes de las diez mil cosas que nos juzgarán al final de nuestros días con grotesca conclusión. Tampoco hay que asociar una vida sencilla a una vida pobre. El bienestar no está reñido con la sencillez. Uno puede ser sencillo en un palacio o en un monasterio humilde. La sencillez no trata de desenmascarar nuestra complejidad humana o nuestro afán por entender el mundo, ya sea filosóficamente, o materialmente, o metafísicamente. La sencillez va más allá, y tiene que ver con lo más misterioso de nuestro origen humano: el amor.

El verdadero éxito humano es amar y ser amado. Respetar y ser respetado. Encontrar ese lugar donde uno se cobije seguro de sí mismo, porque nosotros siempre vamos a ser nuestro peor enemigo, como nos recuerdan tras el espejo todos los rituales iniciáticos. Por eso amarnos y amar al otro es la metempsicosis que nos llevaremos al otro lado. Reencarnaremos una y otra vez en el amor que hayamos podido dar, ese será nuestro único éxito y balance si es que sobrevivimos al hado.

Solo el amor puede tocarnos en medio del corazón, trastornar y transformar lo más profundo de nosotros mismos. El amar y ser amados es la fórmula celeste para que los mundos se habiten, para que el cosmos se expanda, para que la línea divisoria entre la vida y la muerte tenga algún tipo de sentido, para que la existencia humana tenga valor.

La vida despierta siempre en nosotros una emotividad y un halo poético. No siempre somos conscientes de este hecho, pero siempre hay algo o alguien que nos despierta un sentimiento de recogimiento y gozo. Y el amor, aunque no entendamos muy bien toda su profundidad y envergadura, es lo más exitoso que tenemos al final de cualquier jornada, al final de cualquier existencia. Por ello, no perdamos nunca el tiempo en cosas banales, y centremos toda nuestra capacidad y atención en lo que verdaderamente importa. Amemos y seamos amados. Es lo único que podremos llevarnos al otro lado. Es lo único que merece la pena.

No se equivoca el que cae…


«No se equivoca el ave que ensayando el primer vuelo cae al suelo, se equivoca aquel que por temor a equivocarse renuncia a volar por la seguridad del nido.»
Rabindranath Tagore

Luna llena en Aries con Venus como regente. Inolvidable. Es cierto que caímos en algunos vuelos, pero nos atrevimos a alzar las alas y volar alto. El resultado fue hermoso e inolvidable, y por lo tanto, digno de recordar por mucho tiempo. No hubo miedo, solo detalle, gestos, y todo aquello que hace que toda parte del camino sea única e irrepetible. Un despliegue de amor donde lo bueno se hizo mejor.

No se equivocó el ave, aquella ave que impulsada por su instinto sigue el ímpetu del deseo, de la atracción hacia el vacío perenne que subyace en toda provocación espacial. Ese hilo inmortal que nos empuja a seguir los caminos que llevamos dentro de nosotros. Todo aquello que parece escrito en algún libro misterioso, de tapas muy duras decoradas con dorados amuletos, como si fuera un precioso grimorio cargado de sabiduría esotérica sobre los secretos más ocultos del universo entero.

El destino es invocador, la llamada es inexorable. Nos reúne a unos y a otros para festejar lo incomprensible en aquel círculo no se pasa. Cuando rechazamos la llamada nos puede ocurrir como a la ninfa Dafne, podemos convertirnos en un árbol de laurel. O podemos terminar en ese laberinto lleno de faunos y minotauros hambrientos. Perdidos, derrotados, ofuscados por sus altas paredes sin poder ver más allá, sin poder alcanzar el hilo dorado de la Vida.

Nos hablaban los antiguos del vuelo mágico. Inaplazable, deseoso, necesario. Ese vuelo que en varias ocasiones en nuestras vidas emprendemos para llegar más alto, más sabios, más profundos, más conscientes, más vivos. Ese vuelo que se nos exige para renovar nuestros votos existenciales, nuestra responsabilidad y compromiso con esa misión-labor a la que venimos, con ese propósito inexorable escrito desde las plumas del alma.

Se equivoca aquel que renuncia a volar. Aquel que queda atrapado en la seguridad del nido, temeroso, apartado del río de la vida, lejos de poder comprender la necesidad de equivocarse en cada salto para algún día, emprender el vuelo real, el vuelo mágico, el vuelo sempiterno. Se equivoca el que queda conforme, el que no desea más que amarrarse a lo conocido y superficial, sin mayor aspiración que esa.

Por eso esta luna llena en Aries con Venus como regente ha sido inolvidable. Hubo vuelo mágico, hubo vida, consciencia, compromiso, gesto, riesgo, amor. Hubo algo que creó un puente indestructible, un antakarana que une inevitablemente los designios del cielo con la premura de la tierra. Esa necesidad de crear una puerta para que toda semilla crezca, para que toda alma luminosa pueda encarnar en un mundo mejor, en una vida adelantada en sencillez y belleza, en ternura y delicada comprensión. Vale la pena dar el salto, vale la pena caer al suelo cuantas veces hagan falta. Vale la pena saber que algún día, el vuelo llega, y es profundamente inolvidable y hermoso.

Avivando el fuego de la vida


«Conservar el fuego desde que fue inventado. En eso consiste, cada día, esta tarea de vivir.» Begoña Abad

En el tránsito del solsticio de verano al equinoccio de otoño escribí estas palabras que ahora recupero algo asombrado:

“Acabo de llegar a Hendaya, en el sur de Francia, hermoso lugar fronterizo con nuestro país. Aquí participaré en un pequeño ritual de transición, de cambio de ciclo, de cambio de fuerzas y energías que deberán acompañar esta nueva etapa. Mañana ese ritual se complementará con los ancianos del Arco Real en San Sebastián, una forma de transitar mediante los augustos misterios hacia dimensiones más vastas del ser. Y por la tarde, una nueva transición en las altas montañas de Cantabria, aislado posiblemente de cualquier cosa que pueda separar el cielo de la tierra. Estos viajes, estos cambios, seguro que son un reflejo de lo que de alguna manera se está tejiendo dentro.

Ayer tuve una muy grata sorpresa. Algo que no esperaba y que me ayudó a transitar desde el cariño y el amor este nuevo ciclo. En la parte fantasiosa del relato es como si dos almas se hubieran reencontrado desnudas, despojadas del pasado, y hubieran atravesado durante tres largas horas un hermoso umbral. Siguiendo con la fantasía, es como si hubieran paseado por una hermosa playa, hubieran recogido de entre los pinares piñas y hubieran encendido algunas velas junto a un ramillete de incienso. Es como si se hubieran apagado las luces del mundo y sonara la música ancestral que conmueve a las almas en su baile mágico, en su fuego vital. Nos imaginábamos danzando junto al fiel amigo peludo, el cual nos miraría con cara de incredulidad ante nuestra felicidad y alegría. Ayer es como si nuestras almas bailaran poseídas por el éxtasis. Es como si todos nuestros átomos estuvieran poseídos y fueran capaces de trasladarse por infinitos universos, por llamaradas de fuerzas encantadas.

Fuera como fuera, real o fantasía, fue el broche de oro para despedir un solsticio muy difícil para los dos, y empezar con una nueva energía, con una nueva esperanza, con un sueño renovado. Agradecí mucho el gesto, el regalo, todo aquello que recibí entre risas y llantos, entre sueños y esperanzas. Agradecí empezar este nuevo ciclo a su lado, aunque nos separara un abismo”.

Nunca pensé que estas palabras escritas en el sur de Francia hace tan solo unos días fueran tan premonitorias, tan intuitivas y valedoras de un nuevo renacer necesario y justo. Qué importante son los ciclos. Qué importante resulta morir y renacer una y otra vez. Comprender esa fuerza cíclica, esa impermanencia constante, ese devenir transformador. De alguna manera, la fantasía se convirtió en realidad y apareció la grandeza del fuego vivo, aquello por lo que el ser humano ha luchado por mantener encendido desde que se descubrió. Primero el fuego físico, el dador de calor, luego el fuego místico, la llama espiritual que todo lo envuelve. Y ese fuego nos llega en forma de amor, de compasión, de entrega. El verdadero sentido de todo ser es avivar la llama de ese fuego y ser dador del mismo. Avivar el fuego de la vida es lo que nos dota de sentido y nos lleva hacia la meta última. El amor, el amar.

Cuando los sueños se hacen realidad


“¡Oh día, despierta! Los átomos bailan. Todo el universo baila gracias a ellos. Las almas bailan poseídas por el éxtasis. Te susurraré al oído adonde les arrastra esta danza. Todos los átomos en el aire y en el desierto, parecen poseídos. Cada átomo, feliz o triste está encantado por el sol. No hay nada más que decir. Nada más”. Rumi. Poema de los átomos

Me gustaría poder describirlo, pero resulta complejo expresar algunas cosas con palabras. Podría simplificarse todo diciendo que vivimos el atardecer en La Torre de Hércules, que amanecimos en el Faro de Fisterra y desayunamos frente al mar de Muxía. Si fuéramos uno, y no dos, diríamos que dimos la bienvenida al mes de octubre con nuestro «en lo bueno y en lo malo» por bandera, pues nunca antes tuvo más sentido. Diríamos que la Costa da Morte se convirtió en la Costa da Vida, sin más.

También podríamos decir, si fuéramos uno y no dos, que existen los sueños y existen los milagros. Que cuando ambos se juntan en un destino común, ocurre la más profunda y misteriosa manifestación de la Vida. Tras la oportuna muerte y resurrección, la consciencia, la vida y el amor han triunfado. En lo bueno y en lo malo, siempre…

Puedo decir que aquel día no temí a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón. Emprendí valiente el rumbo hacia aquella costa, aquel hospital perdido en mitad de la nada. Pude al mismo tiempo osar quedarme a dormir junto al mar, esperando que las sirenas cantaran su última canción. Podría imaginar cualquier hermosa escena de amor, pero ninguna podría describir ese instante.

Podría decir tantas cosas, que sería enturbiar lo que ocurrió en lo secreto. Podría desvelar alguna anécdota o el maravilloso mundo de sincronías que existieron para que los astros se reunieran en poderosa conjunción. No sé, podría decir mil cosas, pero ocurre que a veces hasta los poetas se quedan mudos y los músicos sin canciones ante lo increíble de la vida.

Así que mejor no decir nada, dejarlo todo en la taciturna memoria, en el secreto inmortal de los acontecimientos de los que no se pueden hablar. Mejor guardar silencio, como hacen los iniciados ante los secretos desvelados tras pasar las columnas del templo. Callar como hacen los maestros que tienen cierto control sobre los cuatro elementos que dominan nuestra vida inferior y se dedican, desde lugares remotos, a transformar mundos y universos.

Lo cierto es que ni siquiera sé como continuará todo, pero sí sé que la perseverancia y el amor verdadero guardan entre sí una razón poderosa para que mundos y universos puedan ser transformados, vivificados, animados y creados. Quizás exagero diciendo que estos días han sido inolvidables, pero me quedaría corto, torpe y huérfano si intentara tan siquiera envolver con palabras ninguno de los hechos acontecidos. Así que solo me queda animaros a que seáis siempre persistentes en vuestros sueños, sean los que sean, porque podría ocurrir que la vida se mostrara milagrosa y nos ofreciera su elixir más valioso. Nunca dudéis de vuestro sentir interior, porque siempre os llevará hacia el milagro de la existencia.

Mañana podríamos estar muertos


Uno puede estar muerto cuando vive una vida real que es falsa. Cuando acompasa el día a día con rutinas que pretenden rellenar los huecos inservibles, los suspiros inacabados, las promesas incumplidas. Uno muere cada día cuando se abandona al tedio, al contacto con la tierra, a lo que nos ancla a una realidad que inventamos para alejarnos para siempre de la verdadera vida.

Morimos cuando nos alejamos de nuestros sueños y del amor. Cuando nos acostamos con este o con aquel por el simple hecho de no sentirnos solos. Morimos cuando intentamos llenar vacíos con cualquiera que nos llame un poco la atención, bostezando a escondidas, cuando nadie nos ve, porque esa persona no mueve ni un ápice nuestra sangre viva.

Morimos cuando no somos capaces de dar todo nuestro amor a aquella persona que amamos en secreto. Cuando no nos atrevemos a abrazar la locura de aquel romance, la locura de una vida que nos hacía sentir vivos.

Hasta donde sabemos, mañana podríamos estar muertos, pero también hoy, si nos arrodillamos ante una vida que no es real, ante unos hechos que se repiten minuciosos, monótonos, faltos y carentes de todo.

¿Qué es real? ¿Una vida material vacía, sin esperanza, cargada de aburrimiento, hastío y languidez, o aquel sueño que se nos presentó como una fantasía pero que estaba cargado de belleza, ternura, emoción y un completo abanico de espectros cósmicos?

No podemos seguir malgastando nuestro tiempo en una vida que no nos llena, por mucho que nos ancle a la realidad, si esa realidad se aleja tanto de nuestro propósito vital, de nuestra misión de vida, de nuestra realidad más próxima al corazón. No podemos seguir añadiendo cicatrices al corazón pensando que nunca estaremos preparados, que aún no estamos listos para abrazar nuestro verdadero propósito.

¿Cuándo lo estaremos? Uno nunca está listo ni preparado para enfrentarse a la vida, es la vida la que nos prepara a cada paso. Son los pasos que damos, y no el camino, los que nos empujan a vivir plenamente.

Perder nuestro gran amor, perder nuestra gran oportunidad, perder toda una vida porque aquel verano pensamos que no estábamos listos. Perder toda una vida porque nunca tuvimos tiempo, porque había que anclarse a lo cotidiano y aplastar de golpe nuestro gran sentir.

No quiero juzgar, pero pasarán los años y veremos en nuestro fondo de pantalla aquel hogar que nunca construimos, aquellos niños que nunca nacieron, aquella vida salvaje que nunca nos atrevimos a vivir. Y sí, estaremos anclados a la realidad, pero con el paso del tiempo nos daremos cuenta de que esa no era la Vida que debíamos vivir. Esa realidad que nos mantenía firmes y seguros no era el Sueño que habíamos venido a interpretar.

Y así pasarán los años, y ahí quedará el recuerdo de aquella vida que nunca pudimos vivir, aquella vida que no era otra que nuestra verdadera vida, aquella que aquel verano se escurrió por entre los dedos porque aún no estábamos preparados.

No podemos juzgar lo que cada cual tiene en su corazón, pero si no estamos preparados para el amor, no estaremos nunca preparados para la vida. Así que amemos fuerte y amemos completamente, ahora que podemos, aunque no estemos preparados, aunque el miedo no nos deje dormir por las noches. Amemos ahora porque pronto moriremos. Porque pronto estaremos muertos.

Los lazos que nos unen


“Journeys end in lovers meeting”, William Shakespeare.

Qué difícil resulta cortar los lazos que nos unen a otras personas cuando el destino o el caprichoso azar quiso que nuestras vidas ya no pudieran seguir juntas. Ocurre en las amistades y en las parejas. Romper los lazos, la trama entrelazada del destino, es complejo, requiere tiempo y algo de disciplina. Sobre todo, consciencia de qué es lo que se está rompiendo, pues a veces ignoramos que estamos rompiendo con un karma, un dharma o un destino, y todo lo que eso conlleva tras de sí.

También hay que tener conocimiento de qué lazos nos unen, cuál es su calidad y fortaleza y cuántos son. La calidad dependerá del tiempo que hayamos pasado juntos. No me refiero a un tiempo cronológico, sino a un tiempo que va más allá del tiempo. Si nuestros lazos vienen de otras vidas, de otras dimensiones, el tiempo no puede medirse con un reloj. Por eso, a la hora de romper esos lazos, el dolor y el sufrimiento pueden ser muy intensos si el recorrido vital ha sido muy grande, o si nos une algo más que una vida, una experiencia o un fortuito encuentro.

Es cierto que hay lazos indestructibles, son los lazos del alma. Esos lazos no pueden cortarse ni aniquilarse porque permanecen vida tras vida, ya sea por una cuestión kármica, o porque simplemente, esas almas son como gotas de agua: inseparables en cada encarnación, a pesar de que ese entendimiento no se haga realidad en cada vida. A veces se encuentran, se miran, se reconocen, y desaparecen el uno del otro por el miedo que esa visión ha suscitado. En la mitología occidental eran descritos como encuentros de almas gemelas que aún no tenían plena capacidad para reconocerse, siendo el miedo el que terminaba por frustrar cualquier acercamiento vida tras vida. Sin embargo, a nivel inconsciente, se reconocen, ya sea por el olor, por la respiración, por la mirada, por la voz, por la frecuencia de sus energías. Se escuchan, se atienden y todo el cuerpo se eriza, porque de alguna manera, hay un reconocimiento de esa frecuencia tan familiar.

Hay otros lazos más fáciles de romper. Los sexuales o los materiales, los energéticos y los emocionales, los mentales o intelectuales. Son lazos que se crean entre amigos, conocidos, familiares, o parejas que no tienen mucho en común. A veces puede ocurrir que a una pareja, de los siete lazos posibles (los cuatro materiales y los tres espirituales), solo les una uno o dos lazos. Puede ocurrir que estés con alguien muy enlazado a nivel sexual, pero sin ningún otro lazo a nivel etérico, emocional, mental o espiritual. Hay parejas que viven durante muchos años enteros, pero apenas sienten una complicidad interior, pues pocos son los vínculos o lazos, más allá de lo material, que les pueda unir.

Los lazos que nos unen a un nodo, a un destino, son aún de mayor complejidad. Hay personas que están destinadas a encontrarse y a crear una realidad juntos. Cuando esa realidad se ignora por miedo o desconocimiento, romper con esos lazos que estaban predispuestos es muy difícil, por no decir imposible. Los lazos del destino son como asignaturas que debemos recorrer. Y si no nos enfrentamos a ellas, se repiten una y otra vez. En la tradición oriental se conoce como el hilo rojo del destino. Según esta tradición, “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”.

La leyenda oriental es hermosa y muestra como el destino al final nos une a esas personas que están destinadas a estar junto a nosotros. Dice así:

“Hace mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al dedo corazón y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, luego ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza. Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor fuera que desposara a la hija de un general muy poderoso. El emperador aceptó esta decisión y comenzaron todos los preparativos para esperar a quien sería después la elegida como esposa del gran emperador. Llegó el día de la boda, pero sobre todo había llegado el momento de ver por primera vez la cara de su esposa. Ella entro al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente el rostro … Al levantarle el velo, vio por primera vez que este hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente. Era la cicatriz que él mismo había provocado al rechazar su destino años antes. Un destino que la bruja había puesto frente al suyo y que había decidido no creer”.

Conocer, confiar, lealtad, compromiso, tocar…


© @amaro777

Estem obligats a no perdre mai l’esperança.” Arcadi Oliveres

Estos días conocí a una mujer extraordinaria, de esas personas que la vida te cruza durante un breve periodo de tiempo para animarte a algún tipo de confianza o enseñanza. Casi coincidimos, por diez minutos, en el camino del Norte. Si hubiera seguido la guía de la estrella seguramente también hubiéramos compartido algo del Camino Francés. Luego estuvimos, cosas de la vida difíciles de explicar, unas horas en O Couso compartiendo mesa y círculos y quiso el hado que coincidiéramos en casa de una amiga en la costa catalana, donde pasamos la anterior noche cenando, tocando el piano y el violonchelo, desayunando mientras hablábamos de la vida y sus misterios. A pesar de sus veinticinco años, se la notaba despierta, viva, entregada a la magia de la vida y a todos sus misterios, con una consciencia abierta a lo espiritual y lo sagrado. Su alegría desbordante y su sentido del humor producía un halo de alegría en todos los comensales con los que pudimos compartir la velada.

Nos sorprendió mucho su claridad con respecto a las relaciones. Tiene un mantra en su vida que consiste en lo siguiente: Conocer, confiar, lealtad, compromiso y tocar. Lo traduzco mal del inglés, pero más o menos viene a decir que antes de tener una relación con alguien primero tienes que conocer a esa persona. Ese conocimiento implica guardar una razonable distancia de seguridad hasta que empiezas a confiar en esa persona. Confiar es una fase importante, y para que ese punto de madurez en cualquier relación llegue a manifestarse, es imprescindible ese conocimiento previo, ese pasar muchas horas juntos, paseando, viendo una película, viajando.

Cuando la confianza ya está establecida y puedes mirar a los ojos abiertamente a esa persona, llega la fase de la lealtad. Es como una especie de pacto sincero que, sin estar escrito, explícitamente compromete a ser leales el uno con el otro. Cuando esa lealtad está establecida, cuando ya no hay duda de que en esa relación solo habrá dos personas, nace el compromiso. Ese compromiso, establecido bajo la base del reconocimiento mutuo, de la confianza mutua y de la lealtad, llega de forma sincera, aplastante, verdadera. Es entonces, y solo entonces, cuando se entra en la fase del tocar, del besarse, del acariciarse, de hacer el amor en todas sus expresiones. Esto llega al final, no al principio. Esto llega cuando se ha establecido una base profunda, sincera y verdadera. Sin prostituir nuestros cuerpos con cualquiera, sin hacer del placer la base instantánea de nuestras vidas.

Que este sea el mantra de una joven mujer de veinticinco años, oriunda de Estados Unidos y descendencia taiwanesa me llenó el alma de esperanza. En este mundo donde nadie quiere conocerse, donde nadie confía en el otro, donde nadie es leal ni siquiera a sí mismo, donde nadie desea comprometerse y donde todos se tocan antes que cualquier cosa, el saber que existen personas así, con esta calidad de visión sobre las cosas y las relaciones, nos llena el corazón con un bálsamo de confianza.

Los románticos del amor, los que pensamos en el amor y creemos en el amor estamos en un momento oscuro. Nada de lo que esta mujer describe ocurre hoy día. Las relaciones líquidas se han convertido en un mero placer instantáneo donde nadie quiere comprometerse, ni siquiera con aquellos que podrías pensar que se pudiera crear algo verdadero y duradero en el tiempo. Pensar en las relaciones y en el largo plazo es como contradictorio hoy día. Pensar en hechos como tener una familia tradicional, de esas que atraviesan todo tipo de crisis a sabiendas de que eso les engrandece, y vencer el miedo del largoplacismo para que se haga realidad una crianza sana basada en el amor, en el conocimiento, en el compromiso, la lealtad y la confianza es casi todo un reto y una entelequia hoy día. Algo retrógrado, pensará más de uno. Un reto que tras conocer a esta mujer, nos llena de consuelo a más de uno. De alguna manera, estamos obligados a no perder nunca la esperanza. Quien sabe como nos puede sorprender la vida.

Amor conexo, amor inconexo


«El amor no es algo natural, sino que requiere disciplina, concentración, paciencia, fe y la derrota del narcisismo. No es un sentimiento, es una práctica», Erich Fromm en «El arte de amar».

El amor de pareja en nuestros tiempos líquidos y fluidos es de una gran complejidad. Hoy más que nunca, debemos atender al amor no como algo natural, sino como algo que requiere verdaderamente mucha disciplina, concentración, paciencia y fe. Erich Fromm acertaba o intuía que los tiempos requerían acercarnos al amor como una práctica. Es algo que ya dijo el Buda cuando expresó la necesidad de “practicar los caminos”. El amor hay que tejerlo día a día, con intensidad e intención, manifestarlo, gritarlo, embellecerlo, amarlo. Amar el amor por encima de todas las cosas.

A veces hay amores conexos. Amores que encajan a la perfección. No sé cuántas veces os habrá ocurrido que encontráis a alguien con el cual te sientes locamente atraído. Físicamente, sin importar si es alto o bajo, viejo o joven, flaco o gordo. Alguien con el que estalla la química y la risa y el buen humor nadas más mirarlo. Donde sus energías se fusionan perfectamente con las vuestras, y los estados anímicos son lunares e idénticos a los que soléis tener en cada mañana o en cada crepúsculo. Alguien que abraza la melancolía con la misma fuerza que abraza, sin identificarse con ella, los estados alegres y felices. Alguien con el que además sientes amor, mucho amor, y deseos, y ganas. Alguien con el que deseas fusionar tu campo astral, tus emociones, toda tu aura colorida de millones de tonos que estallan nada más verle.

¿Y qué ocurre cuando además ese ser encaja perfectamente en tu forma de pensar, en sus cuestiones vitales, en tu mente concreta y analítica y en tu campo abstracto, más artístico y poético? ¿Qué ocurre cuando su mente te enamora tanto como su cuerpo? ¿Y qué ocurre cuando además las consciencias son similares, y los valores parecidos, y el espectro espiritual de ambos es capaz de compenetrarse en una fe y un idealismo similar? ¿Cuántas veces en nuestras vidas ocurre ese amor conexo, afín, análogo, complementario?

La conexión conexa va más allá cuando además de todo eso, existe un propósito común, o un marco de referencia donde el mapa indica hacia el mismo norte, un estado de consciencia donde ambos reflejan el mismo ideal de vida. Es un encaje perfecto, aparentemente, porque son almas que han nacido para crear y cocrear no importa si Vida, Amor o Consciencia. Quizás, sin darse cuenta, las tres cosas. Quizás tan solo un tipo de vida, un tipo de consciencia, un tipo de amor. No importa.

¿Y cuándo nace la inconexión? Cuando a pesar de todo eso, nos da miedo que sea más joven o más viejo, más alto o más bajo, más listo o más tonto, más pobre o más rico, más sabio o más estúpido. La inconexión, y muchas veces ocurre, nace bajo el terrible manto de la desconfianza y la ansiedad, cuando no nos sentimos merecedores de tanta sincronía mágica, o cuando, simplemente, huimos y nos escondemos detrás de las bambalinas de la vida por no querer, valientemente, arriesgarnos hacia la aventura del vivir.

Erich Fromm tenía razón: amar es todo un arte. Y en ese arte, como en todas las artes, tiene que existir ese punto de belleza, de decoro, de ternura, de valentía, de osadía, de inteligencia activa, de provocación, de riesgo, de perseverancia, de implicación, de cuidado, de decisión, y sobre todo, de esa gran derrota del narcisismo que tanto nos aleja del verdadero amor y de nuestras inertes creencias sobre el mismo. Vencer nuestros miedos, vencer nuestro narcisismo, es dejar espacio para que el amor engrandezca nuestras vidas, las haga más luminosas y nos lleven hacia mares y puertos que jamás hubiéramos experimentado ni conocido desde nuestros oscuros y opulentos palacios de cristal. Amar es abrirse a la vida, porque la vida, sin amor, no tiene respuestas.

El fuego consciente del hogar


«Hay magia en ese pequeño mundo llamado Hogar. Es un círculo místico que rodea las comodidades y las virtudes que nunca se conocen mas allá de sus límites sagrados.» Robert Southey

Hoy paseando por Girona con ese bello ángel me he sentido como en casa, como ese hogar con el que soñamos cuando cerramos los ojos y nos imaginamos junto a una pequeña chimenea calentando los corazones. El fuego de los dioses, o el fuego de los filósofos, o el fuego místico, que dirían los de antes. Es un fuego que no está compuesto por cuatro paredes, sino por aquellos que lo habitan. Y ese fuego se aviva cuando dos brasas se juntan, cuando dos mundos se anexionan en un abrazo sentido, de esos que se daban antes al alba, o junto a la vehemencia de cualquier arrojo.

Siempre imaginé la perfección del hogar como un espacio compartido. Es quizás por ello que el hogar vacío no deja de ser una colección de recuerdos que se amontonan unos sobre otros. Cuadros de aquellos viejos amores, objetos impregnados de aquellos lejanos países, fotos y postales, paisajes que intentan imitar la naturaleza perdida. Los vacíos siempre los intentamos llenar con cosas que creemos significan algo profundo para nosotros. Pero lo que siempre nos llena de calma es el recuerdo de aquel ser asociado al objeto. Es entonces cuando los cuadros pintados por aquellas amantes cobran vida, los objetos nos retraen a la mano que los empujó hacia nosotros, las fotos y las postales se reencuentran con el sabor de aquella playa, de aquellos alaridos a la luz de una vela.

La magia de un hogar a veces reside perenne en esa estampa bucólica de la familia de antaño, rodeada de campos y silvestres bosques, de ríos y montañas, de cosechas, de estaciones, de olores a pan recién hecho. De niños correteando de un lado para otro, entre prados y flores. De la mujer tejedora y el hombre labrador, del anciano que recoge los huevos del corral mientras la anciana prepara un gran estofado. Esa estampa, ahora tan lejana y tan estudiada en la antropología de la comunidad tradicional, se aleja de los fuegos artificiosos de nuestro tiempo. Solitarios, amañados, impregnados de sinsabores, casi diría que ficticios, por su falta de naturaleza y honestidad.

Ese pequeño mundo llamado hogar requiere renovación moral y espiritual. Ya no basta conformar la soledad con alguna mascota que intente sofocar la ausencia de crianza o pareja. Mujeres que hacen el amor con sus perros u hombres que se enrollan con sus gatos, pensando ingenuos que más allá de ese amor interespecies no hay nada. Con o sin mascotas, llenos de tatuajes para esconder nuestra piel abandonada, todo el día conectados a redes insulsas y mentirosas, vamos perdiendo nuestra naturaleza humana, nuestra esencia, nuestra conexión con nuestro yo real: la consciencia, el alma, el espíritu.

El círculo místico requiere volver a la unidad esencial que surge del contacto real entre dos almas que se reconocen, que se miran honestas y deciden volcar toda su pasión y vida a algo tan trascendental como es la Vida. Engendrar Vida, mantener la vida, es mantener el fuego en los límites sagrados de la consciencia. No se puede uno conformar con potenciar una vida cualquiera, sino que debe intentar que esa vida nazca en un entorno salvaje, libre, consciente y si me apuráis, filosófico, en cuanto amor por la sabiduría. Seres que encarnen un nuevo paradigma, una nueva forma de creer en el fuego sagrado del hogar.

Y para eso, no bastan cuatro paredes. Requiere del milagro de la unión, de la pura consagración a valores que ya se han perdido. De pura entrega y amor a ese deseo de renovar nuestra cultura, nuestra especie, nuestra vida. Y para eso no vale cualquier cosa. No bastan cuatro cuadros, cuatro paredes, cuatro objetos, cuatro mascotas, cuatro hijos abandonados a la desdicha. Consciencia, amor, libertad, naturaleza, compromiso, responsabilidad, entrega. Y todo aquello que pueda sumar para el nuevo mundo.

Gracias querida Laia por recordarme hoy todas estas cosas…

El amor vivo es el instante en el que ser y conocer coinciden


 

Suena Funeral Canticle, de John Tavener. Es inevitable porque aquí, junto al mar, algo debe morir para que algo pueda nacer. Hay algo de metafísica y perennialismo en estos momentos de transición hacia alguna parte. De vuelta a las fuentes, a los orígenes. Estar junto al mar, en mi Barcelona natal, me hace renovar el sentido de la existencia. El mar te acerca a la unidad trascendente de todas las cosas. Aquello que decía Teilhard de Chardin cuando escribió que somos seres espirituales viviendo una experiencia material, una experiencia que, en los textos advaitas, no se puede separar de lo esencial.

La amiga Irene me ha invitado a pasar unos días en su hermosa casa de la costa catalana antes de marcharse a su otra casa en Menorca. Nos pasamos horas en la piscina mientras me cuenta su último amorío y yo le cuento mi última esperanza. Ambos coincidimos en las ganas y el deseo de tener hijos y formar una familia tradicional, y ambos exponemos, cada uno a su manera, la complejidad de conjugar nuestras peculiares vidas en algo tan arcaico y obsoleto para los tiempos que corren como lo de formar una unidad esencial en la materia, abrazada a lo espiritual. A ver si al menos ella tiene suerte con su nuevo chico, y a mí se me pega algo de su grata fortuna en estos días de compartir sincero.

Hay un aspecto místico e iniciático en todo viaje. Pasaré unos días en la playa, luego en la capital y luego a los pies del impresionante Montseny. En el fondo es un viaje esotérico que se expresa como algo casual, pero que encierra una necesidad mística de trascender el pasado y abrazar la fortuita presencia de lo perenne. Todo viaje es una vía de realización espiritual, como lo es la música o la poesía. Por lo tanto, en el fondo, se trata de una necesidad de nuestra alma para trascender aquello que nos separa de la unidad primordial.

Ella ya no está «en línea». A pesar de mi insistencia en mirar disimuladamente, como el que no quiere la cosa, su estado, veo que ya no está. Me da pena, porque en ella había un sentido trascendente, una visión de unidad de todas las cosas expresada en su misión-labor, en su necesidad de trascenderse así misma desde la procreación y la extensión de la vida. Me resulta extraño pensar que algo tan bello no funcionara. Incluso ahora que parece que el tiempo va borrando las huellas marcadas en aquella arena superflua, a las orillas de tantos ríos, pero tan lejos de la sólida roca. Da pena porque las almas se reencuentran una y otra vez, pero luego no saben cómo actuar ante la promesa de la posibilidad. Lo posible, lo necesario, lo ideal, queda sepultado bajo un manto de miedo y carencias no digeridas. Una auténtica pesadilla para cualquier soñador. Un mal sueño para aquellos que anhelan.

El filósofo Frithjof Schuon consideraba la metafísica como algo esencial, primordial y universal. El amor es algo así. Algún día entenderemos que lo trascendente e inmanente no puede separarse de lo manifestado. Que el Atman y el Maya de la tradición vedanta se abrazan en su esencia, porque ambas realidades se permutan no separadas. Por eso no importa si me encuentro en el mar o la montaña, porque dentro de mí todo sigue “en línea”, alineado a un sentir que no puede olvidarse por muchos paisajes que se transiten.

El mundo de la Apariencia no nos puede alejar de la Realidad primordial. Y esa realidad es profunda, sentida, alineada a ese amor que se añora junto a las olas del mar o a las sombras de las grandes montañas. El amor vivo es, en su cumbre, el instante en el que ser y conocer coinciden. Y en esa cumbre me encuentro, observante, paciente, irradiado, como acogiendo una revelación necesaria e imprescindible.  Como una palabra sacramental vestida de gnosis que se repite constantemente para recordarnos la urgencia del vivir. Sí, la vida pasa rápida, y todo se tiñe de urgente. Así que aquí estoy, con ganas de mar, con ganas de amar.

Sueños de amor perdido


© @ingefotografie

Soy un triste juguete del destino, que dijo Shakespeare. ¡Ven, noche gentil, noche tierna y sombría! Ya no me interesa la fortuna ni el éxito de ese intrépido amanecer de la vida. Ahora solo pretendo que exista dulce poesía. Poesía y amor. Amor y aventura, amor por encima de todo. Ese amor capaz de derrumbar la vida, capaz de hacer explotar el mundo en mil pedazos, desquebrajando cada retablo e impostura. Un amor impetuoso e ingobernable, como un huracán cuyo ojo se derrama por mil océanos. Ese amor que te arruina y embelesa, que te esculpe en las montañas y te derrama como líquido ardiente en los valles. Amor ardiente, amor férvido y abrasador. Como esa llama añorada, llama de melancólica avenida. La llama, decíamos ayer. La llama que no se apaga ni se extingue, ahora secreta y tímida.

Nada se puede comparar a un día de verano donde la brisa agita y los corazones gritan desesperados. No hay verano sin beso, que decía aquel. Cómo podríamos desterrar de nuestro corazón el sentir hinchado. Todo se ensancha en los atardeceres, aguardando el infortunio desesperado de la noche, del sueño. El amor negado destruye el alma. Es un nuevo día, claman unos. ¡No! Es un nuevo mundo, dicen otros. Qué luz asoma en esa ventana, qué brillo despierta en ese rincón teñido. Qué insoportable espera, qué sofocante despertar cuando uno solo desea soñar, dormir y soñar.

Es el oriente el que nos despierta, con sus brisas y sus sabios, con sus rayos y su belleza. Es el oriente el que porta la luz al mundo y el que nos aleja de los sueños. Amanece pues sol y a la envidiosa luna mata, decía el poeta. Eso pretendo, que haya poesía y amor, y aventura, pero amor por encima de todo, y sueño, porque sueño, yo no lo estoy. Sueño, sueño alborotado, de noche y de día.

Quién eres tú que de nocturnas sombras, sorprende mis secretos. Quien eres que no dejas mi pensamiento, ni abandonas el pecho que alguna vez robaste de su aposento. Jurémonos los dos amor eterno, oh amor mío, amor mío, decía la canción. Corazón que inunda la aventura, que copia los versos de aquellos que lograron perpetuar la oda incluso en las noches donde el amor profundo se desnudaba frágil y trémulo. Porqué erramos y decidimos permanecer tan pobres, cuando nos sentíamos tan afortunados y ricos. ¡Ay amor mío, amor mío! Clamaba la canción. ¡Dónde quedaron los aullidos de la noche, los paseos de la manada, los lobos de esa estepa solitaria!

Siempre temí que al ser de noche solo fuera un sueño. Un sueño demasiado dulce y afable, profundo y perpetuo. Ser sensible es un poder, no una debilidad. Quien ama y sueña no pierde. Quien ama y sueña alcanza la inmortalidad. ¡Ven noche gentil, ven de nuevo! ¡Ven noche tierna y sombría!

Esa luz no es la luz de la mañana. Las crestas de los montes no hierven en niebla trémula. Es la nocturna expedición que parte hacia imposibles caminos. Hiende sus carnes en el grito solitario. Sacude la mirada, siempre perdida, en los océanos celestes. Por qué partir tan pronto. Quédate aquí, en el sueño, esa no es la luz de la mañana. Es la llama que incandescente ilumina nuestras noches cuando no sabemos qué camino tomar.

Oh triste paz, que nace con el día, de la que el sol no quiere ser testigo. La escena nocturna es para soñadores. Y ya veis todo lo que nos ha traído los sueños. Todo cuanto ocurrió fue obra nuestra, obra verdadera, sueño verdadero. Y ahora, bajado el telón, soy un triste juguete del destino. ¡Ven, noche gentil, noche tierna y sombría! ¡Ven, sueños de amor perdido! ¡Ven, llama mía!

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Aguardo paciente el próximo milagro


© @olivierrobertphoto

«Espero que el amor verdadero y la verdad sean finalmente más fuertes que cualquier infortunio». Charles Dickens

Me levanto temprano y hace frío. Apenas ocho grados y bajando en las profundidades del bosque. Voy a la meditación, pero aún no dispongo de ánimo suficiente para acudir también a los cantos mañaneros. Poco a poco. Abrazo el dolor mañanero con mucha paz interior y mucho amor para ella, a la que le deseo el mejor de los caminos. Ha sido mi maestra y amiga estos meses, y se lo agradezco profundamente. Al fin y al cabo, de eso se trata. De ser maestros unos de los otros, el tiempo que determinemos y el grado de profundidad que seamos capaces de soportar. Maestros en el dolor y en la felicidad. Maestros en lo bueno y en lo malo. Maestros de nuestros amigos y de nuestros enemigos, para que así todos aprendamos a vivir, a experimentar, a relacionarnos algún día desde la paz, el respeto y el amor. Desde la verdad, lo original y lo esencial, hasta que nuestro verdadero maestro interior despierte y resplandezca.

Así que abrazo el dolor con cariño, sin exponerlo al sufrimiento constante. Duele, porque hubo amor. Duele porque hay amor. Duele porque habrá amor. Y ese amor infinito requiere esfuerzo y aprendizaje, requiere entrega y sinceridad, requiere proximidad y coraje. Duele, claro que duele, porque hubo amor y esperanza y deseo. Y eso ya no se olvida, permanece sempiterno a cada instante.

Y cuando el amor ya no se puede abrazar, ya no se puede estrujar entre las manos ni soportar entre las sábanas, entonces duele. Y es ahí cuando aprendes a amar en silencio, una de nuestras grandes especialidades cuando la falta de coraje y el temor vencieron la batalla. Amar callados, amar en algún rincón boscoso, bajo el roble, a su izquierda, en el frío de la mañana y la templanza de la tarde.

El viento de las horas barre los caminos. El tiempo pasa inexorable. Es algo en lo que pienso mucho últimamente. El pasar del tiempo, el ocaso de aquellos dioses que decidieron abrir el canal de la vida a un constante devenir. ¿Cuánto nos quedará realmente? ¿Días, semanas, meses, algunos años más? No lo sabemos, de ahí la siempre urgencia de vivir, de amar, de enloquecer a cada instante.

Por eso estoy eternamente agradecido. Sin tiempo de guardar ningún rencor, ni odio, ni resquicio. Solo amor, solo paz, solo deseos para que la vida le sonría y sane sus dolencias. El bosque es terapéutico. El manto verde, la piel de la tierra, los olores y el canto de los pájaros, la belleza de las flores, el susurro del aire, la brisa mañanera. Todo se balancea y abraza. Aquí no puede haber queja, solo agradecimiento infinito. También algo de espera, porque sabemos que la vida, cuando te abres a ella, siempre es milagrosa. Y aguardo paciente el próximo milagro.

El milagro de la metamorfosis. El milagro de la transformación. El milagro del cambio necesario para seguir adelante. Ya vendrá el amor, y el abrazo, y la sonrisa, y la complicidad. Ya vendrá todo aquello que dota de sentido al mundo. Porque un mundo sin amor se extingue, desaparece. El amor es la fuerza que brota de todos los resquicios. Empujada por la voluntad de vivir y guiada por la sabia consciencia, el amor emerge en cada rincón, desde cada cobijo. En el azul de la mañana, en el manto verde de la cálida tierra, en las montañas y en los ríos. Todo fluye y se expande gracias al amor. Los seres humanos vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en este cálido y acogedor deseo amoroso. Amarnos a nosotros mismos y amar al otro. Hacer el amor por la mañana, y todo el día. No cabe otra posibilidad si realmente estamos vivos. De ahí que aguarde pacientemente al próximo milagro.

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Hieros gamos o el matrimonio sagrado. Las bodas alquímicas


© @aows

Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (Apocalipsis 21: 2)

Estamos en tiempos de fertilidad, en un momento en el que los dioses se consagran en un coito sagrado para fertilizar toda la tierra, los cielos y los mares. El hieros gamos hace presencia en todos los ritos de esta época, disfrazados con atávicos recuerdos que nos hacen reconocer la grandeza de la creación. Son tiempos de bodas sagradas, de bodas alquímicas, donde lo sublime engendra vida. Es tiempo de crear vínculos indestructibles, relaciones reales, amplias, de almas que se reconocen, más allá de cuerpos que se atraen.

El humano, en su progreso hacia la tecnificación, ha perdido el contacto con lo sagrado, y por lo tanto, la conexión con la vida. Las máquinas inundan nuestras vidas, también el comercio, el espectáculo, el entretenimiento, el trabajo esclavo y la mentira. Nos alejamos constantemente de lo sagrado porque ha dejado de ser entendible. Los parámetros de verdad, de mito, de simbología, de atracción hacia lo oculto y mistérico, ya no tienen razón de ser. Las máquinas gobiernan nuestro mundo mentiroso, y eso nos aleja de lo real.

Las bodas sagradas han dejado de existir. Resulta muy difícil encontrar a la pareja perfecta, aquella que es capaz de encajar armónicamente en la química sexual, en la alquimia energética y anímica, en el turbulento mundo emocional, en la mente e inteligencia y por último, en una relación álmica pura y sencilla, de recuerdo consciente y reconocimiento. Estos componentes han sido sustituidos por el interés, el mundo mentiroso o la engañifa. Cada vez cuesta más encontrar a alguien con la cual puedas complementarte a la perfección, y muchas veces ocurre que cuando la encuentras, son tantas las barreras o los miedos, que preferimos sabotear la relación o salir corriendo, por no sentirnos merecedores de la misma.

El fundamento principal de las bodas alquímicas, del matrimonio sagrado, del hieros gamos, es producir fertilidad y vida. El fundamento de la vida, campo de experiencia para todo tipo de seres, es un acto sagrado. Las personas que se acercan a esta visión están condenadas a la desesperación, la soledad o la humillación. ¿Quién hoy día tiene el coraje de esperar paciente a participar en una boda alquímica? ¿Quién desea realmente comprometerse de tal manera?

Es una pena que los valores de lo sagrado, del respeto, de la entrega y la sinceridad se hayan perdido en nuestro tiempo. Es una pena que venza la mentira o el engaño, que las relaciones de pareja estén basadas en tipos de interés o en esporádicos encuentros sexuales. Es una pena no poder encontrar un lugar donde poder retornar a lo sagrado de la entrega, a la relación espiritual entre dos seres que se reencuentran para emprender un camino de vida y consciencia.

Las damas y los caballeros de la piedra dorada han desaparecido. Desaparece la poesía, lo bello, lo tierno, lo frágil. Miramos en el espejo de este tiempo y todo es provisional, incierto, mentiroso. ¿Qué hay peor que la mentira? Sí, es cierto que la verdad a veces es dolorosa, pero nos hace libres, nos libera de las angustias del mundo ilusorio. Nos traslada a una realidad diferente.

Buscamos el elixir, lo sagrado, el encuentro de almas, pero el miedo nos atormenta, saboteando cualquier posibilidad de acierto. El coraje deja paso a la cobardía. Nos encerramos en bóvedas oscuras donde la luz no es capaz de atravesarnos. La vida muere porque no fuimos capaces de adentrarnos en la fertilidad de la primavera. Lo sagrado deja de tener sentido en un mundo deprimente y decadente. El verano se agota y ya no hay fruto.

Los que aspiran al matrimonio sagrado deben realizar la alquimia interior, progresar en la consciencia de uno mismo y enfrentarse a los avatares de nuestro tiempo con coraje y humildad. Y luego enfrentarse a la búsqueda inacabada del otro, de aquel que desee crear vida y consciencia desde el amor, la entrega y la verdad. Ojalá la mística de la unión vuelva algún día a tener sentido. Quizás eso nos salve como humanidad.

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Si es amor… entonces ama…


© Dianne Woods

“Conozco tu oscuridad, pero también en ella veo un montón de estrellas”. Ron Lorent

Abrazo su Biblia todas las noches, dejando caer sobre ella lágrimas pesadas como juicios. La tierra parece un desolado desierto que debo atravesar buscando las caras familiares. No hay que tener miedo a perder a quien no se siente afortunado de tenerte, a pesar de que pueda parecer una cara familiar. ¿Es posible pertenecer a alguien antes de conocerlo?

De qué sirven las ventanas si no tienen vistas en esta sofocante estructura jerárquica, en esta ahora cumbre borrascosa. El amor persigue al amor, y es por ello que persiste. Incluso en las tinieblas de la noche oscura. El amor siempre es más ancho que el cielo y, por lo tanto, siempre más vasto que toda nuestra limitada existencia. Se dilata hacia el infinito inconmensurable, y abarca todo cuanto late en su extensión desde algo que se está perdiendo: la relación. Entre el miedo y la tristeza, hay dentro de mí un amor invencible, un amor que desea relacionarse. El amor es luz, e ilumina todas las noches oscuras.

Estamos ahora a medias, porque el corazón lo tenemos en otra parte, en ese mar de barro turbio, angosto, distante. Siento como si la perspectiva de su vida, hubiera cambiado la mía para siempre. En su abrazo sentía sentirme seguro y a salvo, sabía quién era, hasta que desperté y todo desapareció. Terminó esa noche infinita, ese amanecer juntos, esa pasión eléctrica y sincera.

Recluido en mi pequeño balneario, ayer fui caminando hasta una de esas casas que vimos juntos. Me senté en alguna parte imaginando lo que podría haber sido, y era bello. Escuchaba los niños gritar, subidos a cualquier roble, cantando en los prados adyacentes. Era bello y esperanzador para este mundo que empuja en contra de todo. Me imaginaba allí, recordando cuando cogidos de la mano, volcábamos en ese prado nuestra última esperanza.

Hay un momento de redención en cada fracaso, en cada lágrima derramada, en cada sufrimiento y dolor. Hay un momento donde cada uno sujeta con fuerza el extremo del lazo y aprieta con sus manos ese límite impuesto, esa separación injusta. Es un acto a ciegas, es una acción desesperada. Lloro sobre su Biblia, lloro sobre sus últimas notas. “Espérame”, decía en un grito desesperado. “El amor es inevitable”.

Aquello que hay entre la razón y la locura es todo lo que nos une y nos separa. Es un verbo, una sílaba, una sinalefa, un pensamiento errante o una surtida promesa. Si es amor, ¿entonces qué? ¿Qué hacemos? Nos decíamos una y otra vez incrédulos mientras imaginábamos mundos posibles. Tantas cosas nos separaban al mismo tiempo que tantas cosas nos unían. “Sí, están ahí, esperando, empujando”, nos decíamos en la noche oscura y pasional, bajo el cuarto creciente que deambulaba entre las sombras de robles y abedules de ese bosque encantado. Abrazados íntimamente, desesperados, sentíamos que estaban ahí, esperando una oportunidad.

Estoy perdido, han sido unos días de constante pérdida. Esa pérdida que se desliza como un naufragio vacío y yermo en el páramo del alma. Ese quebranto que merma ante la presión y el miedo. Como una gracia anticipada, un perdón que aceptamos en aquel paraíso extraviado. A veces cuando nos apartamos, es cuando más nos necesitamos. Pero ahora hay un insoportable silencio. Ni siquiera en la pantalla aparece ese esperanzador “en línea”. No es tan solo la pérdida lo que acongoja nuestros corazones, es la necesidad de redención. Es como si a cada nuevo despertar, fuéramos conscientes de haber perdido no solo un aliento, sino seis más, o quizás siete. “Sí, están ahí, esperando, empujando”, pero ahora, totalmente desconcertados y desesperados al haber perdido el billete de retorno, del eterno retorno.

Lo he perdido todo, me repito por dentro. Todo se ha quebrado. Los niños, el bosque, la cabaña, el verde oceánico. Nada tiene sentido si no era dentro de aquel sueño lleno de vida y esperanza, de aquella posibilidad entre tantas. La diligencia y la constancia no fueron suficientes. Faltó quizás lo más importante, quizás lo que hace que la vida sea como es: delicadeza. Esa dulzura elegante, distinguida, refinada. Esa paciente espera fina, escrupulosa, cortés, amable. Siempre fui impaciente para todo, incluso para amar. ¿Cómo amar sin desesperación, sin urgencia en un mundo que se acaba, en un mundo agotado?

Vemos la vida en su totalidad, pero a cada instante escogemos ser lo que somos. Con nuestras victorias y nuestros fracasos, con nuestros intentos y nuestras rendiciones, con nuestros errores y torpezas, algunas pequeñas, pero fulminantes. Las naturalezas preponderantes se oponen entre sí. Lo elevado, lo realmente excelso, destacado y superior, siempre es delicado, tierno, frágil. Tan frágil y endeble que a veces se rompe y se quiebra en nuestras manos.

Si hay amor, puedes. Si cuando dos estrellas se miran hay amor, y hay perdón, toda la galaxia se conmueve. Esa es la delicadeza de las cosas. El amor persigue al amor, incluso en la noche oscura. Como dijo el poeta, quien ama nunca sabe lo que ama, ni sabe por qué ama, y qué es amar… Amar es la eterna inocencia, y la única inocencia, no pensar… El amor no se piensa. El amor es inevitable en nuestras vidas. Es, si perdura realmente, invencible.

Si es amor… entonces ama…

Ama y sigue viviendo…

Brindemos por las veces que ni dándolo todo, fue suficiente, decían los traficantes de sueños. Supongo, como decía el poeta, que al final somos de quienes se atreven a quedarse a nuestro lado sin importar lo difícil que se vuelva el camino. Eso es lo realmente invencible. Ahí están el montón de estrellas, esperando una oportunidad más.

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Hermosos rumores de tarde tibia


© @perahov

Llovió y salió el sol. En lo malo primero y en lo bueno después. En lo mojado y en lo seco. En lo húmedo, en lo esponjoso, en lo contingente. Amaneció como un día radiante, único, verdadero. La realidad se manifestó inevitablemente. Por la mañana y por la tarde. Hermosos rumores de tarde tibia, de momento desesperado, apasionado, vivo. Tocamos el cielo con la mirada, pero también con anhelado llanto. Esta vez de felicidad, de paz, de equilibrio, de sencilla expansión, hasta bien tarde la noche.

Los muchachos pasaban por el camino. En el bosque lleno de palomas había fragmentos de la mañana. La escarcha en la sombra y los ríos esperando. Hay momentos que son únicos, transformadores. Hay instantes que sabes que todo va a cambiar. Como cuando transitas un mundo secreto con la boca cerrada y mirando a los cuatro espejos del alma solo puedes contemplar los ecos de la mañana, los hermosos rumores de la tarde tibia, el fragmento nocturno de una noche soñada.

«Te quiero amor mío», me decía desde el desván entre aquellas viejas luces, con sus rumores de la tarde, tan lejos ya de la nieve. Desde las montañas, con los cristales empañados, mis manos en sus audacias y su mirada clavada en mi timidez, surcando los atardeceres, con sus rojos escarlatas, sus nubes terciopeladas y aquel grito susurrando entre los canales invisibles del alma.

Silencio oscuro de nuestras frentes, tomando el baile, acariciando la promiscua necesidad de quebrarnos desde la cintura hasta el infinito. Mojando nuestros labios en el mar, con sus lenguas marinas, tempestuosas batallas entre bailes y disfraces con cabezas de ríos. Orillas de amapolas entre las piernas y ondas oscuras en cada andar hacia el amor que corre bajo las tintas de cualquier vals.

Y el violín tocando con desesperada canción, mientras decimos ese “te quiero siempre”. Nos morimos mirando cada infinito, cada caricia, cada rostro sin voz, cada silencio inesperado. Cada susurro es una llamada. Cada abrazo una esperanza. Allí campea el futuro, siempre tan incierto, ahora nacido desde la necesidad, desde el arrebato, desde la pasión de crear en esos pasillos que surcan cada tramo de existencia.

Hermosos rumores de tarde tibia. Inolvidable momento. Innombrable e indescriptible cuando lo verdadero se manifiesta en lo real. ¿Para qué huir de lo verdadero? ¿Para qué contener lo que no se puede contener? Explotemos cuando nos sintamos vivos, y escapemos con urgencia de todo aquello que paralice la vida. Sintamos pasión por cada instante, decorosa virtud aquella que exprime el jugo de la vida. ¡Ven vida! ¡Ven y abracemos cada instante! ¡Ven, dice la tarde tibia con sus hermosos rumores! ¡Voy! ¡Voy! ¡Voy! Contesto yo desesperado.

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La vida está hecha para comenzar de nuevo


«La vida está hecha para comenzar de nuevo».
Hannah Arendt.

La última noche no dormimos. Las anteriores, solo tres horas al día, cuando podíamos, mientras nos turnábamos en el volante. Lo pasamos mal porque el cansancio acumulado nos jugaba malas pasadas, y la responsabilidad de llevar vidas humanas pesaba mucho. Por suerte, a pesar de algún susto, no pasó nada, y llegamos bien temprano al centro de acogida que el Gobierno ha habilitado en Madrid. Nos despedimos uno por uno de todos los refugiados, los cuales, ya habían entrado en los anales del recuerdo y de nuestro corazón. No parábamos de llorar unos y otros. Fue un momento muy conmovedor y entrañable. Misión cumplida.

Tras limpiar los coches y entregarlos fui a por el mío y regresé poco a poco a Galicia. Mi cuerpo y mi alma estaban completamente colapsados. No podía seguir, debía parar en alguna parte y lo hice en una hermosa iglesia, junto a un tejo centenario y un cementerio que guardaba el recuerdo inmortal de nuestras almas. Me tumbé en el portal de la iglesia, en alguna parte del Bierzo, en León.

El colapso me ayudó a recobrar el sentido de la responsabilidad, de la osadía, del deseo, del amor. Pensé que esa excusa podría ser una puerta perfecta para equilibrar las energías, para transitar a un nuevo escenario de armonía, paz y amor. Arriesgar, quemar las últimas naves, darlo todo, dar el extra, dar la vida por algo en lo que se cree.

De estar casi una semana en la misma postura, me habían salido unas llagas y un dolor en las rodillas. Así que me tumbé en el pórtico con la idea de estar allí hasta recuperarme. Pero ocurrió el milagro. Algo cedió, el universo entero cedió, la vida cedió, y apareció como de la nada un ángel anunciador. Casi no podía creerlo, pero allí estábamos de repente, abrazándonos, amándonos, reconciliándonos desde lo más puro y sincero.

Sentí un gran alivio interior, un amor inmenso, una sensación de liberación, de sanación, de paz interior profunda. Sentí la oportunidad de empezar de nuevo, esta vez desde lo real, desde lo manifestado, desde aquello que se toca y se palpa y se transita de forma sincera y profunda.

El amor es una de las respuestas que el ser humano ha encontrado para mirar de frente a la vida. El amor es lo que nos llevó a recorrer casi ocho mil kilómetros para llevar medicamentos y comida a Ucrania y luego rescatar de aquel infierno a veinte almas que deberán, inevitablemente, comenzar de nuevo. El amor fue lo que me llevó hasta el pórtico de esa inolvidable iglesia para ser rescatado por amor, con pasión, con deseo. En ese momento, en ese mismo día, sentí que la vida estaba hecha para comenzar de nuevo. Que cada instante, que cada ocasión, era una oportunidad única para nacer otra vez.

Así que ahora siento que todo mereció la pena. El sufrimiento, el cansancio, la espera, la constancia, la pérdida de sentido y de razón. De alguna manera, siento que gracias a ello, algo murió inevitablemente y algo nuevo ha nacido. No sé aún el qué, aunque puedo intuir sus causas y todo lo que se desplegará de ahora en adelante. Quizás este momento sea la oportunidad única e irrepetible para que la Vida, en todo su esplendor, se manifieste. Ojalá.

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Responsabilidad afectiva


«Tengo mucho miedo.» Y yo le pregunté: «¿Por qué?», y ella respondió: «Porque soy profundamente feliz. Una felicidad así asusta.» Le pregunté por qué y dijo: «Solo te permiten ser así de feliz cuando están preparándose para llevarse algo de ti». «Cometas en el cielo», Khaled Hosseine

 

Dicen los expertos que la responsabilidad afectiva es poder comunicar nuestras expectativas y sentimientos sobre una relación de forma clara y transparente. Es tener como pilar básico una buena comunicación, sobre todo cuando se tocan puntos álgidos o delicados, especialmente al inicio de cualquier tipo de relación donde es importante que las partes se conozcan, se aprecien y se tengan en consideración para ver si es posible algún tipo de compatibilidad afectiva. Para ello hay que colocar delante siempre el respeto y la comunicación clara y transparente basada en la verdad y la sinceridad.

Cuidarse mutuamente y comprender que todas nuestras acciones tienen repercusiones sobre el otro es fundamental. A veces, tan egoístas que somos, decimos cosas y actuamos sin tener en cuenta al otro, sin hacer o decir las cosas de forma delicada y amable para no dañar la sensibilidad ajena.

En definitiva, es tener en cuenta a la otra persona. Es decir, empatizar con el otro, tenerlo presente en nuestras decisiones, incluirlo en nuestra vida y fortalecer con ello nuestros lazos y vínculos. Crear espacios de seguridad, de confianza, quizás sea lo más complejo en toda relación. Ser conscientes del impacto que generamos en los demás o incluir al otro en nuestras decisiones son cosas que muchas veces las pasamos por alto.

El cuidado que pones en transmitir las decisiones que tomas a las personas que tienes en tu vida es importante para que el otro no se sienta aplastado por un tractor. A veces hay relaciones donde una de las partes se empeña en podar al otro, en dejar de regarlo, en dejar de cuidarlo, hasta que dicha relación se marchita por falta de tacto, cuidado, atención.

Sentirte seguro, tranquilo, participe, cuidado, no es algo baladí en cualquier tipo de relación. El equilibrio siempre es complejo, porque los seres humanos somos altamente complejos. Pero con un poco de esfuerzo y tacto, es posible mantener relaciones saludables, sanas, consensuadas, amplias, conscientes.

Debemos en todo momento ser capaces de expresar nuestras necesidades y emociones siendo respetuosos con las emociones del otro. Esto requiere claridad, no enredar al otro, no confundirlo a cada instante con cambios en el relato, en la narración de nuestras vidas. Eso crea inseguridad, decepción y apatía. El amor no se puede organizar, no tiene plazos, ni fechas en el calendario. Es pura entrega. O se ama, o no se ama, pero si uno ama, se entrega. Y esa entrega, siempre sincera y amorosa, requiere de afectividad y cuidado, inevitablemente.

Debemos ser responsables con las relaciones que establecemos. Tener mucho cuidado de no jugar nunca con los sentimientos y expectativas del otro. Una relación siempre va más allá de uno mismo. El egoísmo es antagónico de cualquier relación. La empatía, el pensar en el otro, el comprender al otro, forma parte necesaria de cualquier tipo de acercamiento. Uno se puede casar consigo mismo y hacer como hacía Woody Allen, estar en continua búsqueda de sí mismo, en continuo conflicto con uno mismo. Pero si queremos crecer más allá de nosotros mismos, ahí tenemos las relaciones y al otro. Y al asumir ese crecimiento, debemos asumir un gran compromiso y una gran responsabilidad. Simpleza y objetividad. Amor y cariño siempre. Cuidado, tacto, amabilidad, respeto, entrega.

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Amor, compatibilidad, proyecto


© @bewatts52

«Todavía podría haber algún lugar para nosotros en algún lugar». Charles Bukowski.

El amor en nuestros días es una sucesión de nuevos comienzos con breves y casi indoloros finales. No queremos ataduras de ningún tipo, ni compromisos, ni responsabilidad con nada ni con nadie. Las relaciones son breves episodios en los que priva la búsqueda egoísta del beneficio personal. Cuando una pareja deja de ser rentable, se deja de lado y se busca una nueva. Me sirve, no me sirve, que diría el poeta.

Amar en tiempos revueltos ya sabemos que es complejo. Con el paso de los años descubrimos que amar no es suficiente para tener relaciones estables. Tiene que existir, además, cierta compatibilidad, cierta atracción y química, cierta admiración por el otro y un proyecto de vida en común. Esto son valores cada vez más caducos. Lo sólido está siendo sustituido por lo líquido, que decía Bauman. Las relaciones en nuestra sociedad, basadas en el individualismo, se han convertido en algo temporal e inestable, en un tiempo que carece de aspectos sólidos. Todo lo que somos y tenemos es cambiante y con fecha de caducidad, basando toda nuestra vida en la constante impermanencia, sin raíces, sin nada de cuajo, sin pilares ni soportes.

El miedo al compromiso es la razón principal de nuestro fracaso presente. Cuanto más rara se considera una persona, o cuanto más inteligente, consciente, independiente, libre y solitaria sea, más complejidad encuentra para compatibilizar una vida ya de por sí complicada con alguien, comprometida con alguien. La compatibilidad es más fácil cuanto más fácil sea tu vida, más simple tu inteligencia y más dócil tu manera de vivir. Pero si eres rebelde por naturaleza, independiente en cuanto a normas y formas y costumbres y consciente de que más allá de recrearnos en nuestros ombligos, hay vida más allá de nosotros, la cosa se complica.

Luego viene todo eso de la química, de la atracción. Uno puede amar a alguien, pero puede abrazar a esa persona como el que abraza a una ameba. Esta parte es compleja porque la química que une a las personas es compleja. La química es muy irracional, no está relacionada con ser más o menos inteligente, consciente o emotivo. La atracción es algo que se da o no se da. Y el grado o intensidad de atracción, de química, también es fundamental.

Luego viene la parte de la admiración: ¿admiramos a la persona que nos atrae y amamos? Esto es igualmente complejo. ¿Nos gusta su forma de pensar, su forma activista ante la vida, su manera de ver el mundo y mostrarse ante él? ¿Admiras su belleza, su inteligencia, su consciencia, su constancia? ¿Podrías estar un día entero mirándola, sin decir nada, solo admirando su sonrisa? Estas partes del amor se están perdiendo, es algo caduco para los tiempos que corren, y de ahí, en parte, es que vivimos en una especie de apocalipsis de una civilización que se acaba. Hemos dejado de admirarnos los unos a los otros, y ahora solo hacemos un uso mercantilista del otro. Me sirve, no me sirve, como decíamos al principio. Y así nos va.

Y luego queda el ingrediente principal, el proyecto común. ¿Tenemos algo que celebrar juntos? ¿Tenemos un proyecto común? Normalmente, o antiguamente, depende de como se mire, el proyecto común más común era tener una familia. Era, digamos, el pack básico de toda relación. Pero eso ya no está de moda, ¿quién quiere tener una familia en una sociedad líquida donde cambiamos de pareja cada dos años a lo mucho? ¿Quién es capaz de tener la audacia de comprometerse responsablemente a tener ningún tipo de proyecto común hoy día? En una sociedad donde la presión de cualquier tipo es motivo de ruptura, donde el romanticismo parece algo asqueroso, controlador o manipulador, donde nadie está para lo malo, sino que sale corriendo a la primera de cambio, donde la realidad virtual es más poderosa que el mundo real, que muchas veces suele ser decepcionante. ¿Quién quiere tener, realmente, un proyecto de vida hoy día más allá de tenerlo consigo mismo y su ombligo?

No estamos preparados para el amor. Amar hoy día es un acto constante de rebeldía. Es, diríamos, una provocación contemporánea. Un riesgo que pocos asumen, porque asusta amar, porque se teme perder un ápice de algo para entregarlo al otro. Nos protegemos, olvidando que un gran amor viene siempre acompañado de certeza. Si dudas, no amas. Aunque nos protejamos, aún no somos conscientes de que somos dignos de amar y ser amados. Y cuando podamos descubrirlo sin protegernos, a pecho descubierto, la vida tendrá un cariz diferente, un aroma diferente, una verdadera y bella alborada.

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Conmigo estás a salvo


© @kestermichael_

“La gente piensa que la intimidad tiene que ver con el sexo. Pero tiene que ver con la verdad. Cuando te das cuenta de que puedes contarle tu verdad a alguien, cuando puedes mostrarte a alguien, cuando te desnudas delante de alguien y su respuesta es conmigo estás a salvo. Eso es intimidad.” Los siete maridos de Evelyn Lugo, de Taylor Jenkins Reid

El cielo está gris. Suena música de fondo, violín, piano, susurro. No llueve, solo amenaza con cierto frescor y colapso de nubes. El ocaso es tenue, melancólico. La música siempre nos mece, nos calma, nos llena de cosas intangibles difíciles de describir. Los pajarillos agotan hasta el último momento para alimentarse en el comedero que construimos aquel verano. Todas las mañanas, al alba, el ritual siempre es el mismo. Me acerco, miro las ramas y observo cómo esperan su alimento.

El bosque está despertando a pesar del frío de última hora. Los brotes verdes empiezan a empujar fuertes y brillantes. La atmósfera se llena de las primeras flores. El sarmiento primaveral cubre la hierba que crece sobre los restos de la última estación. Entro en un momento de intimidad con todo lo que rodea este instante.

Hay cierta verdad en todo aquello que observamos cuando tenemos la capacidad de detener el tiempo, de aceptar los acontecimientos tal y como transcurren. Silencio más allá de lo aparente. Silencio profundo que nos traslada a ese pequeño paraíso que somos nosotros en nuestra soledad.

Dan ganas de contar nuestra verdad a alguien. Ese alguien que en ocasiones se aproxima por detrás y te abraza sin fingir, desnuda delante y detrás, transparente, frágil en ocasiones. Me siento a salvo con esa imagen, con ese perfume que aún acompaña cada instante. Esa intimidad del abrazo es indescriptible.

Me imagino girando a escondidas, tan desnudo como desnudo es el día, tan límpido y cristalino como la mañana, con su azul, con sus ocres, con sus blancos, con su música celeste. Me imagino poesía, canción, pájaro, susurro, casi silencio. Hay un bosque de palomas y fragmentos de escarcha. Salones con mil ventanas y suspiros, suspiros, suspiros, suspiros.

La boca cerrada exclama frente a los espejos, con ecos de muerte de aquellos pianos azules que vencieron al mendigo tiempo. Tejados donde crecen fresas y donde viven los brazos que se alargan hasta el mar. Alguien me dijo: te quiero, te quiero amor mío, junto al desván donde juegan los niños, entre luces y rumores de tardes tibias. Ríos de nieve y silencios oscuros de cada frente, de cada sudor, de cada melancólica canción que suena al final de cada instante.

Una cintura quebrada se acerca desnuda, invisible en la lejanía de cada baile recordado. Un disfraz nos aleja de lo insoportable, de aquellos jacintos que recordamos entre piernas y amapolas, azucenas y ondas oscuras de cada andar, amor mío, amor mío, que decía la canción. Y al final de aquella añorada melodía, el susurro en el cielo azul diciendo que puedes contar conmigo, que conmigo, siempre estarás a salvo. Es simple, decía el otro poeta: quien quiere estar en tu vida, está en tu vida, sin excusas… Como la mañana, como el ocaso, como la música, como ese abrazo que aún perdura, invisible, persistente, tenaz. 

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Amemos ahora, porque pronto moriremos


© @olivierrobertphoto

Fue desconcertante cuando aquella mañana de primavera desperté y vi que la cama yacía vacía, húmeda y doliente. En el susurro de la noche se escuchaban aquellos ecos: “Dame todo tu amor ahora, porque hasta donde sabemos, mañana podríamos estar muertos”. Y aquella mañana, realmente era como estar muerto. Vacío, lejos del sueño, perdido en la realidad de un mundo que carecía de sentido, un mundo engañoso, yermo, baldío, estéril, sin futuro.

No puedo seguir malgastando el tiempo añadiendo cicatrices al corazón porque todo lo que escucho es “que ahora no estoy lista”, decía aquella canción. Y así pasan las horas y los días y las semanas y todo se escurre por entre los dedos porque nunca estamos listos para nada. No estamos listos para amar, para vivir, para tener una familia, para crear proyectos, para volcar toda nuestra esencia en respirar la vida, en sentirla, en vivirla con urgencia. Nunca estamos listos ni preparados para enfrentarnos a la vida, por eso siempre estamos dispuestos a escondernos, a huir desesperadamente con cualquier excusa.

Y si no estamos listos para amar, ¿cómo vamos a estar listos para vivir? Si nunca tenemos tiempo para amar, ¿cómo vamos a tener tiempo para abrazar el elixir de la vida? La vida se nos vuelve a escurrir por entre los dedos, como arena fina, como agua de lluvia, como rocío de la mañana. La vida discurre y por miedo dejamos de hacer aquello para lo que estuvimos siempre consagrados. Preferimos huir a cada instante por miedo, por miedo al amor, por miedo a la verdad, por miedo a la vida. Preferimos sentarnos al borde del camino y ver cómo crecen las amapolas, en vez de convertirnos nosotros mismos en una flor radiante, en una flor viva. Y ahí en el camino, de alguna forma, parados, quietos, asustados, nos marchitamos.

No quiero juzgar lo que hay en cada corazón, pero, ¿cómo vamos a construir una vida plena si la llenamos de vacíos? Así que amemos plenamente, amemos fuerte, con desesperación, con urgencia, porque mañana, sí, mañana, podríamos estar muertos. Amemos ahora, porque pronto moriremos.

Decía aquel poeta que el amor no viene dado por la distancia entre la carne, sino por la posición del corazón. El mío, imitando aquel atardecer, estará siempre contigo…

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Entregando la vida al amor


© @poutge
«Quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres». «El laberinto de la soledad», Octavio Paz

 

Debo decir que en lo personal estoy feliz. Ayer apareció por fin, tras atravesar cientos de montañas, nieve y lluvia. Llegó radiante, plena, hermosa, con toda su luz y toda su luminosa aura. Unos amigos me habían ayudado a preparar concienzudamente el apartamento. Lo pintamos, lo limpiamos, lo arreglamos, lo llenamos de aroma, de flores, de cientos de detalles que solo podían ser vistos por el ambiente acogedor que desprendía cada rincón. Me sentí enamorado y primaveral al hacer todas esas cosas. Hacía tiempo que no sentía tanta emoción por recibir a alguien.

Me resultaría extraño describir la profundidad y el significado oculto del tan añorado encuentro. Solo ella y yo podríamos entender la envergadura de tamaña empresa, por todas las dificultades atravesadas y por toda la valentía y osadía por ambas partes. Pero por fin ocurrió como tenía que ocurrir, tal y como estaba trazado, a pesar de que en el laberinto humano tuvimos que dar algunas vueltas previas debido a ese libre albedrío que a veces, sujeto a miedos o equívocos, nos llevan hacia casas cuyos suelos terminan derrumbándose.

Ahora, desde ayer mismo, emprendemos un nuevo vuelo. Ambos sentimos que esta vez será diferente, que toda la trama estaba tejida en un aparatoso multiverso que quiso que nos uniéramos en uno de sus vértices, en uno de sus nodos. Un cruce de caminos, un paso de lobos. Sentimos que lo que nos destinaba la vida se ha manifestado, y que ahora depende de nosotros, y del buen uso de nuestro libre albedrío, el ceñirnos al guion trazado. Esto resulta complejo. Sentir que tenía que ser así y sentir que no puede ser de otra manera. Sentir, además, con cierta claridad meridiana, lo que va a suceder a partir de ahora. Los pasos a seguir, todo lo que la vida nos prepara y deberemos atender. Esto es de una emoción especial, selecta, hermosa.

Si algo hemos aprendido de esta historia es que el amor todo lo puede. Podemos sentir miedo en algunas ocasiones, equivocarnos y tirar la toalla, pero cuando dejas de distraerte, cuando centras todo tu afán en estar ahí en lo bueno y en lo malo, en la enfermedad y en la salud, en la riqueza y la pobreza, algo milagroso ocurre. Ya conocemos las fases de deseo, enamoramiento, querer y amor incondicional. Lo que nunca hubiéramos imaginado es que esas fases pudieran completarse íntegramente, como si de una espiral se tratara, en un mismo tiempo y en un mismo espacio. Ver la vida en espiral es poder comprender todas sus fases, todos sus ritmos, todos los ciclos de la existencia. Al hacerlo, uno sube a ese carrusel y es capaz de abrazar todos los mundos posibles.

Es muy difícil amar sin que te falte el aire, sin hacer de su vida, tu vida, que diría el poeta. El amor es como un pergamino de sueños a merced de las musas. Uno escribe una estrofa, el otro la interpreta. El amor es como un coro donde la música fluye entre el aroma de incienso, entre abrazos y sonrisas, guiños y complicidades. Enciendes unas velas, suena la música de fondo y te dejas llevar por el aroma de la vida. Ahora nos toca disfrutar del Sagrado Cotidiano, de la amabilidad de almas nobles, generosas y bellas, del afortunado reencuentro de seres que llevaban tiempo buscándose y por fin se han encontrado. Estamos felices, estamos dispuestos a superar todas las pruebas que la vida nos tenga preparada. Estamos deseosos de entregar nuestras vidas, a la Vida, a la Consciencia, al Amor. Tenemos fe y esperanza, tenemos fuerza y carácter, y tenemos el poder de resucitar, de entregarnos, en definitiva, el poder de dar el extra, amando.

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Yo soy tú hogar, tú eres mi hogar. De cómo volver a casa…


© @sejkko

Siempre hemos pensado que el hogar era un espacio físico. Dedicamos gran parte de nuestra vida, de nuestro trabajo, de nuestros ahorros, de nuestro dinero, a crear un espacio físico que consideramos nuestro hogar. Un día nos levantamos y descubrimos, quizás a raíz de un hecho traumático o alguna especie de iluminación interior, que el verdadero hogar es aquello que crea el fuego. El fuego interior, el fuego de una pareja, el fuego de una familia.

Aquellos que viven solitarios, crean su propia fogata, adornando sus vidas con espacios de silencio y soledad. Aquellos que viven en pareja saben y sienten que el hogar es el otro, es estar abrazados a un ser cuya energía desprende fuego, calor, hogar. Aquellos que tienen familia acomodan su vida al sentirse plenamente agradecidos por haber transmitido el fuego de los dioses a nuevas huéspedes. Crear una familia, aún sin saberlo, quizás sea lo más trascendente de nuestras vidas.

Somos forasteros que estamos de paso por este hermoso planeta. Aferrarnos a espacios físicos es olvidar nuestro peregrinar errante por la existencia. Nuestro ser vive y transmigra gracias a la chispa que los antiguos llamaban fuego cósmico. Cuando esa chispa encarna, el fuego se torna carne, calor. Es en ese calor donde encontramos nuestro hogar. Y cuando somos capaces de indagar en los misterios de la existencia, comprendemos que ese fuego debe ser compartido, transmitido. La llama que produce llama que produce llama. La transmisión de la luz, del calor, del fuego. En lo material y en lo iniciático. Luz, siempre más luz. Calor, fuego, amor.

Volver a casa es simplemente comprender este viejo arcano. Somos luz, somos chispa, somos fuego. Al entrar en ese pensamiento, en ese sentir, la vida fluye de forma diferente. Los diversos escenarios con los que nos encontramos ya no son relevantes. Ya hemos encontrado el fuego, ya somos conscientes de que somos fuego. Cuando eso nos penetra, cuando tomamos plena consciencia de ello, la vida se nos revela milagrosa.

Por eso no debe importarnos si vivimos en un palacio o en una pequeña cabaña en los bosques. Debemos preocuparnos por saber si hemos descubierto en nosotros y en el otro el fuego cósmico. Debemos emprender esa búsqueda, ese encuentro. Mirar al otro y ver en él la chispa que nos mueve, la unidad de todas las cosas. Ir hacia el otro, hacer del otro nuestro hogar, es comprender esa enseñanza profunda de volver al hogar.

Yo soy tú hogar, tú eres mi hogar. No hay mayor secreto para la verdadera felicidad que comprender eso. Cuando lo hacemos, integramos en nuestras vidas el espectro profundo de la existencia. Ya nunca te sientes solo. Ya nunca te sientes errante. Ya nunca te sientes desamparado en los ciclos vitales. Cuando descubres el fuego, descubres la vida, la consciencia infinita, el amor. Cuando descubres en el abrazo del otro ese fuego, todo se vuelve indestructible…

Bienvenida a casa. Bienvenida al Hogar…

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El reencuentro de las llamas


Esta tarde viajando por tierras de Babia y Astur

Gracias a la vida triunfó el amor sobre el miedo. Los astros se conjugaron, la voz del silencio nos guio y sin saber cómo, terminamos en mitad de unas escarpadas montañas, en el centro de la tierra astur. Tras unos días de movimientos, de silencios, de incertidumbre y desapego, llegó la última luna de este ciclo, la luna llena del gusano, la luna del deshielo, la luna de Virgo, la última luna del año astrológico. Es una luna que marca cambios y renovación, plenitud y realización. Es un momento especial para que los lobos se reencuentren en las montañas, para que las llamas iluminen con fuerza el cielo y la tierra.

Han pasado semanas de insomnio, de aprendizaje, de pulso a la vida y a los sueños. En dos días abrazaremos juntos la nueva primavera, la primavera soñada, esa que ya había brotado en nosotros en lo más profundo del invierno. Aquello que se sembró en Imbolc, Mazal y en la luna de Acuario, ahora, unas lunas más tarde, da sus frutos. Los nervios se nos adhieren al barro, a las paredes, que diría el poeta. El sueño se torna carne, las llamas se unirán esta noche, una noche eterna, esperada, ansiada, deseada, soñada, inspirada desde los límites de la bóveda celeste.

No son encuentros de cuerpos, ni encuentros fortuitos de emociones y deseos. Es el reencuentro de almas que habían tejido el sueño para germinar en él una realidad posible, amplia, consciente, de vida, de amor. Eso es lo fascinante, eso es lo increíble, eso es lo que nos mantiene vivos desde hace años, el hecho de ser conscientes de que el tejido fue trabajado en el gran obrador de lo sutil. Soñar con algo que por fin llega, que por fin se manifiesta, como si fuera ese mito maravilloso de la creación, esa trama oculta entre los hechos y las esencias.

Virgo, equinoccio, día del Padre… tres momentos significativos que conjugan con los primeros momentos. Todo en una sucesión de hechos que algún día serán descritos como imposibles, como conjugaciones propias de los cuentos y mitos de antaño. No puedo ahora contar nada, desvelar nada, pero estoy viviendo unas de las historias más increíbles y bonitas de mi vida. Una historia interior, exterior, profunda y onírica, algo susurrado desde los adentros más misteriosos.

Ahora toca abrazar el Sagrado Cotidiano, la milagrosa vida ordinaria, que se torna extraordinaria cuando el amor vence cualquier obstáculo, cualquier prueba, cualquier temor. Hoy es un día para el recuerdo, para el reencuentro, para la memoria, para la transformación de las almas, para la anunciación de ese mundo nuevo al que aspiramos.

La luna que vivimos, la noche de la certidumbre, de la evidencia palpable de que los sueños se pueden hacer realidad, de que el amor siempre puede triunfar si ponemos el coraje suficiente, la valentía de emprender el viaje sin miedo, la osadía de hacer que suceda aquello que inevitablemente estaba llamado a suceder. Ojalá el mundo se impregne de la supernova que hoy nacerá. Ojalá el mundo vuelva a la paz ahora que la misma llegó a nuestros corazones. Ojalá el amor triunfe siempre en los corazones humanos. Hoy es el gran día, el día del reencuentro de las llamas.

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Feliz, primaveral, enamorado


© @robertsalisburylandscapeart

Lo repito todas las mañanas desde hace más de un mes en los círculos de consciencia que hacemos en la casa de acogida. Es una forma de dar las gracias a la vida por este inmenso regalo. Llevo unos días melancólico por la impotencia de la guerra. A penas he podido escribir, y a penas he podido hacer nada. Solo mirar por la ventana, observar el bosque, los abedules, los pajarillos comiendo en el comedero, el invierno frío pero al mismo tiempo primaveral.

Una vez escribía en un periódico brasileño. Tenía una sección que se llamaba “Desde mi ventana”. Me invitaban todos los meses a escribir en español alguna impresión sobre la vida y la existencia. Desde mi ventana ahora contemplo el mundo, el bosque, los prados verdes, la fragancia de la vida pura, esperando a que algo ocurra más allá de ese marco conceptual que me separa de la realidad. Es una sensación hermosa al mismo tiempo que excitante. La melancolía golpea cada rincón del bosque al mismo tiempo que viene acompañada de cierta esperanza. La espera, no me sirve, decía el poeta, pero ahora me acompaso con ella, me duermo con ella, me despierto con ella.

Amar en tiempos de pandemia, amar en tiempos de guerra, amar en tiempos de amenaza nuclear y de destrucción masiva de toda la complejidad humana. Es una paradoja extraña el pensar que si estuviéramos ante el mismísimo final de los tiempos, podré decir que encontré sin duda a la mujer de mi vida. A esa con la que siempre soñé, a esa que sabe volar, como aquella María Luisa de Oliverio Girondo. Tanto tiempo buscándola, y ahora, como decía ese poeta, por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Esto es difícil de explicar. No se puede explicar una sensación nacida de las estrellas, de la bóveda celeste, de lo más profundo del mundo platónico. Es como si no hiciera falta palabras pedestres para describir algo indescriptible, algo que crea una llama indestructible. Es como si de repente el mundo tuviera sentido, como si todas las piezas de un gran puzle encajaran perfectamente. Miramos el mundo desde otra visión. Entendemos el amor desde otra dimensión. Un amor tejido no ahora, sino en otro espacio-tiempo en un universo muy lejano.

Feliz, primaveral, enamorado. Es algo que provoca una reacción profunda en mi interior. En nuestro interior. Dos personas que se aman, dos almas que se reconocen, dos seres que apuestan sinceramente por completar el ciclo maravilloso de la Vida, el Amor y la Consciencia. Es un ciclo que requiere paciencia, ternura, cariño, dedicación, protección, fortaleza, perseverancia, entrega, rendición, fe, esperanza, humildad, amor, amor, amor.

Es cierto que estamos en guerra, en pandemia. Quizás por eso más que nunca sea necesario hablar de amor, expresar amor, enamorarnos del mundo, de la vida, de nuestro ser amado. Es tiempo de entregar a la vida aquello que el ser humano está robando. Es tiempo de apostar por un mañana generoso aunque ahora todo se perfile desesperante en el egoísmo y la sinrazón. Es tiempo de amar, es tiempo de primavera, es tiempo de pasión y entrega. Sí, feliz, primaveral, enamorado. Algo urgente, algo necesario, algo inaplazable. En tiempos de guerra y terror, de miedo y peste, toca amar. Amar con desesperación, con arrebato, con locura. Amar como nos amamos ella y yo, de forma desenfrenada, dulce, divertida, entregada. Haciendo el amor volando.

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Yo quiero verte danzar


El amor es un eterno faro en nuestras vidas. No importa si ese faro desprende sus destellos desde una lejana bahía o penetra, estando nosotros en la profundidad de un océano, con breves resplandores, pequeños haces de luz. Debo confesar que en estos adelantados días de primavera, el Amor llegó y asomó y ensanchó toda mi vida. La sorpresa verdadera viene porque el Amor no ha llegado solo. Se acompaña de Consciencia, algo tan escaso en nuestros tiempos, y de Vida, algo tan añejo a esta época. Digamos que la conjunción ha sido casi perfecta en la bóveda celeste. Hay otro componente que lo hace diferente al resto de amores: el hecho de que naciera desde lo más profundo del alma y no desde la más térrea de las necesidades. Esto para mí ha sido muy importante y revelador. En parte porque, al ser una llamada del alma, ha sido conjunta, armónica, bidireccional. Es como si un amanecer fuera abrazado simultáneamente por otro amanecer, en perfecta sintonía. No hubo conquista por ninguna de las partes, solo entendimiento, reconocimiento, un profundo gozo del alma compartido y embellecido por sempiternas sincronías diarias.

Me resulta extraño hablar sobre estas ondas sísmicas que siento interiormente. Se ha despertado un fuego diferente, un fuego cósmico, un algo completamente nuevo dentro de mí que se teje despacio, quizás desde hace ya mucho tiempo, en otro tipo de universo. Vivo en un delirio feliz, en una locura, en una de esas fantasías narradas por la propia naturaleza para que su perpetua misión tenga un recóndito significado. Es como vivir en una narrativa nacida de los dioses antiguos, y transmitida oralmente por tejedores de luz que se empeñan en provocar una gnosis, una perspicacia del infinito.

Parece una laguna, el ancho río entre la blanca niebla de la mañana, que decía el poeta. El amor es poesía y no se puede entender sin ese halo romántico, para muchos trasnochado. Pero el amor es así, un ancho río en apariencia laguna. Es algo que se expande si es alimentado constantemente por dosis de romance y ternura, de cuidados, guiños y promesas que se van cumpliendo una a una. El amor es como un tobogán exiguo y resbaladizo que toma velocidad cuanto más cuidado y afecto se le añade. El amor es como esa creencia sufí que habla de la existencia de una especie de plataforma a medio camino entre Dios y la esfera sensible. Es el llamado intermundo, ese lugar desde el cual las almas privilegiadas pueden contemplar la realidad de todas las cosas, sumergiendo la mirada en la estática luz de los mundos invisibles.

Fijaos que la naturaleza del amor es distinta si nace desde la consciencia. Si no es elegida, ni violentada por egoístas actos de conquista o seducción, se filtra como lluvia fina entre nuestros poros más sutiles. El amor consciente no se busca, se reencuentra. Esto ha sido una novedad para mí, una revelación. Por primera vez he sentido que el Amor nos ha encontrado, o unido, o presentado, o reconocido. Es como un éxtasis histérico bebido desde las aguas de Trimegistro, Pitágoras o Platón. Es como un reconocimiento de lo Real, algo muy gurdjieffano en su naturaleza, pero algo de lo que ya hablaban los místicos sufíes de antaño. Los derviches lo entenderían suplantando la identidad de la danza junto al fuego. El éxtasis de los átomos, lo llamaban.

Por eso yo quiero verte danzar. En esa música infinita llamada amor. Como un alquimista que enciende el fuego para transformar su vida interior en un rayo de luz. Al pie de una montaña, meditando sobre la parábola. Aullando en los trémulos valles. Corriendo entre lobos por bosques zíngaros. Quienes se hallen dotados de razón comprenderán la naturaleza de este amor descrito. Y será en ese momento que dejarán de razonarlo, para abrazar sus brasas ardientes y su fuego, como un centro de gravedad permanente. Jugáis con fuego, danza y vida, dijo la existencia. Abracémosla y plantémonos para siempre.

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Las tres comuniones


«Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es Amor». María Teresa de Jesús

Hay tres tipos de comunión posible. La comunión con Dios, la comunión con tu alma y la comunión con otro ser. La comunión con Dios, o como queramos llamar a esa fuente de Vida Universal, es compleja de explicar. Algunos místicos y poetas lo intentan entre versos y rezos. Es como vivir en un éxtasis continuo, en una especie de expansión de la consciencia que incluye ampliar la visión del cosmos circundante y actuar en consecuencia cuando la unión es completa y eficaz. El místico tiene sed y hambre de la presencia de Dios, nada le satisface sin la presencia profunda del Amado, en el cual encuentra esperanza y cobijo. Las experiencias místicas son múltiples y se generan en todas las culturas, cada una con su acervo y peculiaridad. El místico es trascendido por el sabio y el sabio por el Entregado, aquel que entrega su vida al propósito oculto del universo.

La comunión con tu alma es una vía para llegar a la comunión con Dios. Esta segunda comunión intenta primero tener dominio sobre los mundos materiales, anímicos, emocionales y mentales siguiendo patrones que en la antigüedad llamaban procesos iniciáticos. Cada iniciación provoca un cierto dominio sobre uno de esos mundos, sus fuerzas y energías. Estos dominios crean una comunión, una integración entre esas cualidades o atributos de la personalidad, y el propio Alma. Aquí aparece otro tipo de éxtasis y comunión que refleja la Unión, el primer contacto con la consciencia cósmica y universal. Cuando las cuatro cualidades de la personalidad se integran entre sí mediante dichos procesos de iniciación, se fusionan en esa comunión, y construyen con esa luz radiante el puente o antakarana para conectarse y fusionarse con el alma, creándose la Unión total.

La tercera comunión es la que nace de la unión de dos almas o dos personalidades. Dependiendo de lo que ocurra, podremos hablar de uniones conscientes o inconscientes. Esto se puede ejemplificar en las uniones de pareja. Ocurre de igual manera un éxtasis, llamado enamoramiento, una búsqueda del ser amado. En las parejas inconscientes, la unión suele materializarse primero en los aspectos más bajos y anodinos de la personalidad. El sexo suele ser el punto de unión y anclaje. Algunas parejas más sofisticadas son capaces de sobrepasar y trascender la unión sexual y añadir, además, una unión anímica, emocional e intelectual. Esto ocurre raras veces, y de ahí la mayoría de fracasos de pareja. Basan su atracción en el sexo, y más allá de eso, no son capaces de buscar otro tipo de atracciones u formas de unión.

En las parejas conscientes ocurre exactamente al revés. Primero existe una unión de almas, de dos almas que al estilo de la filosofía platónica, se reencuentran. Nace esa unión profunda de dos partes que encajan perfectamente. Cuando se encuentran en el plano físico, la unión va de arriba abajo, al contrario de lo que ocurre en las relaciones inconscientes. Primero, mediante todo tipo de sincronías y reconocimientos, las almas se empiezan a recordar. Se enamoran, por decirlo de alguna manera, del ser esencial, del alma profunda. Ese enamoramiento va trascendiendo hacia la personalidad y ocurre un encuentro intelectual que explota cuando ese encuentro se realiza en el plano emocional. Ahí el aspecto Vida se manifiesta de forma insólita y abundante, el centro del corazón se abre y se expande de forma sublime y la unión de la Consciencia primero y del aspecto Vida después se manifiesta con gran sublimación. Cuando eso ocurre, la energía empieza a recorrer los cuerpos menos sutiles. Nace el deseo, la necesidad de unión física, y por último, esta se da desde lo más profundo y sagrado del ser. No desde la necesidad, sino desde una verdadera y sentida expresión de Amor.

Este tipo de comunión de almas, de almas conscientes, atraviesa las iniciaciones propias de la personalidad de forma inversa y compartida. Se puede decir que existe una iniciación grupal entre dos almas, entre dos seres que estaban destinados a unirse para expandir el Amor, la Vida y la Consciencia en este espacio y en este tiempo. Si nada les distrae, si nada les confunde y si nada les separa, habrán encontrado la auténtica fórmula del amor, de la verdadera comunión de Almas. Y juntos, más adentro de la espesura, desde esa base, crearan y hollaran el Camino hacia la senda del corazón, la senda de la Unión con Dios, con la Consciencia, con el Absoluto, con la Fuente, cocreando en éxtasis continuos Amor, Vida y Consciencia.

Estas parejas conscientes serán cada vez más abundantes, una vez hayamos superado todas las confusiones y distorsiones de la personalidad. El nuevo paradigma creará una correlación necesaria entre consciencia y parejas conscientes, creando, a su vez, familias conscientes, niños conscientes, un mundo consciente más expansivo y abarcante, más natural y armonioso. Es así, de esta manera, como el ser humano se realizará completamente.

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Basta un abandono sincero


© @noeljbodle

«Basta un abandono sincero, una verdadera gratuidad, una ruptura de los resortes del ego, para que, con la gracia puesta de nuevo en circulación, el don reaparezca en todo su asombroso esplendor». (Cattiaux)

Al terminar el día miro por la ventana. El bosque sucumbe oscuro. Se intuyen a los animalitos nocturnos girar de un lado para otro buscando sustento. Los pájaros anidan en las ramas, en los recovecos de árboles torcidos, entre su musgo verde y frondoso. El frío acecha, pero ya se empieza a respirar el palpitar de la vida latente. Las yemas empiezan tímidamente a despertar, dejando que la savia de la primavera empuje poco a poco. Puede haber niebla y humedad, frío y lluvia, pero la vida está ahí, esperando su nuevo ciclo.

Por la noche siento ese abandono sincero hacia la vida. Tras mirar al bosque cierro los ojos y musito un agradecimiento sincero. Un día más vivo, un día más saludable, despierto, amable, participando de esta gran fiesta existencial. Es una verdadera razón para que la gratuidad de la vida se manifieste. Cerrar los ojos, respirar profundamente por un instante, tener consciencia plena de todo lo que nos rodea, inclinar reverencialmente todo nuestro ser y dar las gracias. Una y otra vez, sin cesar.

Por la noche, los resortes del ego se suavizan. La mente, calma y cansada por la larga jornada, se retira a sus aposentos, quizás con el deseo de continuar su trabajo en el misterioso mundo de los sueños. En ese otro mundo habita todo lo que existe en nuestra memoria ancestral. Sueños de nuestros antepasados se amontonan y los vivimos una y otra vez. Sueños futuros que han de servir de cauce para que nuestras emociones se disipen y diluyan en el líquido astral. El registro akásico demuestra que todo está ahí, en el éter invisible, en la quintaesencia que mueve y anima todas las cosas. También la sustancia de la que se construyen los sueños. Abrazo entonces al ego cansado, doliente, húmedo, y respiro a su lado, animando su tarea, su labor, su gran misión de soporte de lo divino y ancestral, su gran carga para sostener al Ser Esencial que desea manifestarse. Amo al ego como amaría a un niño, con delicadeza, tacto y ternura.

Cuando todo oscurece y nos preparamos para abandonar el plano de lo real para penetrar en el otro lado, más allá del espejo, ponemos de nuevo la gracia puesta en circulación. La gracia de sentirnos vivos y partícipes de la Vida. La gracia de existir y arrojar nuestra vida hacia la búsqueda y promoción de la Consciencia. La gracia de permitirnos abandonarnos completamente al Amor, digan lo que digan, piensen lo que piensen aquellos que necesiten un porqué sobre las cosas. Basta un abandono sincero y el Amor fluye por todos sus raudales, por todos los recovecos inimaginables.

Cuando llegue el tiempo de las moras y de todos los frutos silvestres, acarrearemos de igual forma el mundo con diminutos pasos sosegados entre bosques y montañas. Antes de que la jornada termine, miraremos al bosque, y luego al otro, agradecidamente. Abrazaremos la tímida humedad de su propio umbral, sintiendo el hilo conductor de todas las cosas. Beberemos del manantial del agua viva, iremos a sus fuentes más profundas y sacaremos de todos los pozos el elixir de la tierra. Así hasta que el don reaparezca en todo su esplendor. Así hasta que el mundo de los sueños se entremezcle con nuestro mundo. Así hasta que la fantasía diseñada para ser felices se convierta en ese todo extraordinario. Al terminar el día, miraremos por la ventana cómo el bosque sucumbe oscuro. Junto al fuego, nos abandonaremos sinceramente para que todo lo que tenga que suceder, inevitablemente suceda.

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Me muero de amor


Pintura de Frank Dicksee (1884)

“El cielo engendra; el ser humano completa”. Antiguo dicho oriental

Nuestra naturaleza eléctrica y amorosa atrae a nosotros aquello que nace de nuestra consciencia. Si allí hay amor, el amor llega. Si allí hay Vida, la Vida llega. Si hay luz, llega inevitablemente la luz. El eterno joven que habitamos nos impulsa a seguir evocando las cualidades que el alma demanda. En los planos átmicos y causal ocurren acontecimientos que luego ven su reflejo en el mundo de la forma. Los átomos bailan y entran en éxtasis, las almas se reencuentran, recuerdan y reconocen en los caminos humanos y el amor inevitable brota a raudales. Un amor amable, sincero, honesto, transparente, sin trampas. Un amor verdadero.

Los pájaros cantan todas las mañanas, aunque no tengan espectadores. La luz amanece todos los días de forma incondicional, pase lo que pase bajo sus rizos dorados. La vida sigue sus ciclos, y todos se expresan de igual forma que hoy, día señalado por los poetas y los románticos. En este ciclo extraordinario, es hora de expresar el amor. De cantar el amor y embelesarnos con sus ambrosías. Es obra de abrir el pecho y sentir la presencia profunda de cuanto existe.

Y lo digo con un gozo en el alma, en un momento especial y hermoso en el que muero literalmente de amor. No es algo extraño, ni algo que buscara desde la necesidad. Había aprendido en estos años a estar solo, a estar tranquilo, paciente, sosegado, a mi aire. Pero la vida te sorprende de forma irreductible y cuando menos te lo esperas, el amor aparece, y te penetra, y te arropa, te conjura, te atrapa.

El concepto universal del amor y la afectividad, a veces reducido a cosas aparentemente fuera de lugar, es algo que deberíamos vivir todos los días. A cada instante deberíamos estar enamorados, mostrar amor, vivir en el amor. De nuestra pareja, de nuestros amigos, de nuestra familia, de nuestro país, de la misma grandeza de la vida y sus misterios. Deberíamos gritar de amor, vivir en amor, sentir amor a raudales. Un amor cortés, un amor noble, un amor sincero, un amor incondicional, extremo, radiante, alegre, divertido.

Sí, así me siento, enamorado, que es como decir que me siento vivo, humanamente lúcido. Porque el amor, aunque sea una de las mayores locuras, también es una de las mayores razones de lucidez. Un enamorado puede ver más allá de las formas, y aunque se estrelle una y otra vez en su camino loco, podrá saborear hasta el límite el jugo de la vida, todas sus mieles. Un enamorado disipa las nieblas del temor, puede ver las metas futuras de la especie humana, puede caminar en presencia y visión, puede entender sin más que el amar y el cuidar son la fórmula perfecta para la correcta Unión.

Estar enamorado es como volver a las moradas, a las montañas, a las cumbres nevadas de nuestra alma. Allí el espíritu te recibe feliz y alegre, deseoso de que ese amor correspondido produzca más vida de la que podamos abarcar. Vida que fluye, vida que se expande, vida que engrandece la vida. Sí, estoy enamorado, y vivo, muy vivo. Por eso me expando, me ilumino, fluyo con la corriente sanguínea del puro universo. En lo oculto del amor se encuentra el verdadero saber, el éxtasis de la vida. Amor es relación. Amor es todo. No sé si alguna vez os ha pasado, pero yo, en estos momentos, me muero de amor.

Como dijo el poeta, sé que vas a quererme sin preguntas, al igual que yo voy a quererte sin respuestas. Que todo lo bueno que nos ha llegado sea para embellecer nuestras vidas y nuestras almas, y que sirva, como reclamo y excusa, para expandir al menos en seis veces más la Vida. Te Amo… 😉

Amen.

Feliz día de los enamorados, a todes.

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El residuo de un ardor emocional interno


© @bensirda
© @bensirda

“En los textos arcanos, la sal es el residuo del fuego, así como las lágrimas saladas son el residuo de un ardor emocional interno.» El Camino del Loco – Mark Hedsel

Ella apareció como un nuevo planeta en mi universo. Sus bellezas más aparentes solo fueron un reflejo de todo aquello que encerraba dentro de sí. Sus tesoros más ocultos estaban por llegar, aún esperaban florecer poco a poco, aún se expresarían como una lluvia fina, despacio, amablemente. Una flor que se abre en una primavera próspera, cargada de semillas y mieles, de riqueza y pureza. Una luz cegadora cargada de un éter invisible pero certero.

Su trayectoria y su potencia de atracción es algo incalculable. No puedo medir la intensidad de su luz. Miro al cielo envolvente y no puedo ver un astro que brille más que ella. Como un residuo del fuego perenne, su halo migrante es la expresión de un poderoso ardor emocional interno. Es la llave a un portal invisible, a un universo paralelo que ya empieza a tejerse entre dos mundos.

No quiero insistir en el misterio de la vida, en la consciencia que se encierra en cada hecho acontecido. Solo puedo expresar admiración hacia los lazos que nos unen misteriosamente, ocultamente, en todo soplo de vida. El cósmico alejamiento del ser humano ante los hechos de la vida nos invita a preguntarnos cual es el secreto que se encierra en estos causales encuentros. La vigencia de lo mágico, de lo extraño, de lo sorprendente y milagroso nos debería recordar la urgencia del vivir. Sacar el jugo a todo cuanto acontece solo depende de nuestra apertura infinita.

Los más puros deseos y los más intensos sueños son obra del mundo de las almas. Allí se tejen las historias de amor, las vidas que se encierran en hogares halagüeños dedicados al cuidado y la protección. El ritmo del universo sensible se une al ritmo y los compases de dos corazones que palpitan al unísono. Lo sorprendente de este hecho es precisamente lo milagroso del acontecimiento. En la ensoñación nocturna, en el vagar de los astros, en los encuentros causales, nace el juego rítmico de una naturaleza salvaje y real. Allí de nuevo se encuentran la roca, el árbol, el águila. En el bosque animado, solo puede encenderse la luz del radiante planeta.

Siento un ardor emocional interno. Siento como el fuego abrasador crea el residuo condensado en lágrimas. En el atanor de la vida, algo nos conduce hacia la síntesis, la belleza, el esplendor. La obra de nuestra vida se puede resumir en ese pequeño residuo, en esas lágrimas que brotan una y otra vez de alegría y emoción, de plenitud, de poderoso sentir interior. Si te hace sonreír, ese es el Camino. Y desde que ese nuevo planeta entró en mi universo, no paro de sonreír, de brillar interiormente, de saltar de emoción de un lado para otro buscando entender porqué la vida te recompensa de forma tan generosa y profunda. A esa generosidad recíproca me debo. En cuerpo y alma, como un acto sagrado hacia lo más sublime de la existencia. Como un acto de reverencia primordial y absoluto.

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