El coraje de compartir en lo cotidiano, proteger y cuidar


© olivierrobertphoto
© @olivierrobertphoto

“Seas quien seas, no importa cuán solo estés, el mundo se ofrece a tu imaginación, te llama, como los gansos salvajes que, chillones y excitados, una y otra vez anuncian tu lugar en la familia de los seres”. Mary Oliver

Dicen que el secreto del verdadero amor es tener el coraje de compartir toda una vida desde lo cotidiano, protegiendo y cuidando aquello que amas y aquello que deseas desde lo más profundo del ser, en las pequeñas cosas del día a día por ese alguien que de repente apareció milagrosamente. Estos días me he sentido como nunca protegido y cuidado. He sentido a mi lado, a pesar de todo tipo de distancias aparentes, un ser capaz, desde el coraje, de compartir en lo cotidiano toda una vida extensa, profunda, arraigada, esperanzadora. Me he sentido protegido y cuidado, como si de alguna manera me sintiera en mi lugar en la familia de los seres.

Eso no ocurre todos los días, y me viene a la cabeza la complejidad de amar en lo cotidiano, en el día a día, en la vida ordinaria. Una pareja que se quiere es una pareja que no está distraída, que decía aquella entrañable abuela. Atiende lo importante, atiende con diligencia y ecuanimidad los instantes de la vida, aquello que se computa como imprescindible para poder sobrevivir de forma digna y sincera. Las parejas que duran son aquellas que, más allá de la vida extraordinaria que puedan llevar en un momento dado, aprenden a sortear las distracciones, las complejidades, los retos que se presentan. Encuentran de alguna manera una complicidad superior que los hace indestructibles. Se miran, se regalan una sonrisa, un abrazo, y continúan adelante, cómplices de todo cuanto ocurre, eternos aliados de la existencia.

La gente buena, que la hay en todas partes, sabe de estas cosas. Se alimentan de amor. Se miran con amor. Se creen vivos gracias al amor. Es gente que hace la vida fácil, que recuerda lo extraordinario de estar vivos y comparten esa emoción desde los adentros más inmediatos. Fijaos cómo los pequeños detalles engrandecen el sagrado cotidiano. Fijaos en esa persona que os pone una manta encima en momentos de frío, que enciende el fuego y te mira complaciente para ver si has alcanzado ese confort necesario. Personas que te traen un vaso de agua sin preguntar si tienes sed o te besan simplemente porque ve en ti la belleza lindante. Esos que te llaman, que te escriben, que dibujan corazones en cualquier parte para que los veas y te asombres. Esas personas que te protegen, porque saben de nuestra fragilidad humana.

Hay que tener coraje y valor para entender que la vida se engrandece en lo pequeño, en la sencillez de las cosas, en los guiños, en los gestos diarios. Pensar al otro desde el corazón y empatizar con toda su vida entera. Besar una a una todas sus heridas pasadas, para crear un mundo futuro amoroso y cálido. Hay seres que te cuidan y valoran, que están ahí siempre, en los momentos felices pero sobre todo, en la complejidad de todas las pruebas. Llega un momento en el que deseas rodearte de aquellos que te quieren como eres, que te aceptan como eres, de aquellos que se convierten en mentores porque desean lo mejor para tu vida. Llega un momento inexplicable en el que eso ocurre.

Hay seres luminosos y sanadores que están amándote desde el silencio, desde la sencillez, desde la humildad. He sentido estos días que, a pesar de las aparentes lejanías, alguien estaba pensando en cómo descifrar mis códigos, en cómo atraer la atención de mi alma, en cómo abrazar sin condiciones ni condicionantes a mi ser esencial. Me he sentido estos días querido y cuidado, protegido en lo cotidiano, haciendo que cada día fuera un momento inolvidable. He sentido ese amor, sin más detalle y sin más consuelo. Un amor grande, de esos que llegan a tu vida y parece que estarán ahí para siempre. Quizás aquella anciana tenía razón: no te distraigas, cuida y protege en el día a día al que amas, y la vida será un gran camino de amor y aprendizaje. Sea como sea, estos días he encontrado mi lugar en la gran familia de los seres.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

La voz de mi corazón es un pájaro que canta, alma que vuela en la luz


A nadie revelaré mi descubrimiento. El incesante y vasto universo me lo susurró anoche, en sueños. Había allí un camino, más bien una senda ondulada, estrecha pero creciente, hollada por múltiples almas que dirigía a lo más alto de las montañas. En la cima de una de ellas, quizás la más nevada, la fuente, y a su lado, una mujer vestida de blanco, con una pluma en la cabeza, meciendo entre sus manos aquella esperanza del canto augural.

A nadie revelaré mi descubrimiento, pero puedo decir, aún en susurro, que la voz de mi corazón es un pájaro que canta, un alma que vuela en la luz. Una sola vez en la vida he tenido ocasión de examinar los quince mil versos de esta epopeya. Fue un desvelo que con el paso del tiempo siempre recordé como un lejano sueño. No era una pintoresca disgregación o un gallardo apóstrofe de lo que podría ser toda una vida. Más bien era la descripción real de un destino ineludible, de algo que inevitablemente tenía que suceder, por estar escrito.

A nadie podré revelar mi descubrimiento, pero sepan que los cantos mañaneros y los versos de la forma y la flamante poesía y los vientos que vienen ataviados del septentrión son verdaderos. Las osamentas color blanquiceleste que sostienen el epíteto rutinario, el rojo vivo de la curiosidad y el hallazgo, también son reales. Cuando uno siente melancolía por todas esas cosas, pero desde el sosiego y la paz,  es porque ya las abrazó en su momento. Porque, de alguna manera, recuerda alguna frase perenne del libro del silencio, algún gallardo apóstrofe de alguno de los quince mil versos. La pluma en la cabeza, el canto augural, en la cima, junto a la fuente, no son más que estables atribuciones del destino.

Sé que no podré hacerlo, que nunca podré revelar la voz de mi corazón que canta como un pájaro libre, sobre la rama de un roble, en cualquier jardín botánico, en cualquier paraíso cuyo florecido mundo se sostiene de esa alma que vuela en la luz. Una luz que suspira, que se renueva, que lo engloba todo, como ese lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe. Allí están todos los veneros de luz, y allí está ella, con su pluma, con su cuna, esperando.

Nadie, nadie podría entender mi descubrimiento. Solo el amor que cura. Solo en la soledad se ha podido gestar la maravillosa senda por la que ahora transito. Una senda donde diviso la montaña, la cima, la fuente, y esa cuna arropada y protegida por un alma noble y hermosa. Solo un verso de los quince mil que nos quedan por vivir. Solo un apóstrofe de esa divina escala que sucumbe hacia la unión de los opuestos, hacia el abrazo profundo de las almas. Agua que fluye, luz que irradia, tierra que camina, fuego que abrasa en la tierra ardiente y húmeda. Nadie podrá entender mi descubrimiento, excepto aquella muchacha de la pluma, que junto a los lobos aullaba en la noche más profunda. Esa voz de mi corazón que es un pájaro que canta, un alma mía que vuela en la luz… un alma que ahora grita y descansa.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Serendipia sempiterna


“Madre Tierra, tú eres mi soporte vital, como soldado, necesito beber tu agua azul, vivir en tu arcilla roja y comer tu piel verde. Ayúdame a equilibrarme como tú equilibras la tierra, el mar y el espacio. Ayúdame a abrir mi corazón, confiando en que el universo me alimentará. Rezo porque mis botas pisen siempre tu rostro y mis pasos coincidan con tus latidos. Lleva mi cuerpo a través del espacio y el tiempo. Eres mi conexión con el universo y con todo lo que viene después. Yo soy tuyo y tú eres mía. Te saludo”.
(Los hombres que miraban fijamente a las cabras)

Qué hacer cuando el destino llama a tu puerta. Cuando de repente se detiene el tiempo y el planeta entero empieza a decelerar. Cuando la realidad Una se manifiesta y entremezcla; el tiempo cronos se difumina con el kairos y toda la vida se detiene, escuchándose tan solo el latir de todas las cosas, de todos los seres. Un latir lento, sosegado, apacible. Un fenómeno hilozoísta silencioso. Ahí, en ese instante de quietud, se escucha la vida, se adivinan los lazos invisibles que nos unen unos a otros, se perciben las almas que se reencuentran una y otra vez para múltiples propósitos. Es en la noche cuando los cuerpos se desnudan, en su arco celeste, en su bóveda astral. Es en la noche cuando los velos caen y la luz brillante de la oscuridad aparente se desliza sincera por las almas.

De repente un hallazgo afortunado e inesperado, una serendipia. Desde una galaxia lejana, más allá de Sirio C, una hebra surge. Alcanza los telares de la tejedora. Se expande por los recovecos infinitos de todos los mundos del círculo-no-se-pasa. Y se posa leve, como una pluma, sobre la mesa de Ceres. En la luna nueva de Acuario ocurre el sempiterno fenómeno. Dos estrellas lejanas que se juntan en un espacio-tiempo más allá de todos los espacios y todos los tiempos. Era un designio, una señal del cósmico firmamento, un algoritmo que esperaba paciente su momento. O un destino llamando irremediable.

Como un pequeño vals vienés, soñando viejas luces cuando los rumores llegan en la tarde tibia, lo que tiene que suceder, inevitablemente sucede. Allí de frente, los corazones, más allá de los cuerpos, la alegría por el descubrimiento desnudo. Quizás aquello que el Universo tiene para cada uno no sea más que un sueño, o quizás una posibilidad, o tal vez una realidad con forma de cabeza de río, de armónicos y jacintos. Sea como sea, ahí está el mar, su anchura, su infinito, su hallazgo, el momento único e irrepetible de la ocasión. La semilla que se porta, como aquella acuariana ráfaga que da de beber agua a los sedientos del desierto.  A los pajarillos, a los alegres ratones, a los tímidos cervatillos y conejos.

Las almas se ponen de rodillas y rezan juntas, de igual manera que lo hacían en la extinta isla de Thule: madre Tierra, tú eres mi soporte vital. Un fragmento de la mañana, en el salón de la escarcha, una luz en el amanecer. La voz del corazón es un pájaro que canta, alma que vuela en la luz. Todos son fragmentos, todo es oración. La leyenda, el mito, el cuento, se entremezcla de forma extraña con la realidad. La fantasía se vuelve presagio, se transforma en señales, en certezas. ¿Y si no fuera un sueño? ¿Y si fuera lo inevitable? Aquello que sucede de repente, como un hallazgo soñado y esperado. Aquello que se tejió misteriosamente en los telares infinitos. Algo que durará siempre por no tener ni principio ni fin. Algo que llama fuerte a la puerta del Destino.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

A la que ama a los lobos


Soy una continuación, como la lluvia es una continuación de la nube.
Thich Nhat Hanh

A Alexandra, agradecido por su luz… 

Amanece. Era inevitable. Nace con una nueva luz, con una radiante luz. Cero grados fuera, en el bosque. Unos acogedores seis grados dentro, en la pequeña cabaña. Los rayos golpean el rostro de frente, sin miedo, abrazando cada éter de su infinita generosidad. Me siento una continuación del crepúsculo de ayer, en un estado nuevo, en una versión nueva. Como la lluvia es una continuación de la nube, los rayos de este amanecer lento y sugerente es una continuación de los rayos del atardecer.

Releo de nuevo, al alba, el poema de Antonio Colinas: “Zamira ama a los lobos”. Al hacerlo, siento el mismo deseo que el poeta: “yo quisiera ir con ella a buscarlos, a las tierras más altas, donde los robledales rojos de Sotillo, han perdido sus hojas en las fuentes, allá donde los caballos beben el agua helada de las cascadas y se espera la nieve como una bendición”. Los versos, frescos e inspiradores, aúllan dentro de mí. Me imagino a Zamira con una pluma en su cabeza, subiendo salvaje hacia las montañas, buscando las fuentes heladas, buscando en los rayos del sol su propia continuación, y yo intentando alcanzar sus sombras, corriendo detrás de ella hasta llegar a la cima, junto a los lobos.

Como el día se cargará de recuerdos inevitables, escucho de nuevo la canción de José Alfredo Jiménez,  ¡Vámonos! Como si dos seres distintos no se pudieran querer, que decía él. Qué hermoso sería, que sin ser primavera aún, sin ser iguales, que nada importara. La vida es muy corta, así que vámonos, donde nadie nos juzgue. Sí, vámonos a los bosques, junto a los lobos, buscando los rayos de un nuevo amanecer. Zamira, partamos y no regresemos, ¡vámonos! ¡Allí nos esperan los lobos y las fuentes! ¡También la alegre compañía de los niños salvajes!

La sonrisa de aquellos niños salvajes viviendo en las montañas, entre bosques y ríos, subidos a robles y abedules, castaños y fresnos. Unos que suben, otros que caen, todos riendo por las bromas del bosque. Una vida fresca y libre como el cielo azul y brillante. Una vida con un sentido nuevo, con una consciencia diferente. Una vida vivida, plena, radiante, consciente. ¡Oh dulce vida! Todo parece tan mágico cuando se sueña desde la inocencia y la bondad.

Así que estos días de enfermedad han servido para disfrutar del amor, el regalo de la vida, los sueños, la poesía, la música, la amistad. Han servido para mirar de forma diferente los crepúsculos, y atender con urgencia los nuevos amaneceres. Ha sido como subir a las montañas y ver en los ríos nacientes sus fuentes, un brote de esperanza, una luz nueva. Subir a lo más alto, allí donde viven los lobos, y aullar con ellos. Sentir como si todo fuera una corriente, un fluir, la continuación de algo que nunca se detuvo, que siempre estuvo ahí. Saber que lo que tenga que suceder, inevitablemente sucederá. Saber que a veces, esperar merece la pena, porque pase lo que pase, siempre llega el amanecer, y su nueva luz radiante.

Gracias Zamira por aullar junto a los lobos, allí en las montañas, cerca de las fuentes heladas de este invierno prometedor, junto a los niños salvajes.

Llegando a casa en el crepúsculo


Nikolay Ninov, 1973. Artista búlgaro. Llegando a casa en el crepúsculo.

Sucesos sin fin fluyen hacia la eternidad. Los ocasos son hermosos hilos en ese fluir. La luz se apaga, se vuelve roja, intensa por un instante hasta que desaparece tras las montañas. Surge el silencio. Así una y otra vez. Cada ocaso, cada crepúsculo es diferente. El trabajo y su calidad determina cómo vemos cada atardecer. El cansancio influye. La enfermedad o la salud influyen. Puedo decir que hoy el ocaso era diferente. Lo tenía a mi espalda pesada como juicios. Lo percibía en múltiples colores tras de mí. Esta vez, a diferencia de otras veces, no quise mirarlo directamente. Solo sentir el calor de los últimos rayos, el devenir del arrojadizo silencio.

La sensación, quizás por primera vez en mucho tiempo, era de haber llegado a casa. Veía los libros amontonados, los mensajes sin contestar, las llamadas no atendidas. Sentía cierto calor al ver la luz tenue que entraba suave por la ventana. Adivinaba el bosque ante la imposibilidad de ver todo el conjunto. Solo algún abedul, algún roble y las madreselvas, destacando especialmente ahora que los árboles están desnudos.

Llegar a casa en el crepúsculo y sentir el crepitar del fuego en la chimenea. Es invierno, hace frío. Alguien acumuló algo de leña seca durante aquel verano inolvidable. La recuerdo con devoción y cariño. Puedo decir que la añoro. Por eso quemo la leña muy despacio, con la esperanza de que el montón que acumuló pensando en mis fríos inviernos nunca termine. Es una ilusión, igual que el amor es una ilusión cuando no es correspondido. Pero ahí está la pila de leña, dos años después.

Hace días que no toco el piano. Algo falla en la electricidad general que hace que a media tarde, en el ocaso, nos quedemos sin luz. Debería revisar la instalación eléctrica. Es difícil llevar tantas cosas sin luz, especialmente ahora que las noches son largas. Pero más difícil es ver el piano silencioso, esperando algún sonido nuevo, alguna improvisación. Pongo la bombillita auxiliar, la que conservo para este tipo de emergencias. Con ella puedo leer algo, escribir algo, pensar algo. Hoy me sorprendí tumbado, mirando hacia la nada, sin más. Observaba la estantería llena de libros y me preguntaba sobre esos sucesos sin fin que fluyen hacia la eternidad. Todos los días se suceden uno tras otro y todos los días los ignoramos. Ignoramos los atardeceres, los amaneceres, los días de radiante sol, los días de lluvia, los ciclos que se amontonan a cada instante y a los que hemos dado la espalda.

Me siento en casa. Ya es de noche. El bosque está extrañamente silencioso. A veces se escucha alguna lechuza, algún ave nocturna o algún roedor haciendo de las suyas. Las perritas se han independizado y ya no escucho sus peleas y juegos. La soledad es tremenda, especialmente cuando el recuerdo te lleva a ese compartir de antaño. Leíamos juntos, hacíamos fuego, estudiábamos, escribíamos, reíamos, nos abrazábamos y pensábamos la vida como algo único e irrepetible. Hoy hace tres años que por estas fechas viajamos al desierto de Israel, a Tierra Santa. Tres años ya…

Desde que se marchó perdí la ilusión por el amor. Sentí que de alguna manera estaba llegando al crepúsculo de mis días, y que ya solo me esperaba disfrutar de los mismos de forma desapegada y solitaria, desde otro lugar, desde otra alegría interior. Quizás así sean los crepúsculos. Lugares de paso, de transición, de espera del anochecer. Luego la profunda noche… luego… de nuevo… el amanecer… y su luz, y su radiante luz…

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

El incondicional. De como llega la llamada de la selva rozando los cincuenta


Es algo extraño, pero como todo está cambiando, pues la extrañeza casi se torna normalidad. Las relaciones cambian, el modelo de familia cambia, el amor cambia, todo cambia. También cambian las necesidades naturales, de haberlas. La biología está cambiando de igual manera. El tener hijos ya ha dejado de ser algo normal. Se podría decir que lo normal es no tenerlos, romper con la genética, con los ancestros, con la cadena que nos une a la historia de nuestro pasado, de nuestra familia, de nuestra especie. Esa ruptura se funda en la emancipación, principalmente, de la mujer. No solo la emancipación con respecto al hombre, sino también con respecto a los procesos biológicos. Cada vez son más las excepciones de mujeres que deseen tener pareja estable, familia o hijos.

Viendo lo que estoy experimentando en mí, a pesar de mi soltería y mi edad, quizás es que la biología se está retrasando. Todos los seres hemos nacido para expandir y perpetuar los genes. Eso es lo natural en la naturaleza. Se puede o no luchar contra ella, pero, de alguna manera, está latente en nosotros. La naturaleza se expande en el tiempo y en el espacio. Y para ello necesita que nosotros nos suframos cierta expansión. La naturaleza latente que albergo en mis entrañas se está despertando con fuerza ahora que ando rozando los cincuenta, y ahora, que uno podría decir que ya ha hecho de casi todo en la vida, es cuando tiernamente surge el deseo de expandirme, de tener descendencia, de cumplir con mi parte en la esencia natural de la evolución.

Ayer bromeaba con una amiga que llegó a llamarme el incondicional, por eso de que, quizás, sería capaz de albergar la esperanza de amar incondicionalmente siempre y cuando encontrara un atisbo de posibilidad. La broma iba a más cuando miraba mi carta de presentación y decía que sería un imposible el poder seducir a ninguna mujer dado mi estado actual de vida. “Hola, me llamo Javier, soy vegetariano, abstemio, un poco friki místico-espiritual y vivo en una pequeña cabaña en medio de un bosque”.

Este estilo de vida está totalmente reñido con cualquier tipo de alianza con la naturaleza y sus llamadas. Digamos que vivo una vida contranatura, al menos tal y como ahora se entiende la naturaleza. A estas alturas casi no me importa. No hay lucha contra la llamada natural. La vivo con cierta alegría sin más. Interiormente me siento completo, tranquilo, apaciguado.  Entiendo que sería una suerte dar la oportunidad a que otras almas se encarnaran en este proceso evolutivo tan especial, pero si no puede ser en esta, pues ya será en otras vidas.

Quizás por eso cuando vi a esos dos cachorritos no pude contenerme. Los adopte inmediatamente. Dos pequeños perritos pueden suplir esa necesidad biológica de procreación. Es un poco triste, pero quizás sea una respuesta natural ante la imposibilidad, dado los tiempos que corren, de ir más allá. Así que feliz por estas dos nuevas compañeras de viaje, Aura y Luna. Vamos a ver qué nos depara el destino con ellas. Bienvenidas a la cabaña. Prometo amaros incondicionalmente.

Poliamor y la ética del putón


Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado: «¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto! Todo esto me han urdido mis enemigos malvados». Anónimo

El rey Filipo de Macedonia tenía un esclavo en la puerta de su dormitorio que todas las mañanas le decía: «Levántate, rey, y piensa que no eres más que un miserable mortal». Esa mortalidad dejaba entrever muchas cosas, esas diez mil cosas que nos atañen como meros mortales y que no por ello deberíamos desconsiderar. Filipo, como buen griego que se precie, tuvo un final trágico. La tragedia forma parte de la vida, como el amor y la muerte. Sobre la muerte ya tendremos tiempo de hablar, o no. Así que hablemos un poco sobre el amor en nuestros días, que como tiempos de antaño, se ha convertido en otra tragedia griega.

Hay que dejar ir a la gente que no está lista para amarnos, decía aquel. Visto así, parece una frase anticuada, algo así como imaginar el universo supuestamente conocido, en una magnitud diez elevado a 42 respecto de una partícula quark, la más pequeña conocida, que decía el otro. Hablar de amor es como hablar de un galimatías que nadie entiende, por eso nos gusta tanto reducirlo todo al sexo. El sexo es la panacea de lo sencillo, de lo abrupto. Es algo sencillo, más irracional, no necesita de fórmulas matemáticas complejas. Y como ahora habitamos una cultura reduccionista, casi diría que vivimos en una sociedad de estúpidos, pues lo reducimos todo al sexo, porque para amar, para amar hoy día tienes que ser astrofísico, o matemático, o honoris causa en alguna materia compleja. El sexo, sin embargo, es algo que practican hasta las gallinas. No tiene ningún mérito.

Especialmente cuando ves como se está desarrollando el mundo, como está empleando sus fuerzas de liberación en una nueva ética amorosa donde casi se permite todo (cuando digo todo me refiero a todo lo que sea fácil y útil). Lo vemos todos los días. Personas que van y vienen, pasan un tiempo y en un mes se pueden acostar con tres, cuatro, cinco o seis personas diferentes. En círculos estrechos los llamamos depredadores sexuales, pero ese es un término despectivo y obsoleto que no podemos vociferar muy alto. Las autoras del libro “Ética Promiscua” los llamarían putones éticos.

Para ellas no es una forma despectiva de tratar un tema complejo, el del poliamor de nuestro tiempo (ahora se dulcifica así la promiscuidad de toda la vida). En su guía esencial para aquellos que desean explorar las posibilidades del poliamor de forma ética, nos sorprenden sus ideas abiertas y adaptadas a nuestro tiempo.

En el fondo, hay tres tipos de personas: la gente que sueña con vivir en la abundancia del amor y el sexo (los promiscuos de toda la vida), los que prefieren abstenerse de ambos (ahora se les llama singles) y los que median entre el pasado y el presente, intentando llevar a cabo el imposible de amar y ser amado con cierta exclusividad, como antaño.

Hay una compleja y profunda contradicción en esta sociedad superflua donde todo es provisional y líquido, como decía Bauman. Los que viven solos y quieren seguir estando solos se contraen y expanden consigo mismos. Los que desean amar y ser amados en exclusividad han quedado relegados al olvido (demasiados complejos para los tiempos epidérmicos que corren), y el resto, simplemente disfrutan, llenando sus vidas con todo tipo de relaciones que al final, y aquí está la paradoja, les hace sentir vacíos y solos.

Aunque lo parezca, realmente no estamos hablando de fenómenos nuevos. Alejandro Magno, el hijo de nuestro Filipo, tuvo concubinas, amantes, varias esposas, e incluso relaciones homosexuales, que en aquel tiempo era algo normal. El concepto de “amante”, es decir, de aquel amor que nace fuera del contexto familiar o el decorado de pareja, siempre ha existido. Ahora nos quitamos las máscaras y hablamos abiertamente de poliamor, como si esa fuera la mejor forma de adaptarnos a una naturaleza, la sexual, que no somos capaces de dominar o sostener. Más bien lo contrario, preferimos darle rienda suelta, e incluso llamarla “ética” para justificar nuestra falta de control sobre la misma, o mejor dicho, nuestra falta de identidad sobre su estrato superior: el amor.

Para las autoras del libro antes citado, “«putón» es una persona de cualquier género que ensalza la sexualidad de acuerdo con la idea radical de que el sexo es agradable y que el placer es bueno. Los putones pueden elegir tener sexo a solas o tener sexo con un regimiento. Pueden ser heterosexuales, homosexuales o bisexuales, activistas radicales o vivir pacíficamente en barrios residenciales. Así que estamos orgullosas de reclamar la palabra «putón» como un término de aprobación, incluso de cariño”.

Bueno, seguramente Filipo y Alejandro Magno entrarían dentro de esta entrañable descripción. Y cualquiera que, sin ser rey, pueda llevar una vida mundana y simple, sin complicaciones, que a diferencia del sexo de aquí te pillo y aquí te mato, nos permite alejarnos de las complejidades del amor. Lo importante es tener una vida líquida, superflua, epidérmica, sin arriesgarnos a enfrentar las matemáticas del amor, que siempre son complejas e insondables. Y así nos va.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Aquel día en el que nació en nosotros la era de Acuario


AQUARIUS, La quinta dimensión con Subtítulos en español.

 

“Para ver un mundo dentro de un grano de arena y el cielo dentro de una flor silvestre, sostén el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora”
William Blake

¿Os acordáis de aquel momento en el que la persona que os gustaba se marchó con otro y sentisteis cierta paz? ¿Os acordáis cuando parecía todo roto e imposible y de repente la vida brilló como nunca lo había hecho? Ese momento en el que todo parecía perdido y de repente te veías danzando en plena ciénaga, en pleno Apocalipsis como si todo el poder del universo recayera en ti.

Era aquel día en el que la luna estaba en la séptima casa y Júpiter estaba alineado con Marte. Era el día en que la presión de Barg y la electronegatividad del neón se alinearon para guiar la paz de los planetas y el amor universal se consolidaba como la única dirección hacia las estrellas, como la única esperanza posible.

Ese día fue el augurio del auténtico amanecer. Armonía y entendimiento parecían la nota clave de todo ese sentir, de toda esa explosión de poder. La confianza y la simpatía entre los diferentes reinaron por un instante que se hizo infinito. Un infinito sostenido en la palma de la mano, una eternidad que se expresó en aquel momento de lucidez, viendo el mundo dentro de un grano de arena y el cielo entero dentro de una flor silvestre, sosteniendo esa momento único e irrepetible en un rayo de luz cegadora, sempiterna.

Las falsedades y las crueldades parecían alejadas. El dolor, la ira, el engaño, la desilusión. Y sí, nos gustaba aquella persona, pero se marchó para siempre, como si un mar entero la hubiera engullido, como si en esa dejadez y descuido el mundo, en vez de venirse abajo, se reinventara. Amábamos su sonrisa, sentíamos sus abrazos mientras huía hacia otro mundo, hacia otros brazos, había otra vida, hacia otros molinos de viento que la empujaban al septentrion.

Visiones y sueños dorados amanecieron en aquel día de absoluto dolor y abandono. Como si todas las revelaciones del cristal místico nos hubieran hecho comprender el sentido de la vida y todos nuestros pensamientos encontraran la verdadera liberación. Algo poderoso estaba pasando en nuestras vidas y no éramos conscientes de ello.

Dejaste que la luz del sol entrara en ti. Que entrara la luz del sol y de todas las estrellas. En las situaciones más terribles, en los momentos de dolor más extremo, no miraste hacia abajo, miraste hacia arriba y contemplaste la inmensidad del universo. Dejaste que brillara lo más fuerte, lo más poderoso, lo más heroico que hay en ti. Abriste el corazón y cuando no pudiste más, dejaste que la luz del sol cumpliera con su misión más reveladora.

Cuando estuviste solo, abatido, derrumbado, inmerso en la más profunda de las cavernas, te alejaste de esa oscuridad doliente y huiste hacia la luz. Cuando sentiste que habías sido maltratado y todo el mundo se alejaba, resplandeciste.

Es cierto, se marchó, pero al hacerlo, ante la inmensidad del dolor y la impotencia del devenir, resplandeciste. Es ahí, cuando esa persona amada nos abandonó y supimos restablecer nuestra vida desde la compasión y la fe incondicional, cuando empezó en nosotros la verdadera era de acuario. Fue en ese instante cuando pudimos sentirlo, abrazarlo y vivirlo para siempre. Fue ahí cuando entendemos toda la complejidad del cosmos absoluto. Como si todo estuviera contenido en un grano de arena y el cielo dentro de una flor silvestre.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Noi viaggiamo sulle onde della Vita. Insieme


La paura?
È di chi non ama.

Noi
Noi viaggiamo sulle onde della Vita.
Insieme.

– Alessandro Maini

La mayoría habéis estado donde yo estoy esta noche, en el lugar del accidente del amor no correspondido, como decía Chris en sus reflexiones de Doctor en Alaska. Cuanto más nos prohíban tocarnos y abrazarnos, más deseos surgirán de amar. Esa es nuestra conmovedora vulnerabilidad. El miedo es de quien no ama. Es una cosa elusiva y efímera que nos aterroriza. De alguna forma nos están educando en el miedo, en el miedo en el otro, en el miedo a amar. Nos enseñan a elegir algo: preferir escondernos ante la vida y el amor. Una vida de quien se amaga en la oscuridad de la soledad y la engrandece, orgulloso, engreído superior del superlativo abstracto que defiende que la soledad siempre será mejor que la compañía.

¡Qué artimaña burda! ¡Qué insensatez proclamada! Claro que se está bien solo, siempre que uno renuncie a la vida, siempre que uno se desprenda del sabor único de viajar cabalgando sobre las olas de la existencia del otro. Sí, claro que se está bien arrinconado en nuestros espacios seguros, cargados (y cagados) de miedo por no haber querido estrujar el jugo de la existencia. ¡Solos! ¡Siempre solos por no querer vivir, sufrir, morir! ¡Ya nada enciende la pasión en el corazón humano! Ya nada, ahora que el miedo vence, nos hará vivir.

La felicidad no es tener vida, sino formar parte de la vida. El amor no mira con la mente sino con el corazón. La vida sigue siendo un juego de opuestos, de contrarios. Un lugar donde vaciar la virtud, donde saciar las proclamas al viento, donde abrazar la luz y la oscuridad por igual mientras metemos las manos y los pies en el barro y ensuciamos nuestras uñas y zapatos. La vida es un beso, no un recuerdo. La vida es hacer el amor bajo un árbol, o en una playa solitaria, o en una cama llena de deseo. La vida no es pensar la vida. La vida es poseerla, es poesía, pero esa que se expresa y se narra en las noches oscuras, acompañados, arrimados a un fuego, cabalgando sobre la pasión del viento. La vida es poseer la vida, no dejarla pasar.

La magia y el amor no se rigen por las leyes racionales. La mente fría nos conduce a otros mundos, pero esos mundos se avivan de ardiente fuego. Los antiguos se reunían junto al fuego. El amor se hacía con fuego. Un fuego que se alimenta de humeante calor volcánico. El frío universo se conmueve ante la intensidad de cada intervalo, de cada suspiro, de cada llanto de amor, de cada carga emotiva. La vida es riesgo, es vencer el miedo, es aventurarse por los claroscuros de cada instante. La vida es abrazar al otro y dejar que el otro te abrace, te preñe de vida, una y otra vez, insistentemente. Sin importar recompensa o derrota, solo arriesgando cada instante. El árbol, la flor, el río, la montaña, explotan de calor y pasión en sus dimensiones desconocidas. Uno se arrebata ante el impulso, ante el acelerado manto de ungida efusión. El ciervo brama en los valles, el viento clama su propia recompensa.

Hay muchas maneras de abrir una senda. Una senda juntos. Noi. Noi viaggiamo sulle onde della Vita. Insieme. Nosotros, juntos, viajando sobre la onda de la vida. Una vida en mayúscula, una vida que se vuelve vida. ¿Cómo no amar, si hasta las más frías primaveras se cargan una y otra vez de flores, de rocío, de verde, de dorado amanecer, de cantos y de grillos, de tormentas y ríos? ¿Cómo no amar, si hasta la vida nos obliga a salir de nuestra soledad una y otra vez para sabernos vivos? La vida no es una dialéctica, la vida es un gerundio. Podremos huir, pero no escondernos. Como dijo Nietzsche, “ser un ser humano ya es bastante complicado, así que darle un buen abrazo a la oscuridad del alma y gritad el eterno SÍ”. Sí al amor, sí a la vida, sí al ciervo que brama en los valles, sí al sabor único de viajar cabalgando… Noi. Noi viaggiamo sulle onde della Vita. Insieme. Insieme. Insieme…

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Fantasías para un piano (Para Anna)


Para Anna, por hacerme recordar la importancia de la sonrisa interior. 

Esta inmovilidad está siendo positiva y algo productiva. La editorial necesitaba tiempo y se lo estoy dando. Roberto Calasso, un reconocido y admirado editor italiano recién fallecido, hablaba de la importancia de la marca del editor. Es algo que hay que cuidar, así como el catálogo que un editor va realizando a lo largo de su vida. Esta revisión, este tiempo de parada como voluntario en la fundación, me está reconciliando con el oficio de editor, algo abandonado en estos últimos años. Escribir y editar son pasiones que encierro dentro de mí.

Editar un buen catálogo es algo que se construye con la experiencia, con algo de dinero y con mucho trabajo y disciplina. Un editor debe ser culto, tener cierta experiencia y curiosidad vital y conocer las letras a fondo. Pero sobre todo debe ser arrastrado por una pasión desbordante. Si no existe esa pasión, ese espíritu de enorme cultura y agudeza crítica más allá de los adalides de la inmediatez, la velocidad y el propio mercantilismo, uno no puede dedicarse a esto.

El mercantilismo editorial siempre ha sido mi punto débil. Mirando las facturas veía que tengo algunos clientes que aún deben algo de dinero. No es mucho, pero repasando las deudas pensé que sería bueno, aprovechando la coyuntura de estar accidentado, de hacerme algún regalo. No suelo ser una persona caprichosa y por ello casi nunca compro cosas para uso personal excepto aquellas que considero imprescindibles para el buen funcionamiento de la pequeña empresa editorial: un coche, un ordenador, un móvil. El coche tiene ya casi veinte años y algún día lo tendré que cambiar. Tiene más de un millón de kilómetros. Siempre ha sido una buena herramienta de trabajo y un excelente amigo que me ha llevado por cientos de lugares que ahora con la pandemia se echan de menos. Repasando los ingresos editoriales y la entrega que se hace de ellos a la fundación, no queda mucho margen para cambiar de coche a corto plazo, así que miré interiormente qué otro capricho personal podría tener.

Ahora que el ratón ya no musita por las noches ni el murciélago chirría ni los reptiles sisean, tengo más tiempo para descansar y ordenar todas las ideas interiores de este tiempo hermoso y placentero. En este kairos de silencio y quietud se juntan dos pasajes conexos: el primer libro que escribí y que nunca publiqué, Fantasías para un piano, y una hermosa historia de amor. Es hermoso enamorarse de circunstancias, de personas y de momentos únicos e irrepetibles. Son momentos que no se olvidan, o personas que entran, aunque sea por un instante, y te hacen recordar la urgencia de vivir. En este último año me sentía emocionalmente apagado, pero alguien desconocido hasta ese momento, alimentó una hermosa sonrisa interior. Fue como una fantasía para un piano, una fantasía parecida a la que interpreta Ludovico Einaudi con su Nuvole Bianche. Algo breve, intenso, profundamente inesperado que estalla dentro de ti y que permanece como un pequeño elixir o perfume el resto de tu vida.

Editor pobre y humilde, no tengo dinero para comprar un buen piano, pero sí algo modesto que ayude a cumplir un viejo sueño, una especie de retorno a la inocencia, a algo que quedó enquistado en un pasado remoto y que ahora puede renacer. Un pequeño piano digital donde aprender a tocar el Para Elisa de Beethoven o incluso el Nuvole Bianche de Ludovico. Tocar el piano me ayudará a recuperar la movilidad de la mano ahora atrofiada por el accidente. Me ayudará a dar forma a un sueño y me ayudará, de paso, a disfrutar del estar enamorado de la vida, con la pasión que esto requiere, disfrutando, solo, aquí en los bosques, de la templanza y el desapego del estar vivos. Ese será mi pequeño capricho, mi pequeña fantasía, mi pequeño regalo de accidentado. Un pequeño piano donde aprender a fantasear con el idioma angélico: la música. Disfrutando de los paisajes y fantasías que se dibujen para los próximos tiempos. Sin escapar de los ciclos de la vida, de los gozos de los más profundos afectos, de la sonrisa interior que se enciende como una llama poderosa.

Gracias querida Anna por la inspiración. Me debes una sonata… 😉

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

La última pregunta


Asimov respondió claramente: datos insuficientes para respuesta esclarecedora. Así, era tras era, iba respondiendo a diferentes cuestiones existenciales la inteligencia artificial ideada por el escritor. ¿Es posible revertir el inevitable final del Universo, o el mundo debe acabar de todas formas? Esa era la pregunta que, desde un día cualquiera del siglo XXI, hasta generaciones y generaciones posteriores en el tiempo, hacían los humanos a los ordenadores. A veces uno se puede preguntar, ¿y si Dios fuera un ordenador? Y de ser así, ¿qué significado profundo tiene todo cuanto ocurre?

Hace unas semanas pude ver en el firmamento una estrella fugaz que me hizo sonreír interiormente. Hacía más de un año que este acontecimiento celeste no se reproducía en mi bóveda interior. Una estrella fugaz es una partícula pequeña, que según los expertos, mide entre milímetros y algunos centímetros. Al entrar a la atmósfera terrestre a gran velocidad, se quema debido a la fricción con el aire. El brillo fugaz es causado por ionización, produciendo una trayectoria luminosa que pasa rápidamente por el cielo.

Cuando la estrella en su caída se quema produce grandes dosis de emociones. La miramos, cerramos los ojos por un momento ante su inevitable desvelo y pedimos algún deseo. Cuando la vi aparecer sentí una gran emoción. Era una estrella especial, hermosa, llena de fuerza y carga ionizante. Por fin mi corazón se ilusionaba por algo, aunque fuera fugaz, aunque fuera un destello lejano en un firmamento aún más lejano. Luego vino el deseo, el cerrar los ojos y desear profundamente, y luego, de nuevo, la oscuridad, el silencio, la nada.

Y ahí es cuando aparece Asimov con su pregunta: ¿es posible revertir el inevitable final? ¿Podría esa estrella fugaz, aunque fuera desde una ilusión o desde una ficción simulada, permanecer más tiempo en la bóveda celeste? ¿Pueden los inevitables acontecimientos de nuestras vidas revertirse? No encuentro una respuesta esclarecedora. Como la computadora de Asimov, solo tengo datos insuficientes.

Ya sé que parece extraño, pero en ese agotamiento que produce el exceso de velocidad, y la quemazón debido a la fricción con el aire, en un sueño peregrino una oropéndola se posa en mi hombro izquierdo. Recupero la sonrisa, porque de alguna forma resuena en mis adentros una llamada del alma que me avisa de lo sorprendente: no te puedes apegar a lo fugaz. Hay que dejarlo ir sin apegos, sin aferramientos imposibles. Y recuerdo la frase que me acompaña siempre, y que hace alusión a la necesaria impermanencia: lo único que permanece es el cambio.

La duda que aún poseo, y que me perseguirá durante algún tiempo, es intentar comprender porqué motivo surgió la sonrisa interior después de tanto tiempo ignorándola, evitándola, interponiéndome a ella. ¿Qué fue lo que hizo que esa poderosa llama fugaz me hiciera sonreír?

Nuria me decía, allá en los puertos de las Rías Baixas, que se trataba de algo tejido, y que por lo tanto, esa estrella, por fugaz que fuera, estaba encerrando un claro mensaje para mí. Lo curioso es que, sea como sea, después de muchos meses sin mirar el cielo, y tras esta fugaz llamarada, siento la necesidad de volver a protegerme, de no volcar la ilusión egoica en lo fugaz, y de adentrarme de nuevo en la conquista de lo permanente. Lo fugaz no me sirve, no me llena, no me permite expandir la estrecha mirada hacia el horizonte. No me gusta lo breve, mis proyectos siempre son a largo plazo, y mis apuestas, mis miradas, solo pueden ser creíbles con el paso de los años. Esto es una paradoja en mí. Apostaría una vida por algo que fuera certero, seguro, apropiado. Pero la vida, en su continuo devenir, sigue siendo completamente impermanente. Esa es mi paradoja, ese es mi dolor, esa es mi pena. Por eso, de alguna manera, me aferro a la última pregunta: ¿es posible revertir el inevitable final de todas las cosas?

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

El culto a la unidad es lo que genera el amor


© Daniel Dencescu

Sigue sonando Thunderstruck, decíamos ayer. Esta vez de forma hermosa, como un ritmo que desea perpetuar el tiempo más allá de los hemisferios conocidos. Un ritmo sentido, armónico. No es una canción, es un ciclo, una promesa, una intuición. Los filósofos siempre se han esforzado por intuir y conocer el orden universal de las cosas, pero a veces la vida nos muestra su otra cara: el caos. En estos momentos, ese caos, esa falta de orden y disciplina, es apropiado. Es una forma de conquistar la vida, de ilusionarse con todo cuanto ocurre en lo intangible. Romper moldes, bucear en la incertidumbre y el interrogante y ver qué pasa.

La forma de entender el universo es mediante la iniciación. La iniciación es un cambio de consciencia hacia algo mayor, una visión mayor de las cosas, y por lo tanto, una mayor comprensión de la existencia y el Universo. Es por eso que las órdenes iniciáticas a lo único que pueden aspirar es a la Gestión del Misterio, que es un soplo de Cosmos, de Orden perpetuo. ¿Pero qué ocurre cuando el Misterio se manifiesta desde el Caos?

Las cosas son, digamos que existen, en función a su relación con otras cosas. Eso es el logos. El logos es relación. Todos tenemos una dimensión misteriosa que desea relacionarse. Cuando obviamos esa relación desaparecemos porque dejamos de tener referencias. La iniciación nos acerca al misterio de la relación, inclusive cuando esa relación nace de la incertidumbre, del asombro, de lo perplejo. Iniciarse en la incertidumbre es una forma de expandirnos.

Por eso el propio creador navega en su propia incertidumbre. Está atónito porque de alguna manera todo está tejido desde la misma sorpresa, desde la inquietud, desde la fluctuación. La unidad se divide en el conflicto, del mismo nace el equilibrio, luego el espíritu, y de ahí la propia naturaleza, el ser humano, la perfección, la magia, la relación, el final de un ciclo y de nuevo la totalidad, la unidad perfecta. El culto a la unidad es lo que genera el amor, por eso, inclusive en el caos más absoluto, el deseo de fusionarse desde el conflicto produce la armonía. Forma parte del misterio, de lo mistérico. Lo diferente crea conflicto, pero al hacerlo, nace la armonía. Armonía a través del conflicto, el conflicto de lo diferente, de lo antagónico. Unidad, y deseo de unión.

El amor no necesita nada, no requiere nada, no busca nada. El amor es la expresión máxima de las dos fuerzas que actúan en el universo: el Orden y el Caos. El amor es aquello que mueve los universos, la reina mágica de todo cuanto crece y se perpetúa. Un sueño es amor. Una relación es amor. Una música, una fantasía blandida en un piano, es amor. Todo es amor si nos desapegamos de los prejuicios, de los resultados, del riesgo, de la pérdida. La unidad, en definitiva, es amor. De ahí nuestra necesidad humana de relacionarnos, de amarnos, de protegernos, de cuidarnos. Amor es relación, y al hacerlo, encontramos el misterio de todo cuanto existe.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Sientepiensa


La estación Saint Lazare. Llegada de un tren. Claude Monet. 1877.

Aquella mañana extraña Sientepiensa besó a Serafín. De ese beso nació una promesa. La promesa se alargó indescriptiblemente. Un beso, una promesa. Dos besos, una vida. Besar es extraño. Es un acto ciego, una fe inquebrantable en el otro. Después vienen las caricias, los abrazos, y la compenetración inevitable. Sientepiensa besaba ardientemente por las mañanas y de forma más racional por las tardes. Serafín se adaptaba a los ritmos inocuos de cada mañana, de cada tarde, de cada anochecer. Un beso siempre es hermoso, no importa si es razonado o sentido. Un ser afín a todos siempre debe adaptar lo mejor de sí mismo al mundo circundante. Alguien que a veces piensa y otras siente, se desploma ante lo inevitable.

Aquella noche no hubo beso. Ni caricia, ni abrazo, ni compenetración. Era domingo, o lunes, no importa. Había niebla y Sientepiensa creyó escuchar una voz. Se levantó, cogió el camino más ancho y desapareció entre la niebla. Serafín pensó que volvería. Sientepiensa siempre había vuelto cuando las nieblas danzaban por las mañanas. Pero aquel día era de noche, y no volvió. Tampoco al siguiente, que no recuerdo si era lunes o martes. Nunca más volvió.

Un día cualquiera de no hace mucho Serafín iba irreprochable y elegantemente vestido. La chaqueta abrochada, guantes negros y un bastón en la mano. Sabía que Sientepiensa tenía predilección por la elegancia. Ese día se levantó decidido, esperanzado. Había pasado ya mucho tiempo. Buscó en el armario y se puso las mejores ropas. Andaba por la calle a grandes pasos y con aire resuelto. Se paraba entre las esquinas, giraba la cabeza hacia atrás presintiendo alguna presencia, buceaba en la lejanía por si hallaba algún rastro o pista de Sientepiensa.

Ese mismo día Sientepiensa había encontrado un nuevo trabajo. Estaba distraída y preocupada por lo bien que pudiera hacerlo. El trabajo era sencillo. Se trataba de contar unos boletos en la estación de tren. Uno, dos, tres, cuatro. Así todo el día. Miraba con atención los vagones. Rebuscaba entre las ventanas. Fijaba la mirada al cielo. Contar boletos no era un trabajo difícil. Aunque en esas largas horas no hubiera besos ni promesas, había encontrado una forma de poder aprender sobre el noble arte de contar boletos en la estación de tren.

Serafín empezó a leer un libro. Allí aparecía Dmitri Fiodorovitch junto a un tal Fiodor Pavlovitch. Entretenía las horas leyendo uno y otro relato, vestido elegantemente, supervisando que todo estuviera correcto y siendo bondadoso y amable con aquellos con los que se cruzaba. Caminando con el libro entre las manos, llegó hasta la estación de tren. Se le ocurrió que sería buena idea ir hasta la gran ciudad y dar un paseo con su nueva elegancia, con su aire resuelto, con su recuerdo y esperanza.

Todos los días no son iguales, porque nunca lo son para nadie. Sientepiensa andaba aquella tarde contando boletos, como siempre. Uno, dos, tres, cuatro. Así llevaba todo el día. El tren de las cuatro paró un instante. Bajó un joven elegante, hermoso, deslumbrante, con un libro en la mano y un bastón en la otra, agazapados en unos brillantes guantes negros. No pudo verle la cara, ni reconocer su rostro apagado entre la fina lluvia y el ruido del tren. Pero al ver su aura, su elegancia, por un momento sintió la necesidad de besar a ese desconocido. Un beso, una promesa, un abrazo, una vida. Un suspiro…

Serafín, que era afín a todos los seres, miró por la ventana y vio sentada una hermosa mujer contando boletos. Uno, dos, tres, cuatro. Casi podía tocarlos él mismo. De repente, sin saber porqué, sintió deseos de abrazarla. Amarla durante toda una vida. Tímido, bajó del vagón, miró hacia otra parte avergonzado y huyendo de aquel momento, entre la fina lluvia y la niebla, se alejó para siempre. Era un domingo, o un lunes, no importa.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

En la soledad de los bosques…


La dama de Shalott por John William Waterhouse, 1888 (Tate Britain, Londres)

En memoria de la dama del lago…

He encontrado algo grande y admirable en la soledad de los bosques, más allá del movimiento espontáneo e impredecible de los manantiales, ríos y lagos. A cada lado de sus orillas, más allá de los largos campos de cebada y centeno, existen lugares que visten el bosque y se encuentran con el cielo. Tiene su propia dureza, pero ahora sé que la sombra de los árboles no traicionará a la sombra del alma. Sé que su generosidad seguirá impasible y no buscarán nada a cambio. No habrá traición, ni interés, ni amargura, ni hechizo. No puede haber ingratitud por mi parte, solo agradecimiento. Los miro uno por uno en mis paseos bajo la lluvia, sobre las aguas. Observo su templanza, su rectitud, su generosidad irreprochable. Nunca he conocido unos seres tan nobles y ejemplares. Ninguna moneda podrá comprarlos. Ecuánimes, justos, incorruptibles. No se venden por ningún viento. Resisten y se protegen unos a otros. Son fieles, responsables del grupo, de todo aquello que cobijan. En ellos no hay envidia, ni egoísmos, ni lucha, ni culto, ni depredación.

No necesitan emanciparse de nada porque ya nacen libres. Su trabajo consiste simplemente en ser, en crecer, en apoyarse los unos con los otros. Miran y crecen hacia el cielo, entrelazando mundos, pero hunden sus raíces hacia las entrañas y profundas oscuridades de la tierra. No son ambivalentes, su equilibrio reside en la claridad de saber qué son y a qué han venido a la existencia. Si tuviera que confiar plenamente en alguien, confiaría en un árbol. Bajo la lluvia, sobre las aguas.

Gime mi corazón cuando contemplo la dulzura de una rama, el fruto saliente que cae irremediablemente en cada otoño. Los sentidos se expanden con el crujir de cada paso, con la silenciosa e imponente presencia de los más ancianos. Cada rincón elocuente es capaz de trasmitir una sensación diferente, sublime, noble, verdadera. No hay engaño posible en la dulce vista de sus copas, de sus troncos roídos por el tiempo, de sus imaginadas raíces entrelazadas unas entre otras, agarrándose para hacer más soportable todo cuanto existe.

A veces me detengo en las umbrías sombras, en los lóbregos salientes que se esconden en lugares prohibidos para embriagarme de sus secretos. Me poso suave junto a ellos, abrazo su textura, me escondo allí y lloro el aliento que me oprime. Otras veces corro entre sus claros saltando de alegría, celebrando cualquier primavera o estío, cualquier idea de futura esperanza. Los árboles son indicadores de que la vida tiene veranos e inviernos, momentos de euforia y momentos de pura melancolía, tristeza y desazón. Su idioma reclama que entendamos todo lo necesario sobre los ciclos. Lo inmutable permanece en el creciente riego de la procreación.

Los árboles son un sorbo de vida fecunda. Bajo la lluvia, sobre las aguas, cobijan nuestros cuerpos y nuestras almas, soportan nuestra pequeñez y abrigan nuestra tierna desnudez humana. A veces deseo abandonar el mundo y enterrar todos mis pensamientos en lo más profundo del bosque. Volverme invisible, volverme árbol, noble, con honor, respetado. Nadie con cierta sensibilidad, nadie con un poco de alma, podría dañar un árbol. Nadie que no entendiera el idioma de los pájaros podría lastimar una sola de sus ramas. En lo insondable del arrullo, uno puede tejer su vida y ser incorpóreo. Uno puede cerrar los ojos en el adormecimiento de la tierra y dejar que unos y otros pasen sin tener que soportar el dolor de cada pisada, la bruma de cada jadeo, la sangre de cada herida.

Sí, me gustaría ser un árbol. Aferrado a la vida con grandes raíces y generoso siempre a las promesas del cielo. Atisbar en lo profundo cada gota de agua y esparcir todas mis hojas al mundo. Sí, me gustaría ser árbol y expulsar de mis adentros esta fatiga, este sentimiento de traicionada vida. Me gustaría ser un árbol para expulsar de mí solo la pureza del aire, solo el calor del suelo, solo la brumosa caída de los cielos nocturnos. Sin dañar nada. Sin adolecer nada. Sí, mejor me marcho y me convierto en árbol. Silencio mis ramas, acallo mis promesas y dejo que aquel lazo inmortal termine desintegrándose para siempre. Ahora puedo decir, que, a pesar de su dureza, he encontrado algo grande y admirable en la soledad de los bosques. Allí yaceré algún día, junto a la dama del lago… bajo la lluvia, sobre las aguas…

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

El amor crea un mundo que no se puede controlar


© Mikaela Holmberg

 

Qué difícil es amar en estos tiempos. No me quejo porque hice muchas locuras por amor, y eso siempre queda ahí, grabado a fuego, inolvidable. Pero el mundo olvidó la pasión, el arrebato, el aforismo que conmueve, el abrasador y ardiente instante de esa mirada sempiterna. Eso ya no se destila. El romanticismo murió hace exactamente cien años y un día. Pero más allá del ilusorio espejo de lo romántico hay algo verdadero.

El amor crea un mundo que no se puede controlar. Por eso el amor no tiene cabida en este gran hermano donde todo está ya resuelto, donde todos mantienen las guías de un guion inamovible, dónde la improvisación y el arrebato están mal vistos. No se puede hablar de frenesí, ni de excitación, ni de férvida fogosidad sin que te miren raro. No se trata de una pulsión descontrolada que nazca del muladhara, sino de algo que va más allá de todo eso. Me refiero al impulso indestructible que crea vida, inteligencia y consciencia. Me refiero a la embriaguez del alma, aquello que produce movimiento allá donde la quietud reina.

Hay pensamientos, palabras y hechos que consumen tiempo. Luego hay emociones que lo elevan, que lo subliman, que lo engrandecen, que lo ensanchan. Hay instantes, a veces fugaces en la memoria cósmica, capaces de subrayar una nota, una simiente, algo indestructible. Es difícil que el mundo de hoy entienda esto. Las redes nos atrapan, las redes nos alejan de la pulsión. Las redes anulan nuestra voluntad, nuestra improvisación, nuestra lealtad a todo aquello que no se puede controlar.
Algún día los enamorados se rebelarán, como lo hacían en la conocida novela de George Orwell. Volverá el amor a crear un mundo que no se pueda controlar. Un mundo dónde todo penda de la improvisada visión del amor, una visión siempre guiada por las entrañas del propio universo, de ese caos ordenado, pero indescifrable. ¿De dónde si no nacemos cada uno de nosotros? ¿De dónde surgen todas las criaturas, todos los mundos, todo aquello que existe?

Más allá de los tristes, de aquellos que gobiernan sus vidas bajo los miedos, el interés o el egoísmo, no se podrá evitar el triunfo de un mundo amoroso. Supondrá una tara en el tejido, un fallo en el sistema, pero no podrá anularse nunca la verdadera naturaleza del amor. Algún día el mundo dejará de estar hueco y vacío y volverá a sentir adhesión hacia el misterio, amistad, alegría, risa, valentía, curiosidad, integridad, amabilidad, cariño, dulzura, júbilo.

No podemos traicionar a la devoción que alguna vez sentimos por la existencia. No podemos vender, esconder, apartar aquello que nos creó. El amor es uno de los tres principios de la creación. Crea mundos y crea vida. Impulsa la belleza y dota al ser humano de su genuina esencia. Algún día saldremos de este laberinto y podremos ver que sin amor, no hay nada. Será cuestión de tiempo el surgimiento de ese mundo incontrolado, subversivo, disidente, sedicioso. ¡Abajo las redes! ¡Viva la vida!

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

No soy poeta, pero como si lo fuera


a
© Dody Alaydrus

A los poetas nos gusta lloriquear en las esquinas. De alguna forma hay cierto disfrute en cada naufragio. Sobre todo por esa sensación de supervivencia que entroniza la vida en su más alto podio. Forma parte de nuestra dramática existencia. No es un defecto de forma, es más bien una esencia, un requerimiento para expresar ese mundo tan angostado que nace de las emociones. No es que yo sea realmente un poeta. Siempre fui débil, perdedor y poco querido niño agotado. Es decir, tenía todas las cartas para terminar escribiendo libros y poesía. A pesar de ello, no soy realmente un poeta, pero como si lo fuera. De ahí el drama, la melancolía, la languidez. Me gusta regodearme en esos estados de ánimo bajos. Los observo con cautela, para que no se desmadre el asunto, pero anotando todo cuanto ocurre en ese cuerpo arrollador que sube y baja como una noria, perseguido por los astros, por lo astral del sueño taciturno, por el deseo, por la necesidad, por la desdicha, por el drama.

Antes del naufragio, o de la tragedia, si se prefiere, debo decir que la pasada fue una de las mejores primaveras que recuerdo. De noche y de día abarcábamos el universo entero. Las dimensiones habituales se multiplicaban. Leíamos libros, comíamos bien a la sombra del árbol, en la nueva mesa, mientras veíamos como crecían las primeras simientes. El verde se apoderaba de todo hasta que apareció nuestra primera y única rosa. La idea era construir un hogar material y espiritual para enfrentarnos al invierno de la vida. Mientras lo hacíamos compartiendo complicidades, veíamos como los pájaros se mostraban especialmente generosos con sus cantos, compensados todas las mañanas con buenas dosis de semillas que esparcíamos puntuales en el comedero.

Aunque no era nuestro fuerte, hacíamos el amor de vez en cuando, entre bromas y risas, a sabiendas de que el atardecer siempre es un buen momento para respirar cualquier misterio. Pocas veces uno se encuentra con la complicidad intelectual y con la exquisita connivencia espiritual. Se puede decir que fue todo un éxito del apoderado que realizó el casting. Le puse un diez en la puntuación que había que cifrar cuando nos llegó la encuesta de calidad. Por fin había encontrado con quien hablar de aquello de lo que no se puede hablar. ¡Qué más se podía pedir! Esa fue nuestra primavera soñada. Dos almas gemelas encontrándose en un pequeño y reducido embudo de espacio-tiempo.

Cinco meses bastaron para darnos cuenta de que nuestras diferencias no eran mayores que nuestras similitudes, y que, en el balance final, el cuadro daba positivo. El guionista, por fin, había acertado en casi todo. Faltaba pulir algunos asuntos irrelevantes, pero es fácil adivinar que el tiempo pule aquellas aristas que impiden que dos piezas encajen a la perfección. El problema es saber sortear los obstáculos que ese tiempo va poniendo sobre la mesa para ir aprendiendo en el noble arte del modelado. El amor se hace, pero también se aprende. Y para aprender, hay que salir de vez en cuando huyendo, coger distancia y valorar si el guionista ha sido esta vez generoso con nosotros.

A pesar de la excelente primavera, un malentendido, o una broma cósmica, o vaya usted a saber, hizo que el verano no diera buenos frutos. Estuvimos experimentando con todo tipo de semillas, de tierras, de lugares, de formas de riego, de tiempos de siembra según si la luna estaba así o allá. Se notaba que nuestro fuerte no era sembrar y que, deductivamente, iba a ser poca la cosecha de este año. Unos jabalíes terminaron de fastidiar la cosecha de patatas que esta temporada prometía buenos frutos. Durante una semana estuvieron minando el campo, creando cráteres allí donde metían el hocico en búsqueda de alimento. No quedó ni un triste tubérculo.

Al final marchó, quizás hastiada de la rutina, o de ese intenso compartir diario que daba poco juego para la soledad. Sentí un gran vacío y todos los universos y dimensiones con ella descubiertos desaparecieron en la noche estival. No fue este un verano azul, sino un triste opus nocturno, taciturno, sempiterno. Siempre pienso que solo fue una pausa, como las anteriores, para coger distancia e interrogar al guionista sobre sí era o no cierto todo lo vivido. Es el engaño de la esperanza, o de la ilusión, por eso de que cuando algo es verdadero, permanece.

Ahora veo pasar las horas, un día acompañado del ciudadano Kane, otro acompañado de Vito Corleone, y siempre solitario, un poco como ellos. Cierta ansiedad me obliga a comer a todas horas, y noté mi propia dejadez cuando hoy fui a comprar y todos me miraban con desconfianza. Al volver busqué un espejo y comprendí el desprecio y la distancia social que sentí mientras buscaba algún alimento. No era por la pandemia, era por mis propias pintas, dejadas de la mano de esta naturaleza salvaje que de alguna manera moldea también mi realidad ilusoria. Debo cuidar el aspecto, al menos cuando salga de la selva boscosa y me adentre en la civilización.

El verano sigue. El bosque está completamente en silencio. Los pájaros ya no cantan, habiendo sucumbido a la extraña y para mi ajena misión del procrear. Por las noches sigue viniendo el ourizo cacho. Aunque no lo veo, lo escucho comer los restos que los gatos dejan en la alacena exterior. Es la única visita que recibo con cierto agrado. Me recuerda a la primavera, cuando salíamos a saludarlo medio desnudos, coqueteando con sus púas y felices por tener un amigo del bosque.

Tengo hambre. He descubierto una crema de chocolate vegana que compensa los vacíos existenciales a base de dulzor inevitable. Descubro que nada es perfecto, al mismo tiempo que revelo que todo tiende a la perfección. Incluso este momento de hambruna interior resulta apropiado. No estoy feliz porque me falta la musa que me mostraba universos, pero la felicidad siempre es algo que puede suplirse con una buena crema de chocolate. Ya no sé si habrán más primaveras como la de este año, que fue de las mejores. Tampoco importa. La vida siempre llena los huecos de auténtica sorpresa, y de no haberla, siempre nos quedará el chocolate y algo de dramática poesía. ¡Maldito verano náufrago! Que diría aquel.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Que no llame Cupido, no se le espera


a
© Chris Monette 

Mañana es un día bonito si le quitamos ese melodrama de lo material. El día del amor. Dicho así, dan ganas de lanzarse a esa piscina imaginaria. Pero uno se vuelve cauto con la edad, o con la experiencia. Cauto y precavido. Quizás por eso hace tiempo que no hablo de amor, de relaciones. También hace tiempo que no tengo amor, ni relaciones. Al menos no del tipo de amor y de relaciones que uno siempre imagina de forma romántica, duradera, consolidada. Hace casi dos años que algo se quebró en mí y desde entonces no he sido capaz de volver a recomponer nada. Mañana es San Valentín y supongo que Cupido pasará de largo, lo cual, en cierta forma, agradezco. Con un corazón congelado y una actitud nada favorable para imaginar bonitas escenas de amor, virgencita que me quede como estoy. Y realmente debo decir que estoy bien. Nadie diría, años atrás, que pudiera estar bien disfrutando de esta tranquila soledad, de este espacio interior que mantengo protegido. No echo en exceso nada de menos. Ni siquiera los abrazos nocturnos, ni los besos desenfrenados, ni la locura de perder la cabeza ante la belleza del otro, en este caso, de la otra, porque mira que sois bellas las mujeres. Sí, también los hombres, ya me entendéis.

No es que me sienta egoísta por no querer compartir nada con nadie, es que vivir perdido en una cabaña en mitad de un bosque en un paraje aislado no es una buena carta de presentación para nadie. Y menos si tienes oficio, pero poco beneficio. Un desastre para el ligue, o para la seducción mínima, a sabiendas que uno de los requisitos imprescindibles para ser un buen partido es ofrecer seguridad y a veces exagerarla. Y no me gusta eso de la mentira piadosa, ni de que otros se mientan con ideas que se fabrican por eso de tener un pasado de gloria o por un presente apasionante o bucólico. Lo siento pero esto es lo que hay, poca cosa si uno vive una normalidad agazapada en la seguridad.

Por un lado, pienso que esta peculiar situación mía también es una ventaja. Porque si alguien se acerca, y no se deja llevar por la neblina de lo aparente, ni por la ilusión de supuestos figurados, puede entrar con buen pie a un lugar tan recóndito y apartado. Si alguien tuviera capacidad de entender este estilo de vida, no como una huida, sino como una apuesta contundente de compromiso y responsabilidad hacia un valor y un ideal intrínsecamente profundo, podría participar del cortejo y dejarme llevar por el batir de alas. En el fondo esta cabaña me defiende de lo ilusorio, o del mundo mentiroso, como dirían los antiguos. Si alguien se atreve a llamar a la puerta, no habrá motivo para imaginar que detrás de ella hay un suculento palacio cargado de tesoros, sino una humilde cabaña de madera, de no más de veinte metros. Y eso, de cara al amor, al verdadero, me resulta importante.

Es cierto, mañana es San Valentín, y según la tradición, uno podría estar disfrutando de la compañía de un ser cercano. Pero mañana no habrá celebración, ni poderosa convicción de que la pudiera haber en los próximos tiempos. De repente me hice muy mayor, y la sensación que tengo es como si el amor hubiera muerto aquella cálida noche de verano y se marchara para no volver nunca más. Ojalá esto tan solo fuera un espejismo y volviera, de nuevo, a perder la cabeza en aras del corazón.

No me quejo. Todos hemos perdido siempre algo. Todos hemos emanado alguna vez algún tipo de dolor emocional. También descubrimos que, con paciencia y calma, con algo de fortaleza interior, hasta lo más difícil se supera. Todo siempre se diluye. Ese es el gran secreto de la quietud interior. Inclusive la pérdida de un ser querido. Y si el ser querido nunca más volvió, ni dio señales de vida, es que realmente le importabas un pimiento, por lo tanto, como decía, virgencita que me quede como estoy.

¿Y el Amor? Ese no necesita mucho, y hay que celebrarlo todos los días. Así sí, en mayúsculas. Uno puede amar el silencio, los libros, las vistas al bosque, la música, los amigos, incluso a esos que vienen y van, aunque al final termines amándolos en silencio. Ya no necesitas atrapar a nadie, ni poseerlo, aunque para la mayoría el amor no puede entenderse sin cierta posesión. ¡Qué paradojas! ¿Cómo amar sin poseer? Se preguntaba el poeta… ¿Cómo amar sin adueñarse del otro? ¿Cómo amar sin hacer de su vida, tu vida?

¿Y el amor? En minúscula, el pequeñito, el de aquí te pillo y aquí te mato, a ese no se le espera. El amor en pequeño mejor que no venga. Amar para solo amar un instante no lo necesito. Virgencita, mejor así. Esos amores que te declaran vida eterna y luego, a la mínima y fugaz prevalencia desaparecen, mejor que no asomen. No tengo tiempo ni ganas para pasajes de ida y vuelta, para momentos inocuos y leves. No tengo tiempo para lo breve. No me interesa lo breve. Mejor amémonos eternamente, para siempre. Si no, amor, mejor no llames a mi puerta. Prefiero Amar, aunque sea en silencio. A los libros, al bosque, a la música, al susurro, a ríos y montañas, y por supuesto, amar a los que aman infinitamente. Que el Amor prevalezca siempre, y que el miedo nunca nos venza.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Una belleza oculta


a
© Nathan Wirth 

Hay muchas formas de mirar la vida. Uno puede mirar la existencia desde el enfado o desde la alegría, desde el rencor y la rabia o desde la gracia de sentirse vivo, útil, amable. La vida oculta una belleza arrolladora. Se expresa de mil maneras, aunque no siempre podemos captarla debido a nuestras preocupaciones, a nuestra forma de mirar, a nuestra forma de ver, que no siempre es amplia y extensa. Cuántas cosas nos perdemos en cada mirada por no saber ver. Cuántas cosas somos capaces de perdernos por no saber experimentar la vida desde una cordialidad presumida.

Hoy me he sobrecogido con esa belleza oculta. Lo hice al alba, en la pequeña ermita, mientras meditaba en silencio. Lo hice con los acordes que iban brotando de mis manos mientras tocaba melodías en la guitarra. En los paseos en el bosque. Acariciando y jugando con Geo. Tomando el té con la hermosa vecina y con la también hermosa María que ha venido a pasar unos días con nosotros. También en el breve rato que he podido compartir con la bella tejedora.

Encuentro también belleza en esta soledad compartida, libre, afanosamente libre de compartir el tiempo con el universo entero, sin restringirlo a nada ni nadie. Es una libertad extraña, especialmente cuando estás en consonancia con la naturaleza. Observo con asombro que aquí en los bosques, en la naturaleza, uno tiene mayor consciencia de la belleza, y, paradójicamente, también de la muerte, como algo natural, anexo a la vida. La muerte como la entendían los romanos, un ad plures ire, la experiencia de lo bello en un movimiento constante hacia el devenir.

Lo bello oculto también puede ser esa familiaridad con la que uno se siente cuando se relaciona desde la incondicionalidad. Amor es relación, amor es belleza en acción, lo bello, lo hermoso, se transmuta en vida cuando abrazamos al otro. Es como el canto de los pájaros en primavera, o el rugir de la nieve en su deshielo. Algo se quiebra, a veces el silencio, a veces una estructura, para formar algo mayor, algo mejor, algo más bello, como cualquier melodía que se atreve a morir y quebrar lo taciturno.

El amor siempre tan misterioso… me gusta poder amar sin necesidad de poseer… amar el mar y la vida y las montañas sin intentar atraparlas… ahora empiezo a entenderlo… amar sin poseer… Quizás solo había que entenderlo desde la pérdida. Cuando la desgarradora mañana amanece y perdemos los sueños de la noche. Cuando el aullido del alma nos recuerda la levedad de estar vivos. Esa es la belleza oculta. Por eso ahora puedo, en silencio, amar sin poseer, amar sin adueñarme de la vida del otro. En completo desapego, observando la belleza crecer en las montañas, en los bosques, en su mirada, en su telar, en lo oculto. Algo tan bello solo puede apreciarse calladamente. En silencio.

 

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Sale el Sol


a

Hay un destino escrito, ineludible. Caen las hojas en otoño. También los frutos de temporada antes de que el frío los entierre en la noche oscura. Sale el Sol. Todos los días, uno tras otro. Y cuando sale, el mundo despierta a una vida extensa, todo respira hacia ese horizonte infinito que la luz transporta. Sale el sol y todo brilla radiante.
El avión me llevó taciturno hacia la gran capital. Allí pasé la noche porque el siguiente vuelo no salía hasta el día siguiente. No me importaba, dentro de mí había salido el sol. Y las penumbras de la noche sonreían ante la presencia de la magnificencia, ante el resucitar de la luz dentro de tanta oscuridad. Cogí el siguiente avión y llegué sano y salvo a mi destino, escrito, ineludible.

El autobús tardó más en hacer el recorrido que el avión. Me quedé dormido en el trayecto. Cuando desperté ya habíamos llegado y tras comer algo, empecé a caminar alegre, feliz, por el Camino, bajo el sol. Ella nunca lo sabrá, pero allí estaba, presente en cada caminar, en cada suspiro. Yo no existo para ella, pero no importa porque hay un destino escrito, ineludible. Y en esos pasos entre bosques y peregrinos que saludaban alegres, había una verdad flotante que embriagaba la escena.

Lo importante de todo realmente es lo que no se ve, aquello que es invisible, pero real. La fantasía, si es capaz de despertar en nosotros un mínimo de belleza, ya es real, y diría que necesaria. Hoy no era un día más. Sabré luchar, sabré guardar silencio sobre aquello que es capaz de reanimar el alma. Sabré guardar los secretos y respetar los tiempos de la ahora ya inexistente bahía. Hoy sale el Sol, y por ello estoy aquí, dejándome llevar por el pausado compás de la vida, por la suavidad fragmentada de la existencia.

A medio camino alguien vino a buscarme. Sentí pena porque hacía un día estupendo para seguir paseando, al pesar del anómalo calor, el cansancio acumulado y el sueño irremediable. Le invité a un helado y le dije que me había enamorado. ¿De una fantasía? Sí, precisamente esa es la grandeza. Poder enamorarse de un espejismo incierto, pero capaz de hacerte remover aquello que permanecía totalmente silenciado por el dolor y la incerteza. Me enamoré de la vida, y al hacerlo, resucité. Por eso, hoy más que nunca, sale el sol.

El otro día le decía a mi querida amiga allá en las ahora tan lejanas Tierras Altas de Escocia, que ya solo podría enamorarme de personas entregadas a la vida, de “surrenders” cuya única visión sea la de seguir la regla de oro de nuestra propia naturaleza. Ya solo me interesa ese tipo de seres capaces de abdicar ante la presencia de lo sublime y lo misterioso. Por eso es muy probable que termine en una soledad obligada, pero al mismo tiempo, con capacidad de amar en absoluto silencio. Así que dichosos los que aman sin esperar nada a cambio, recogidos, anónimos. Dichosos si por amar la vida les resulta más sencilla y hermosa.

Los ciclos se repiten una y otra vez, por eso puedo intuir lo que pasará a continuación. Entonces tendré la certeza de que hay un destino escrito, ineludible. De que las hojas caen inevitablemente de nuevo en cada otoño. Y por eso la llama revive. Sale el Sol, una y otra vez…

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Esperanza activa


IMG_20191011_125526.jpg
Amanecer en la Comunidad de Findhorn, esta mañana tras la primera meditación de las seis…

Saludo al sol por la mañana, al canto del grillo, a los cientos de gansos que estos días aterrizan en la suave bahía para descansar en su tránsito hacia tierras del Mediodía. La estrella flamígera aún posee cierto brillo al amanecer. Miré al cielo con nostalgia y lancé los últimos rezos y alabanzas a la misteriosa creación. Alabada la misericordia de todos los corazones dormidos, el latir de cada expresión de vida, el azar de encontrarme sumido en este espacio de luz y calor. No era una expresión peregrina, era el sabor puro de la vida respirada con intensidad, la adoración sublime a todo cuanto nos rodea, el agradecimiento por ser partícipe del concierto celeste. Todas las bóvedas y sus moradas producían un eco inextinguible. Todo cuanto flotaba en el verdor de la hierba, en la fresca crecida de los ríos, producía un sentir único e irrepetible, oculto, secreto.

El viento es continuo. Deleita en su brisa los roces necesarios para mecer todo elemento flexible. Sus manos pacen como abanicos que despacio se abren ante la inmensidad del horizonte rojizo. Todo es poesía. El paseo entre árboles que lloran hojas otoñales, la sonrisa del mañanero meditador, los cantos nacidos de corazones alegres, deseosos de comunión, de divinidad, de anhelo. El milagro es continuo. Y los miedos se arrinconan entonces en un aleluya cargado de caridad, en una esperanza que renace de nuevo de forma mágica y generosa. La vida vuelve, la vida siempre retorna.

Qué difícil es expresar la vida cuando te contagia, cuando penetra en los albores del llanto y permanece por un instante, a veces ínfimo, dentro de nosotros. Es la coral universal, donde los astros tienen un instante de protagonismo, donde los bajos se interrelacionan con los altos, y estos con los tenores y los sopranos. Aparece un fino adagio que presagia el nuevo día, el despertar. Hay una fantasía en toda la gama de colores, cada uno con su inquietante significado arquetípico. Magia y milagro se mezclan en el continuo devenir de la vida.

No sabemos nada del futuro. No importa, realmente no importa cuando amaneces cargado de fe y esperanza. Nada importa cuando entregas tu vida entera a la misión de obrar no según tus inquietudes, miedos o fracasos, sino ante la grandeza del baile cósmico, del respirar de los dioses que nos inspiran confianza. Podemos sentir, en la presencia del silencio, único y verdadero valedor del omnipotente despertar, un clamor ardiente, una llama que reaviva los corazones, que nos hace sonreír. Nos unimos con canciones, con alabanzas, con sonrisas, con silencios. Todo lo demás es pura imaginación, puros mecanismos de defensa, miedos que nos atosigan y nos impiden caminar en la senda anhelada.

Somos protagonistas del instante único de la ocasión, del presente continuo, de la vida cargada de esperanza. Porque si la fe es la sustancia de aquellas cosas que no vemos, la esperanza es la llama que nos alerta de que todo en este maravilloso mundo es posible. Por eso el ser humano es capaz de hacer cosas, de crear cosas y potenciar la vida desde un estado superior de abstracta consciencia. Somos capaces de lo más bello, de lo más sublime, de lo más maravilloso. El amor es una muestra de ello, una metáfora de las fuerzas que mueven el universo entero. El amor expresado en silencio, con una sonrisa, con un paseo, con un guiño al infinito, es la poderosa herramienta que los cielos utilizan para mover cuanto requiere. La esperanza activa es aquello que nos empuja, que nos hace avanzar hacia nuestro destino inevitable. La esperanza siempre puede ser una llama que vuelve una y otra vez…

Me marcho cargado de esperanza, de fe, de anhelo… Me marcho feliz, sonriente… Me marcho maravillado por la belleza que desprende la vida cuando te abres a ella.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

La flama de la atención


2019-10-10_15-17-35_992.jpg
Foto: Momentos antes de la sonrisa… 

Prestad atención al recuerdo. Prestad atención a la risa, a la alegría, a la flama poderosa del amor. Recuerdo el primer encuentro que tuvo aquella hermosa ingeniera alemana con el que había sido un importante presidente de banco. Acabábamos de llegar de su inmensa granja de caballos en mitad de la Baja Sajonia y lo único que sabía en español fue una frase que le había enseñado y que se aprendió con un tono jocoso muy divertido, así que cuando vio al culto y honorable presidente del banco vestido de punta en blanco en aquel imponente palacete se la lanzó sin pudor alguno: “¡Qué pasa tío!” No paraba de reír por la escena propia de una película tragicómica, por aquella hermosa y ocurrente alemana que meses antes había conocido en la bahía de Findhorn, en Escocia.

Por suerte su excelencia era amigo, y por lo tanto, sabía de mis excentricidades y de la forma peculiar de comunicarme con el mundo, así que vio a aquella hermosa alemana de casi dos metros de altura como una de mis exóticas joyas antropológicas. La comida que hubo después no tuvo desperdicio y yo no paraba de reír por ver la cara de pasmo que su excelencia ponía ante las ironías de aquella bella dama sin pelos en la lengua que no sabía a quién se estaba enfrentando. El duelo de titanes quedó en empate, y en mi interior, se abrió una brecha infinita para entender que sin humor la vida no tiene sentido. ¿Cómo comunicarnos con la vida, alejados de las máscaras, con humor y sencillez, con sentido de alegría y bondad? Aquel día lo aprendí.

Es importante ver dónde ponemos la atención. Estos días de profunda meditación había una simpática inglesa que no paraba de sonreír. Me llamó la atención no tan sólo por su hermosura, sino porque me recordaba a aquella novia alemana que vivía la vida con la intensidad que la broma lo permite. La sonrisa es una impresionante forma de comunicación, es de una frescura e inmediatez sin límites.

Esta mañana rompíamos el hielo y nos intercambiamos algunas palabras. Se acercó, sonrío con esa belleza propia de diosas encarnadas y espetó cuatro palabras en un perfecto castellano. Está aquí, en la comunidad de Findhorn, haciendo un curso sobre “esperanza activa” y me atreví a preguntarle si guardaba esperanza. Fue un encuentro bonito propiciado por la sonrisa, por esa alegría interior que hace que las cosas se vean de forma diferente. El mundo destapa sus máscaras ante la alegría y el gozo, la vida suena a primavera aunque estemos adentrándonos poco a poco en el oscuro y frío invierno. La sonrisa es poderosa. Es como esa flama de atención ardiente que surge de lo más profundo de nuestras almas, como ese canto poderoso que nos previene de la tristeza y el dolor.

Por eso en estos momentos de mi vida deseo ardientemente fijar la atención en la llama del amor, de la alegría, del equilibro, de la broma, del buen humor. Por eso me encanta ver a este tipo de personas que te miran y te sonríen sin esperar nada a cambio, sin desear nada a cambio. Una inocente sonrisa y el mundo despierta a la vida, a la llama ardiente que arde en los corazones vivos.

Sin darme cuenta esa sonrisa había penetrado en mis sueños, me había destapado y sacado de la cama. A las seis de la mañana ya estaba en el santuario, meditando, y allí estuve feliz y despierto hasta los siguientes cantos, hasta la siguiente guía. La belleza de la simplicidad, la exquisita entrega hacia lo milagroso, hacia el profundo perfume de las flores en primavera, hacia el canto armónico de los pájaros en los cielos e incluso en el aullido del lobo que escapa de la noche entre los valles cubiertos de sombras. La sonrisa, puesta al servicio del amor, de la belleza, del clamor ardiente, de la sabiduría contemplativa. La sonrisa como punto y foco de atención de la flama. Esa y no otra es la auténtica presencia del misterio. Así que quedo agradecido a mi desconocida inglesa por hacerme creer de nuevo en la esperanza. En la esperanza y la fe en el ser humano, en el cariño, en la alegría y en el amor, última consecuencia de nuestras breves existencias. La vida se despliega de nuevo, la vida irrumpe con fuerza, la vida se expande con sonrisas dulces y amables. Bienvenida a la vida, bienvenida al mundo ardiente. Bienvenida esperanza activa.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Morir de amor…


a.jpg
La pava, agonizando, minutos antes de morir

Estaban fuertemente unidos. Cuando él se alejaba un poco, ella clamaba su atención. Cuando él se despistaba por el bosque, ella iba corriendo en su búsqueda. Se les veía juntos por todas partes. Ella, algo más feucha, estaba completamente enamorada de él. Él, esbelto, fuerte, grande, la miraba con ternura, con amor, con cariño. Hacían buena pareja entre tanto pájaro raro. Paseaban por las veredas, ahora ya casi otoñales. Se acercaban al estanque para saludar a los patos. A veces se confundían entre las gallinas, peleando por algún trozo de pan duro que les echábamos entre horas. Era hermoso verlos en sus peculiares paseos por los verdes prados. Era hermoso pensar que el amor es relación, acompañamiento, comprensión en lo bueno y en lo malo. Me entusiasmaba observar la fidelidad que se tenían, especialmente en un mundo tan traicionero como el nuestro. Envidiaba de alguna forma, aquí arrastrado por esta soledad, su eterna compañía. Sentía que su relación era infinita, para siempre.

Una noche se perdieron. Debieron despistarse y no llegaron a dormir en el gallinero. Yo andaba de viaje así que me sentí impotente cuando me explicaron que en esa trágica noche el pavo macho había muerto en trágico suceso. Desde aquel día, la pava bizca sufrió de desamor. Su pavo había muerto, ya no estaba a su lado, ya no tenía su compañía, ya no podía gritarle cuando se alejaba más de tres metros o cuando en su media ceguera, no veía que estaba ahí, a su lado.

Desde ese día la pava bizca ya no fue la misma. Se la veía vagabundear por los prados, sentada sola, en las esquinas de los caminos, a veces con los ojos cerrados, como llorando la pena, a veces pensativa mirando al infinito. Su tristeza fue la mía, por eso estos últimos días hablaba de ella. Sentía como si de alguna forma pudiera entender su dolor que hacía mío. A veces, aprovechando que no veía por un ojo, me acercaba en silencio por el lado ciego, me sentaba a su lado, la cogía despacio, muy despacio, y le abrazaba, intentando animar su vida. La pava bizca se dejaba, no ofrecía resistencia. Era como si su propia vida ya no valiera nada, ya no tuviera sentido. Como estoy sensible con estos temas del abandono, sentí una gran compasión por ella.

Ella seguía caminando, pero cada vez se la veía más triste, más ausente. Buscamos un nuevo pavo con la esperanza de reanimar su ánimo, pero la empresa fue inútil. Ese no era su pavo, ella quería estar al lado de su pavo, de su gran pavo esbelto, hermoso, flamante. Al amor, cuando es verdadero, no se le puede distraer, no se le puede sustituir. Sigue ahí, permanece, en angustioso silencio, en agónica presencia, aunque el ser amado esté lejos, aunque el ser amado ya nunca vuelva. Sólo el Gran Espíritu de los pájaros, el gran Simorg, sabe lo que esa pava, esa pobre pava, ha sufrido en estos días.

Esta mañana ya casi otoñal, al alba, antes de la meditación, abrí temprano la puerta del corral. Extrañamente ningún ave salió a dar los buenos días. No le di importancia. No pensé que fuera el augurio de nada. Me marché tranquilo a meditar entra la niebla mañanera. Tras los rituales matutinos, nos pusimos a limpiar los troncos que irán en el futuro nuevo tejado. Escuché de repente algún alboroto en el corral. Me acerqué por curiosidad para ver qué pasaba. No vi nada extraño excepto a los patos que corrían de un lado para otro, como intentando avisar de que algo pasaba. Hoy he descubierto que los patos tienen una inteligencia y una sensibilidad especial. Hoy he sentido con mayor fuerza que nadie debería ir por ahí comiendo paté de hígado de pato, ni pato a la naranja ni pato de ningún tipo. Los patos deberían ser animales de compañía, como los perros y los gatos. No merecen ese trato, ningún animal lo merece.

Me acerqué corriendo para ver qué pasaba. Entré dentro de la pequeña cuadra y allí estaba la pava, la pava bizca, bocarriba, retorciéndose de un lado para otro mientras intentaba inútilmente ponerse en pie. Me acerqué a ella sin entender qué estaba pasando. Mi presencia la tranquiló. Noté su calma en la mirada. En un primer momento pensé que en su torpeza se había caído y no era capaz de ponerse de pie. La recogí del suelo con cuidado y la coloqué en una postura ideal. Pero sus piernas flaqueaban y se caía. La saqué fuera de la cuadra y la puse en el corral donde todas las aves la miraban con curiosidad, especialmente los patos, que se acercaban para protegerla. Entendí de repente la expresión “estirar la pata”… La pava de repente empezó a estirar la pata y colocar su cabeza de forma peculiar, mirando al cielo, suspirando los últimos alientos.

Veía ante mis ojos el que iba a ser el final de una vida que moría, sin duda, por amor. Me quedé a su lado. Puse música de fondo y acariciaba suavemente todo su cuerpo para que viviera el tránsito con calma. Los patos se acercaban cada vez más. También alguna gallina negra que debía haber confraternizado con la pava. Observaban la muerte sin entenderla. Sabían que algo no iba bien pero no sabían qué estaba pasando. El rostro de los patos era inquietante. Mi experiencia en los bosques me decía que estábamos llegando al final, y que sería cuestión de minutos. Permanecí sentado, acariciando su rostro, su pico, sus alas, a su lado, hasta el final. La pava bizca, la feucha pero hermosa fiel compañera murió con música de fondo, acompañada por un ser que de alguna forma la quería. Por un momento sentí un amor infinito hacia ese animal y un desgarro por su pérdida. Antes de enterrarla, me quedé un rato a su lado, mirándola, acariciando su cuerpo ahora sin vida. Pensaba mientras lo hacía en todos los pavos que morirán cruelmente estas próximas Navidades para celebrar una noche de amor. Sentí que toda esa gente no sabe nada de amor, no entienden nada de amor. Sólo la pava bizca, en su sensible y pequeña vida, ha comprendido la verdadera naturaleza del amor. Por amor vivió, por amor murió y ahora su amor vive en mí. Gracias querida por tu gran testimonio que llena mi vida de fe y esperanza. Descansa en paz.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Ser una cucaracha no parece tan terrible


a.jpg
© Sandra Herber

Gregorio Samsa soñaba que era una gran cucaracha. Kafka describió anecdóticamente como uno podía pasar de ser un tranquilo comerciante de telas a convertirse, de repente, en un gran insecto. Todos sufrimos alguna vez algún tipo de mutación o transformación, algún tipo de metamorfosis extraña. Yo mismo la he sufrido en estos meses. Ahora soy un individuo diferente. Tan diferente que estoy más próximo a las cucarachas que a lo que realmente era hasta hace muy poco. Justo en estos días hace un año que pasó algo aparentemente terrible.

Mi novia de entonces encontraba un trabajo y decidía marcharse lejos, a otro país, transformando mi mundo a partir de ese momento en una pesadilla kafkiana. El trauma y la transformación duró lo que dura un parto. Nueve meses. A partir de ahí, bajo las cuevas de Qumran, en pleno desierto israelí, mi vida empezó a deslizarse por otra dimensión anímica, por otras sensaciones emocionales diferentes. Entró en mí algo así como una nueva forma de entender las relaciones. En ese instante, ante la pasión del momento, la luna llena y el vacío que uno siente cuando se deja transformar por la experiencia, no me di cuenta de la mutación que empezaba a sufrir dentro de mí. Allí, en el desierto, empecé a transformarme en cucaracha, en un bicho raro.

Debo decir que he batido mi record en cuanto a soledad se refiere. Nunca, desde que muy tarde empecé a tener mis primeras novias, había estado tanto tiempo sin pareja. Las relaciones formales que durante tantos años he sentido como necesarias han dejado de existir en mi universo inmediato. Realmente no deseo ningún tipo de relaciones, al menos de esas que implican un compromiso y una responsabilidad estrecha en cuanto a la vida íntima. En este año he podido besar a dos mujeres, abrazarlas y desapegarme de ellas tan rápido como tan rápido pasa un veloz rapaz encima de su presa. Algo tan rápido y fugaz que ni tan siquiera pude saborear. Algo que nunca había experimentado hasta ahora pero que, de alguna forma, me ha liberado interiormente de unas ataduras y compromisos que no tenían ni pies ni cabeza.

He descubierto, a buena hora, que cuando una mujer se acuesta y yo me acuesto con ella, que diría el poeta, no implica necesariamente el tener que crear un vínculo inmortal. He descubierto que si una mujer te besa y te dejas besar por ella no tienes por qué inmolarte en la pila inmortal del deseo. En definitiva, he descubierto que ser una cucaracha emocional no es tan malo. Se puede sobrevivir a un beso sin mayor apasionamiento. Se puede sobrevivir a un abrazo sin necesidad de mucha más implicación, aunque el abrazo sea desnudo, sin cortapisas, sin estreñimiento. Incluso he descubierto que uno puede besar al prójimo próximo sin necesidad de estar enamorado, cosa que para mí, hasta ahora, era algo tabú.

Qué liberación más hermosa siento al no tener necesidad de compromisos emocionales. A buena hora, repito. Pero más vale tarde que nunca y más vale desnudarse poéticamente ante este nuevo relato desconocido, esta nueva forma de entender las relaciones humanas, este desapego inclusivo, abarcante, bello. Me siento un poco cucaracha en comparación a mi anterior versión. Algo más normal a la media, algo más distante, quizás algo más gusano. En todo caso, algo más insecto, sin mucha capacidad de sentir aquello que pueda hacerme daño y sin mucha ganas de repetir escenarios patéticos dónde la salud emocional pueda ser dañada por un plagio o una mentira. Me siento fuerte y libre, a buena hora. Y por ello, me siento algo más alejado de ese mundo de agua, de ese mundo escurridizo, de ese atormentado mundo astral, tan lleno de formas y colores y tan extraño para aquellos que vivimos más anclados en el mundo arquetípico. Me siento como caminando sobre las aguas. Me siento como volando a otros lugares más lejanos y diferentes. Sí, una cucaracha. Un gran insecto. Y no es tan terrible.

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Cuando todo arde


notredame.jpg

Hace tres años ardía el corazón de un buen amigo. Su llama se apagó en la tierra y nació un brillo allá en el cielo. Durante estos años lo hemos imaginado amable, sonriente, tocando un arpa en algún lugar de alguna de las dimensiones celestes. Un hombre bueno nunca muere en los corazones que iluminó. Por eso sigue vivo, en el recuerdo de los que lo conocimos, en las lágrimas de los que lo lloramos. Arde su llama en nosotros, y esa poderosa lumbre seguirá ahí mientras el recuerdo siga vivo. Su ejemplo nos hizo mejores, y eso será algo que algún día podremos transmitir a los nuestros. Si la bondad es contagiosa, la plaga seguirá su curso hasta que todo ser humano se llene de misericordia y humanidad. Los hombres buenos nos hacen mejores, nos iluminan, nos inspiran, nos dan la esperanza del futuro.

Hace hoy justamente tres años viajábamos inocentes, recién nacidos en el amor, hacia la tumba de ese buen amigo. Uno siempre piensa, en esa ingenua llama que arde dentro, que el amor durará para siempre, que el celo, que la vida nos une para permanecer ardientes toda la existencia. Nunca pude imaginar que esa llama terminaría por un malentendido, por una mala gestión de emociones y hechos fortuitos que pusieron a cada cual en un lugar extraño. Pero así es la vida y sus avatares. La vida siempre es sabia, y sabe cuando el amor se agota, cuando el amor debe pasar a otra fase.

Hoy recibí noticias de un ser querido perdido en los bosques. Andaba preocupado y por fin dio señales de vida. Continua su viaje, que suena a despedida o reencuentro, nunca se sabe. Viendo como la llama arde en el consuelo de las almas, siento agradecimiento y paz. Al menos sé que está viva, al menos sé que si no halló el amor en su errante marcha, en alguna parte lo encontrará. Mi llama sigue ardiendo, ya sin importar ser o no ser correspondida, porque ahora entiendo que lo importante es amar sin importar el sujeto amado. El amor es un llamamiento para entender que la vida no puede ser atrapada, que todo se purifica una y otra vez en los arrebatos de lo indecible. El amor nunca palidece, permanece latente a la espera de una respuesta, de un abrazo, de un retorno, de ese gesto que aviva como un soplo las brasas perennes.

Cuando llegué a casa tras una jornada abrasadora de noticias y acontecimientos, como si no hubiera sido suficiente, veo las imágenes de París ardiendo en su corazón. Notre Dame, mi querido y añorado templo, ardiendo en llamas. No me lo podía creer. No lo quería creer por toda la carga simbólica de lo que realmente estaba ardiendo. ¿Arde París? No, no es la pregunta histórica la que encierra la respuesta. Es algo mucho más profundo e incierto. Cuando todo arde, uno ya no sabe a qué aferrarse. Bueno, quizás sí, al hombre bueno que nos dejó hace tres años, al amor imposible, al amor, siempre al amor… Pero sobre todo, a la esperanza de que esas paredes, de que esos muros de piedra pulida volverán a levantarse una y otra vez. Como el amor. Así es el ser humano… Indecible, confuso, perdido, pero lleno de fe y esperanza.

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Trascendencia


 

 

IMG_20190414_170437

Trascendencia es quedarte a solas con esa mujer hermosa, en la oscuridad de una habitación grande mirando por una ventana vacía, viendo una película para niños, acurrucados castamente bajo una manta mientras ella piensa en su novio y yo en aquella que se fue lejos, desapareció de repente en un bosque lluvioso y nunca más supe de ella. Trascendencia es que me pida que la acompañe, por miedo, en la oscura y fría noche. Ella se acuesta en una litera, en la gran casa, y yo en la del frente, junto a la ventana, sin pijama, con la ropa puesta por si tuviera que salir corriendo hacia ese bosque que imagino lluvioso, solitario, desnudo. Atrapado entre media docena de mantas y aún así con el frío dentro, me imagino huyendo hacia ella, desesperado, hambriento.

Trascendencia es levantarte, desayunar e ir a pasear con esa bella mujer. Ella hablándome de su novio y yo pensando en el bosque, pero entendiendo lo que ella me dice mientras desahogo mi pena en ese largo camino hacia el castro celta. En el centro ese miedo a la soledad, esa soledad solemne, trascendente. Ese miedo al desprecio, al abandono, a la indolencia de un mundo en el que no encajamos. Esa lucha constante por intentar vivir el amor a ciegas, a tientas, de forma áspera y desesperada.

Trascendencia es llegar al final del camino, sentarse en un alto de rocas blancas, otear el horizonte fijamente intentando con la mirada llegar hacia el otro lado, más allá de todo cuanto se ve. Es cerrar los ojos con el lagrimal ausente, húmedo, respirar profundamente esa tristeza de no entender las cosas que nos separan, de no saber cuánto tiempo habrá de pasar hasta aprender las sublimes lecciones de la soledad trascendente. Es agarrar con fuerza la tierra y rascar con un dedo ese nudo gordiano que pretende, ingenuamente, atravesar toda la tierra hueca hasta el otro lado del mar. Si consigo entrar dentro, estaré a salvo, piensa mi mente cobarde.

Trascendencia es comprender en el paseo que el miedo es necesario, que nos ayuda, nos protege, nos salva. El miedo es el mayor aliado de la supervivencia. Es cierto que a veces por miedo cometemos graves errores. ¡No sabría decir cuantos he cometido en estos meses de pánico, de pavor! También por miedo nos perdemos oportunidades. ¡Cuantas en esta vida habré dejado pasar! Pero ella es dulce con la palabra e inteligente con el ánimo y sabe conducir la conversación hacia la paz, hacia la esperanza, hacia la memoria futura de la fe, ciega y segura. Trascendencia es prestar atención a sus consejos y escuchar su dura experiencia para aprender algo. Mientras lo hago, es inevitable seguir suspirando, e imaginar ese otro bosque que imagino lluvioso. ¿Estará bien? ¿Seguirá indomable, arisca, salvaje? Pero… ¿estará bien? Me inmolo si hace falta, pero que esté bien, que sea feliz, que haya encontrado ese camino que tanto anhela.

Trascendencia es seguir amando en silencio, ahora ya sin molestar, dejando que cada uno siga su tránsito, sea el que sea el que haya inventado, el que haya creado a su imagen y semejanza. Es soltar y asumir que la soledad es lo que ahora toca abrazar, es soltar y asumir que en el fondo siempre estamos solos, aún cuando nos abrazan de forma sentida, aunque ese abrazo nos confunda por un instante. Trascendencia es aceptar este paisaje yermo, esta melancolía dolosa, esta tramposa ilusión de creernos separados por bosques húmedos y montañas. Trascendencia es saber que está ahí, a pesar de todo, pero también saber que está aquí, y en ella, y en la otra, y en el otro. Incluso está en las flores y en los árboles, en la lluvia y el rocío de cada una de las mañanas. También en los ocasos y en los vacíos y en el canto de cualquier pájaro.

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

Hacia un mundo amoroso


Cupido y Psique, de Jacques-Louis David..jpg
Cupido y Psique, de Jacques-Louis David

Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor… (Luis Cernuda)

Me gusta esa imagen loca de un angelito medio desnudo lanzando flechas a diestro y siniestro esperando que la fortuna del amor enlace mundos hasta ahora serios y aburridos. Me gustan esas parejas enamoradas, locas de remate en las esquinas, besándose en los aeropuertos, metiéndose mano y lengua y de todo. Me encanta ese mundo acaramelado y ardiente en una tierra donde se ha perdido la razón y el sentido del cariño, la palabra honrada, la honestidad, la bondad, el detalle, el compartir, el cuidar, el amar. Me encanta esa imagen ñoña, casi de estampa, donde todo parece rosa y escarlata.

Todos los días del año deberían ser así, días de enamorados. Donde los partidos políticos se abrazaran mirándose cursis a los ojos, donde los enemigos de repente nos tiraran los tejos y se derritieran ante nuestras poses horteras, ante nuestros errores y nuestras sombras, perdonándonos como rezaba el Nazareno. Un mundo donde los soldados se volvieran soldadores y los gamberros cuidaran a las abuelitas en los parques mientras dan de comer a las palomas colipavas. Un mundo sin guerras donde hiciéramos el amor en los desiertos, bajo la luna llena o en cualquier acera.

Daría cualquier cosa por vivir siempre cargado de poesía, enamorado de la mujer, de la vida, de la montaña, de los animales, del bosque, del cielo, del mar. Incluso daría cualquier cosa por estar siempre en ese estado de enajenación donde la realidad parece plástica y manipulable, donde todo es posible, donde todo está bien y donde la vida es dulce y merece ser vivida. Ese estado que te hace atravesar medio mundo para dedicar un instante de paseo, para ofrecer una caricia, para mirar a los ojos de la amada aunque sea por tan solo un segundo y decir ese tan esperado “te quiero”. Daría cualquier cosa por ver a una pareja enamorada, entregada, alocada en el sentido más profundo del término, capaz de cualquier cosa por un beso, por un halago, por una sonrisa. Por verlos juntos bajo el roble, en el jardín, entre las flores y también en el barro, en el coche, en los balcones tímidos y callados.

Ojalá Cupido se volviera loco y empezara a atacar al mundo con un ejército angélico cargado de alta munición amorosa. Flechas que rebasaran los corazones, que explotaran en los días grises, que formaran un oasis de arcoíris omnisciente. Ojalá el dios del deseo amoroso volviera al mundo inteligentemente para demostrar que las fuerzas del bien y de la luz son más poderosas que la triste estampa del aburrido incapaz de amar. Ojalá volcara su furia rosa llena de pétalos en los cañones floridos de la primavera amorosa. ¡Sí, un mundo amoroso, ingenuo, bello, tierno, amable y excitante!

Este mundo está falto de besos, de caricias, de coqueteos, de guiños, de juego, de alegría, de felicidad, de ensoñación, de risas, de complicidad, de compenetración con los opuestos, de verdadero arrebato y pasión, de fogosidad, de pulsión, de exaltación por los altos ideales del amor. En un mundo frío, hipócrita y falso, es necesario volcar toda nuestra existencia en amarnos los unos a los otros. En secreto, a escondidas o en la calle, en los lavabos, en las portadas de las revistas, en las puertas del cine y en sus butacas, en las clases de antropología y en las comisarías, en los portales, en los hospitales entre bandolinas y en los mercados, en las aceras, en la cama, en el armario y en los campos. Sin miedo a ser juzgados de cursis o presumidos o tórtolos o corderos degollados o descarados. Que se besen los políticos y que se estrujen en abrazos los soldados. Que se amen los banqueros con los obreros y se expanda el amor entre el campo y los mercenarios. ¡Que el mundo se vuelva cursi y amable, que se vuelva loco de arrebato! ¡Ligad vuestro amorcillo con una cadena de perlas y llenaros las cabezas de fruta como hacían los dioses! ¡Preparad el lecho, derrumbad los cuerpos ungidos y amaros!

Así que felicidades a los que aún tienen capacidad de amor, de enamorarse, de volverse locos por sus compañeros, amigos, esposos y esposas, íntimos, mujeres y hombres, amantes y novios. Amaros con locura, con pasión, con deseo, con arrebato, con urgencia, con generosidad, con cariño, con desesperación. Cortejaros sin pudor, sin remedio. Volveros locos de idiotez, de ternura, de afección. Sed agradables al mundo para que el mundo se vuelva agradable. Llenad las plazas de cariño y simpatía y las calles de humor y afecto. Esto es lo más esotérico, lo más sublime, lo más acertado: el amor.

Que los serios y pomposos no arruinen vuestra alegría. Que los tristes y amargados no influyan en vuestra loca visión de la vida. Dejaros arrebatar por el delirio y amad amando. En gerundio, sin parar, con urgencia, porque el mundo urge de amor, de arrebato, de ternura. Sostened una paloma y bebed ambrosía. Vestiros de rosa y sed cursis, aunque solo sea por un día. Feliz día de los enamorados. Sed felices, y amaros.

Pd. Nuestro querido Joan Contreras ha tenido la amabilidad de ponerle voz a este post… Gracias querido por el gesto y el guiño. Me ha hecho mucha ilusión:

https://anchor.fm/joankontreras/embed/episodes/Podcast-92-feliz-post-dia-de-los-enamorados-poesa-en-prosa-e37cpp/a-aagu1t

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Cuando los hombres lloran


a
© Philip Mckay

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo… si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día! Oliverio Girondo

Ayer tuve la oportunidad de hablar con tres hombres que estaban pasando por un mal momento. Uno por un problema laboral, otro por un mal de amores y el tercero por un problema existencial, de soledad y pérdida de sentido. Yo mismo tuve un día extraño, mezcla de los tres problemas que cosechaban mis amigos. Quizás Mercurio estaba retrógrado, o Acuario en luna llena o lo que fuera, pero lo cierto es que ayer fue un día difícil para algunos de mi entorno. Un día para llorar.

Es evidente que los hombres, algunos hombres, han desarrollado una sensibilidad diferente en las últimas décadas. Aunque aún persiste el estereotipo de hombre fuerte e insensible, depredador y machista, muchos hombres están desarrollando cierta sensibilidad que choca frontalmente con un momento de plena emancipación de la mujer. Estamos viendo un cambio de roles extraño, donde muchas mujeres se comportan como lo hacían los hombres y muchos hombres como lo hacían las mujeres. Las mujeres se emancipan, se sienten libres e independientes, utilizan a los hombres como los hombres utilizábamos antes a las mujeres, con cierta frialdad y despotismo, con cierta superficialidad y desapego. Mientras que los hombres sensibles, los hombres blandengues, que diría con humor el Fary, se vuelven vulnerables, indefensos, demandantes de cariño y afecto, de seguridad y arropo. Ahora los hombres necesitan ser abrazados y comprendidos en este nuevo mundo sensible.

Esto crea confusión porque inconscientemente la mujer sigue demandando un hombre fuerte y seguro, capaz de proteger la familia y el hogar con un buen sueldo y la necesidad de estatus con una buena reputación, ya sea laboral o de cualquier otro tipo de éxito. Los mensajes que recibimos de los medios de comunicación siguen potenciando ese tipo de roles arcaicos y primitivos, creando aún mucha más confusión en la psique, ahora más sensible y abierta, de todos.

Esto crea un verdadero embrollo y una verdadera pérdida de sentido para todos. Mi primer amigo lloraba por la frustración laboral que sentía. Tiene la necesidad de generar dinero para alimentar a su familia, pero no a cualquier precio. Le gustaría poder desarrollar su arte, pero el arte no vende, no tiene prestigio y es decadente en una sociedad decadente. Su frustración y dolor nace de verse atrapado en un sistema donde nadie va a reconocer su trabajo, su don, su talento, y para poder sobrevivir, debe prostituir su tiempo en labores ingratas que no le aportan nada. Dedicarse al arte o a la poesía hoy día no provoca más que frustración y fracaso. ¿Qué mujer hoy día desea vivir con un poeta, con un soñador, con un nómada del verso?

Mi segundo amigo sufría de mal de amores. Tras experimentar con algunas relaciones, veía como las mujeres utilizaban su belleza y su cuerpo sin mayor compromiso. Guapo, atractivo, inteligente, pero sin capacidad de poder crear una relación comprometida y estable. En la sociedad líquida donde vivimos, el fluir se ha convertido en un mantra poderoso donde lo sólido no tiene nada que hacer. Las mujeres fluyen y hoy se acuestan con uno y mañana con otro, como tradicionalmente hacíamos los hombres, sin mayor implicación emocional que la de pasar una buena noche. La sociedad se prostituye, y los hombres que han nacido con ese nuevo rol de sensibilidad no se adaptan a este cambio de paradigma. Un romántico, un soñador, un hombre sensible, está abocado al fracaso. Nadie querrá estar con alguien que da muestras de inseguridad, sensibilidad o debilidad.

El caso del tercer amigo es más grave aún porque ha conseguido de alguna manera, aunque sea pasando calamidades, malvivir de la poesía, del cuento, del arte. Eso le ha abocado a una vida errante y nómada, sin una base material sólida donde sustentarse, sin una casa ni un hogar donde volver tras sus periplos poéticos. El precio de su felicidad, de su libertad absoluta, lo paga con creces a base de grandes dosis de soledad. La soledad, y esa sensación de fracaso en lo personal a cambio de cierto éxito en lo profesional, le aboca a una depresión constante y continua. ¿Qué mujer se fijaría hoy día en un consagrado poeta que no tiene dónde caerse muerto?

Es cierto que no es bueno generalizar ni que estos tres ejemplos que casualmente se juntaron ayer en un lloro colectivo sean una muestra considerable de lo que realmente está sucediendo, pero sí es un síntoma claro de que los tiempos están cambiando y de que nos estamos encontrando con un paradigma de pérdida de sentido. Yo mismo soy un claro ejemplo del fracaso de este paradigma. Errante, con un trabajo excitante pero que apenas da para vivir, nómada emocional porque ninguna mujer es capaz de soportar una vida tan inestable y tan poética, tan sensiblera y necesaria de grandes dosis de cariño y atención, de cierto misticismo y espiritualidad, de cierta inteligencia y crítica. Sí, los hombres también lloran. Y últimamente no paramos de hacerlo, como lo hacen los cacuies y los cocodrilos, si es verdad que los cacuies y los cocodrilos lloran, como decía el poeta. Nadie desea abrazar y sostener a un poeta, a un hombre sensible. Nadie en una sociedad líquida desea responsabilizarse y comprometerse en una relación estable y duradera.

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

Abrirse a la experiencia del amor


a.jpg
© Susanne Washington

La ternura no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor… Jorge Bergoglio

Cuando uno fracasa en la experiencia del amor, especialmente del amor pequeño, del amor minúsculo, del amor de pareja, se siente cierta frustración, cierta sensación de fracaso y derrota. La norma generada es que nos cerramos a esa experiencia al cosechar pérdidas consecutivas. Nos gusta indagar sobre la experiencia del amor porque junto a la vida y la muerte, es uno de los tres temas fundamentales de la existencia de todo ser. A pesar de todo lo vivido y experimentado, a pesar de todo lo indagado y escrito sobre este asunto, siempre notamos cierto verdor, como si cada día, la experiencia del amor fuera algo nuevo a lo que enfrentarse y de lo que aprender.

Hace unos días, una buena amiga me miraba con amor y dulzura en los ojos y me decía contundente que algún día mi alma encontraría a su alma amiga. Que más allá de los amores de la personalidad, siempre torpes, el alma enfocada en un propósito encuentra inevitablemente a esa otra alma que ayudará al mismo, ya que el propósito del alma nada tiene que ver con los pequeños propósitos de la personalidad, siempre egoístas e individuales. Por lo tanto, es inevitable que dos seres enfocados en un propósito de alma se encuentren para engrandecer esa experiencia. Otra cosa es que ambos se reconozcan como tal en esa vivencia cuántica, que brote la semilla del amor y que se expanda en ambos sentidos, en el sentido de amor de alma y en el sentido de amor de pareja terrenal.

Como experto saboteador de relaciones, siempre, a pesar del dolor que esto conlleva, un dolor siempre bilateral, donde ambas partes sufren, me he interrogado por ese afán de lanzarme a cualquier relación sin examinar a priori las consecuencias futuras. El amor debería ser inteligente, más allá de los impulsos primarios que nos hacen abrazar la experiencia humana de cualquier ser que se nos acerque y por el que sintamos un mínimo de atracción. Uno debería razonar si esa atracción primera está en acorde con el sentir más profundo, con la experiencia como almas libres que desean desarrollar un trabajo profundo, compartido y consciente en esta oportunidad de vida. Hay experiencias de amor en pareja que te separan totalmente de este propósito y hay otras que te elevan exponencialmente hacia la misma. El discernimiento, en este sentido, resulta ser una poderosa herramienta para saber elegir bien la persona que entrará en tu vida, que aminorará la marcha de tu evolución o la multiplicará en un acelerado compartir.

De ahí la prudencia de abrirse a la experiencia del amor. De hacerlo con calma, sin prisas, despacio. Conociendo bien a la otra persona y conociendo bien todo aquello que nos aporta y que nosotros aportamos a ella. Si perdemos el tiempo en señuelos de una noche de pasión, en tratos comerciales para pagar hipotecas y vivir una vida cómoda o en estimulantes relaciones que solo nos conducen a un vacío perpetuo, es mejor no hacer nada, es mejor esperar, es mejor estar atentos.

La prudente espera debe venir acompañada de un profundo anhelo. No todo el mundo desea arriesgar parte de su vida para afrontar el reto de la experiencia humana en compañía. Para muchos, la soledad también puede ser una llama, un camino, una vereda. Para otros, la comprensión de poder multiplicar la experiencia, acelerada inevitablemente ante el abrazo incondicional de otro ser, puede suponer un avance meteórico hacia la evolución. Si la soledad puede ser una llama, el amor en relación puede llegar a ser un fuego incombustible. Una vida tierna y amable, una vida rebosante de amor y atención es la mejor manera de comprender las fuerzas universales de la existencia. No una relación mediocre de interés mutuo, sino una verdadera apertura al amor incondicional, fuerza primera de todo lo que nos rodea, fuente primordial de todo cuanto existe.

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar

 

En los jardines de la memoria


a

“Mi querida Alicia, nos veremos en los jardines de la memoria y en el palacio de los sueños, ahí es donde tú y yo nos veremos”. Alicia a Través del Espejo

Hay seres que pasan por nuestras vidas para no volver nunca más. Aparecen, impregnan con su aura toda nuestra existencia y un día se marchan. A veces lo hacen de repente, sin avisar. Otras ocurre por accidente, por mala suerte, por un mal entendido, por una pequeña bola que va creciendo y se torna insoportable. Otras, simplemente mueren y ya no podemos hacer nada. Muchas veces me pregunto qué será de ellas. Es imposible olvidarlas porque están ahí, en los jardines de la memoria, en los recovecos de nuestros almacenes emocionales. Aparecen y desaparecen, van y vienen una y otra vez a lo largo de los días, de las semanas, de los meses, de los años. Nunca se van de nuestro interior porque permanecen vivas en el palacio de los sueños. Nunca importa lo que hagamos en la vida, dónde estemos o con quien estemos. Esas personas que entraron en nuestro corazón ya nunca desaparecen.

Y en estos días de entrañable compañía, de estar con la familia, con los seres queridos, me doy cuenta de todos los ausentes. De todos aquellos a los que no podremos abrazar nunca más. Realmente es una sensación melancólica y triste porque a veces desearías poder retomar aquella emoción que tanto nos unía, aquel lazo que nunca debió romperse más allá del orgullo, el egoísmo o la sinrazón. Tantas almas que van y vienen, que nos llevan a volar hasta lo alto para luego abandonarnos de repente.

En los jardines de la memoria repaso uno a uno cada momento, cada instante. Me regodeo con aquellos momentos felices, con aquel recuerdo, con aquella caricia, aquel abrazo, aquella mirada, aquella complicidad. Miro con agradecimiento cuantas cosas ocurrieron y pudimos compartir. Acecho a la memoria y me traslado hacia atrás, hacia hace unos días, unas semanas, unos años, unas décadas y los recuerdos se amontonan como hojas de otoño que caen sobre la hierba verde. El rocío de la memoria abraza cada pestañeo, cada instante por pequeño que sea.

Luego abandono el jardín y entro por la ancha puerta del palacio de los sueños. Allí imagino escenas de amor, encuentros con unos y otros, conversaciones, abrazos en un entorno festivo de alegría y bienestar. Miro a todos aquellos a los que hice daño y les pido perdón por mis torpezas, por mis errores humanos, por mis miedos y mis tormentos. Los miro uno a uno, intentando obedecer al llamado de la redención. También veo a los que me dañaron y los abrazo con una sonrisa cargada de amor, de respeto, de admiración, porque de alguna forma me enseñaron algo, me pusieron a prueba para aprender. Los abrazo a todos en esa fiesta de cariño onírico, deseando que en ese palacio podamos vernos a menudo y podamos aprender sobre el mundo amoroso.

Guardo en mi memoria a todos aquellos que alguna vez rozaron mi vida. Los guardo como el mayor tesoro. Porque, aunque ahora no estén aquí, en esta sala fría y solitaria donde ahora me encuentro, espero algún día volver a verlos entre jardines y palacios, entre luz y amor. Ese miedo a no verlos nunca más desaparece en el mundo de los sueños. Ese miedo a que la soledad sea el principio del fin se hace pequeño ante el recuerdo. Vendrán más almas, vendrán más seres a llenar los recovecos del ancho corazón. Volverán los abrazos y complicidades.

Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas


a.jpg
© Alexander Khokhlov 

«Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, temen que descubran su secreto, el triste secreto de cada ser humano: que no puede vivir sin amor». Sandor Marai

La cuestión del amor es compleja, especialmente hoy día donde todas las relaciones empiezan a tejerse desde la virtualidad y la comodidad de estar sentado en un sillón clasificando las cosas-personas por “me gusta”. Lo terrible de este nuevo tiempo es precisamente eso, estamos empezando a ver a las personas como cosas. Es decir, retrocediendo de nuevo a esa sensación que había en la Edad Antigua de adquirir esclavos o esclavas o mujeres que podían ser consideradas como propiedad. Es cierto que no podemos pensar en las personas como propiedad, especialmente con las cuotas de libertad que se ha alcanzado hoy día, pero sí como objetos virtuales que se esconden tras una fotografía adaptada a la mejor imagen de nosotros mismos. En el fondo, toda una ilusión, toda una mentira que se agrava con el paso del tiempo y la imposición de nuevas herramientas y tecnologías virtuales.

Por eso la reflexión del novelista húngaro Sandor Marai está ahora muy de actualidad. Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Diríamos que hace falta mucho coraje para amar en los tiempos en los que estamos, o al menos para intentar amar, para arriesgarse a amar, para creer, en definitiva, en el amor. Dicho así, el amor parece algo trasnochado. En un mundo orgulloso lleno de cobardes que se esconden tras una tertulia unipersonal y virtual, es complejo amar. Es un mundo de paradojas porque como dice el novelista, no podemos vivir sin amor aunque intentemos disimular que somos muy libres e independientes. En el fondo de nuestro corazón, sentimos la añoranza del amor, sentimos la pérdida del abrazo, sentimos en lo más profundo el amargo sabor de la soledad.

Pero es paradójico porque no tenemos tiempo para el amor, a no ser que venga precedido de algún tipo de contrato donde juntos podamos hipotecarnos de por vida o donde juntos podamos convivir medianamente bien para hacer frente a los gastos, cada vez más asfixiantes, de la vida fabril. Por eso el amor muere tristemente. Muere por cobarde, por orgulloso, por ilusorio. Muere porque amar requiere de entrega en un mundo egoísta donde nadie quiere conceder nada a no ser que sea a cambio de algo. La sociedad nos ha vuelto vanidosos y fatuos. Preferimos la soledad antes que el compartir generosamente. Preferimos la aparente libertad de vivir nuestra vida con el único sentido del placer unipersonal. Una sociedad nihilista solo puede crear personas que se miran a su espejo y se gustan a sí mismas sin contar para nada con los demás. No creer en nada también es sentir que no se cree en las personas.

Hay un exceso de espejos. Sobran pantallas y faltan más revolcones, más paseos en los atardeceres, más camas mojadas de sudor, más abrazos bajo un olivo, más broma y humor compartido ante un mundo tan serio, más aventuras bajo la luna o el cielo estrellado y más sentido de la comunión. Lo virtual hace que la vida pase en una ilusión mentirosa. Lo real nos enfrenta muchas veces al dolor y el sufrimiento, pero también a la esperanza, al abrazo, al sentido, a la emoción, al lloro y la alegría, al lamento y la recompensa, a la lucha insaciable por amar al otro. Pero para eso, hace falta mucho valor…

 

  • Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

donar