
La Montaña, solsticio de verano, 22 de junio de 2008.
Estimado Amigo,
Durante todo este tiempo vengo recordándote, quizás por una necesidad interior, la frase de Krishnamurti que expresa profundamente sobre que la palabra no es la cosa. Y esta vez han sido tres cortos días y dos largas noches intensas para poder recordarlas con la máxima atención. Intento recordar punto por punto todo lo ocurrido, todo lo escuchado, todo lo aprendido, todo lo leído… Pasar la mágica noche del solsticio en Los Asientos no es casual. Como un aprendiz de brujo que atiende discreto y silencioso a las enseñanzas de su mentor, me he aproximado a las puertas de una iniciación diferente, a un plano de conocimiento superior, a una vivencia del caminante propias de alguien que atraviesa una y otra vez el portal estrecho. No agrandes esa puerta, está bien como está, porque es la puerta estrecha que conduce, tras el magnifico paseo romano y sus columnas majestuosas, al imperio de lo desconocido.
He regresado a la Montaña por el Camino Viejo, aquel que antiguamente utilizaban los monjes, los Solitarios, en su vía crucis personal hacia Los Asientos y el mágico camino de La Plata, o hacia las Américas, con la sana intención de llevar la modernidad espiritual hacia los recónditos y extraños mundos del Dorado. Una pena que en muchas ocasiones erraran en el intento y la intención, en el Propósito, ya fuera por miedo, desproporción, exageración o violencia.
Con el doble de tiempo y con la tranquilidad de un paso tranquilo, he circunvalado toda la Sierra Norte por El Pedroso, Constantina y La Puebla, sin música, sin prisas, en Silencio, ocupado en exceso en recordar toda la vivencia espiritual, más que anecdótica, de estos días de reposo en Los Asientos.
El primer día del encuentro te noté ausente, cansado, abatido, muerto, en el sentido más profundo del término. Tú alma se había precipitado fuera de ti y había quedado la personalidad, sufriente, dudativa, temerosa de la vida porque es, en cierta forma, consciente de que ella no sobrevivirá al trance… Solo el alma sobrevive, y todos sabemos que nosotros no somos el alma… tan sólo una marioneta a su servicio, una especie de juguete necesario para eso que dan por llamar la trascendencia. Tú lo sabes, y por eso, ausente de alma en ese primer día, alejado de la Certeza, repartías interrogantes imposibles para una personalidad limitada. Javier no podía más que contestar con Silencios, y mi alma no podía más que Escuchar con tristeza. Tú tienes una personalidad con mucho poder, y eso es debido a que tu alma es un Alma grande y vieja, de largos recorridos y extenuantes experiencias, a veces, increíbles para un hombre normal. “El problema es que cuando la personalidad ejerce de patrón del barco y expulsa al verdadero Rey, esa nave, el Soma, va hacia la deriva… y el Nous abandona la causa primera, dejando que todo termine en naufragio… Prudente sería dejar que tu Psique te hable, dejar que tu Psique penetre en la obscena comunicación con tú Espíritu… Dejar que tu Alma regrese… “
Estabas lejos de Ti, o mejor dicho, tú estabas lejos de ese trozo epidérmico de personalidad, mente concreta, pellejo, algo de chicha, no mucha, y huesos, estructura. Tu parte abstracta te había abandonado y eso me dolió hasta la tristeza. Ni siquiera me diste un abrazo con la alegría que sueles hacerlo. Bastó un apretón de manos que no fue tal porque tu cuerpo, frágil, carecía de fuerza. Tampoco hubo mirada conciliadora. Sencillamente porque la mirada es la ventana del alma y el alma estaba lejos.
Los siguientes días, quizás por la magia transformadora del solsticio, fueron diferentes. El Genio se fue apoderando de ti, empezó a zarandearte sin llegar a poseerte del todo. Nació cierto brillo en la mirada pero sin llegar a resplandecer con toda su fuerza. Sólo pude comprender el estado de la cuestión por la noche, a solas con tu inmenso libro. Inmenso en todas sus dimensiones, pero de eso hablaré después. Entendí que tu alma se había marchado para restar intención y protagonismo a un hecho importante: la lectura intensa, la toma de contacto con un tremendo nudo de fuerza, con una tremenda caja de Pandora muy bien titulada “Acariciando el Sinsentido”…. Porque de eso se trata… de acariciar el sinsentido…
La gente no muere de cáncer. La gente muere por falta de propósito. Lo he redescubierto, reafirmado, gracias a tu mujer. Había una carta en el libro que estas noches he disfrutado con endiablada posesión e intensidad, inmensa intensidad. Hice referencia a ella a la mañana siguiente, ya que por la noche no la había visto. No le diste más importancia al descubrimiento y pensé que tu confianza hacia mí permitía ese tipo de intimidades. No la leí hasta que en la segunda noche la volví a encontrar en el mismo sitio, justo cuando llegué al lugar de lectura donde se encontraba entre esos asuntos oscuros que describes en tu libro. Un trozo de espíritu en mitad de los claroscuros del Sistema, un trozo de luz en mitad de la noche silenciosa, alejados del ruido.
La toqué con cariño y mucho respeto, pero sentí, y espero me perdones por el atrevimiento y la confidencia, que debía leerla. En todas las cartas hay una esencia y un mensaje claro, al igual que en todos los libros, en todos los gestos, en todas las sonrisas, miradas, olores, visiones… El mensaje, así lo he interpretado y sentido, no sin ser una interpretación y un sentido nuevo para mí, era que necesitabas soledad, estar solo. Pero no una soledad carcelaria en cualquier prisión, sino una soledad más profunda, mucho más profunda. Tu mujer, ese alma inteligente y sensible, entendió el mensaje. Su propósito en esta vida eras tú, al igual que el propósito de María era Jesús. Y su propósito, en esa carta, le daba las gracias por todo, le liberaba de esa misión, de esa carga, para que siguiera su camino. Y su camino era sencillo y claro, y por eso volvió a ese lugar donde somos cuando no somos. La liberaste, ella te dio las gracias y se despidió con un hermoso y necesario tumor cerebral.
El día de su muerte te llamé. “La estoy llorando”, me decías con la voz quebrada. Anja y yo también lloramos y la lloramos en aquel lugar del Camino de Santiago donde, con la visión de un magnifico águila como fondo, paramos para orar por ti y por ella… Unos kilómetros más atrás, en Roncesvalles, estaba mi coche, el cual custodiaba un traje negro que había preparado porque sabía lo que iba a ocurrir… La intención era volver a Madrid ante el desenlace fatal, rompiendo así con mi tradición de no asistir a entierros ni bodas… Pero no lo hice… Dejé el traje negro para otra ocasión y, siendo fiel a mi arraigada costumbre, dejé el protocolo del pésame para otro momento… Sé qué tú lo entendiste… al igual que entendiste mi llamada inoportuna y yo entendí tu frase franca… «la estoy llorando«…
Estos días he comprendido muchas cosas de la vida, sobre la Vida. Tu fuerza es tal que por el sólo hecho de convivir contigo unas horas, eres capaz de remover el interior de cualquier ser humano. En mi caso, aunque tenga más de extraterreste que de homínido, no iba a ser menos. Te he observado con detenimiento, por dentro y por fuera… “La estoy llorando”… me decía tu personalidad quebrada… La misma frase que el primer día… Pero la lloras por la sencilla razón de que no concibes la importancia primordial de su muerte, de la muerte. Porque quizás te alejas del sentido profundo del propósito de ella. No es interrogarte sobre lo que tienes: la vida… Sino simplemente ser lo que eres: la vida. Siendo… ¿recuerdas? Y ella, con su “aparente” ausencia, sigue trabajando en su propósito… Porque desea que Seas… Recuerdo que una vez dijiste: “no voy a la entrevista por ella”… Hoy me has dicho… “no edito el libro por mis hijos…” Ambas frases me han parecido igual de peligrosas, y deberíamos profundizar el porqué…
Y ahora tengo que hablar de tu libro, porque todo tiene relación… Los Asientos, el viaje de vuelta por el Camino, la llegada a la Montaña, el Sentido, el Propósito… Todo tiene un Sentido que sólo puede ser entendido desde el Siendo, desde las profundas cavidades del alma… Ese patrón verdadero que nos conecta directamente con el Espíritu, con ese cosmos del que ayer te interrogabas, en el que ayer penetrabas mirando atónito el mosquito que volaba sobre tu plato de hierbas, sin ver, que en ese mismísimo instante, era el mismísimo Dios quién volaba sobre el plato y te miraba a ti… Allí mismo, sin darte cuenta, el sinsentido dejaba de ser y el Sentido acariciaba tu rostro…
El ajedrez me gusta porque es un juego que refleja a la perfección tus movimientos en la vida… No me interesa tanto ganar o perder, sino como me muevo en el tablero de la vida, qué tipo de tácticas o decisiones utilizo a la hora de dar acierto a un todo mayor llamado juego, o en mi caso, vida. Antes meditaba mucho mis decisiones. Tardaba años en tomar decisiones importantes en la vida… Me podía pasar como a nuestro común amigo, vivía en un profundo pozo de indecisiones y miedos. Ahora intento que ese proceso sea más instintivo, o mejor dicho, más intuitivo, pues lo que pretendo es conectar con esa sustancia que llamamos alma y que no es más que la suma de todas nuestras partes. Por eso te escribí aquella primera vez a la cárcel y por eso, por esa intuición, ayer leí tú libro “Acariciando el sinsentido”.
Desde un punto de vista profano, podría decir que el libro es un conjunto de ideas, cotilleos y sucesos de un tiempo pasado que no fue mejor, una crónica increíble que detalla con suma malicia detalles que pondrían la piel de gallina a cualquiera. Una crónica de un tiempo no muy lejano, de una época que marcó la historia de España, creó mitos, leyendas e historias que serán explicados en el futuro por otros. Son esos otros los que me preocupan, más que los personajes de la crónica, indiferentemente de que estén vivos o muertos, felices o infelices. Las miserias que ahí se relatan no son significativas en sí mismas… Todos hemos robado alguna vez, mentido alguna vez, criticado alguna vez, ofendido alguna vez… Todos hemos cometido errores, claro que sí… Pero ese no es el mensaje de ese libro… No se trata de pensar en cuantas mujeres han pasado por la rueda del ilegítimo Rey de España, o legítimo por la gracia de Dios y del Caudillo de España. Tampoco se trata de cómo y en qué dedican los ahorros de los españolitos de a pie esos que, por mediación de esos sufridores de a pie, llegan al poder. El mensaje es mucho más profundo amigo. El mensaje va mucho más allá del análisis de una época, unas gentes o unos acontecimientos concretos.
El mensaje quiere ahondar en la condición humana, en el Sinsentido de todo cuanto somos, hacemos, pensamos y sentimos. Destruye, a quién lo sepa leer, la ilusoria imagen que guardamos sobre nosotros mismos, como individuos y como sociedad civil.
No tengo dudas en cuanto al respecto de que ese libro se tenga que editar. No me importa quién lo edite, cuando se edite y como. Eso son problemas menores. Lo que realmente me preocupa, y esto te lo digo como amigo, como buen amigo, es que no seas conciente de tú propósito y abandones la causa de tu alma, siendo lo siguiente, la muerte. Y no la muerte física, que también, sino la muerte del alma. Ese libro no es tú propósito, solo forma parte de él. Es una herramienta más, un estímulo más, como cuando Krishnamurti, un 17 de agosto de 1922, en la californiana ciudad de Ojai, tomó la decisión de abandonar la Orden de la Estrella y penetrar con ello en lo que dio por llamar el “Proceso”… Estuve allí hace dos años y sólo había silencio… Sufres, claro que sí, pero si miras a tu alma, si simplemente te enamoras del Siendo, será el entusiasmo lo que domine tu vida.
Sostengo que la verdad es una tierra sin caminos… decía Krishnamurti… Existe un foco de comprensión y energía dentro de ti, una verdad sin caminos que desea expresarse, que lo hace en la noria de la vida o hablando de los anarcosistémicos en una loca tarde de verano. Noto como parte de esa fuerza, de esa energía, han entrado en mí de nuevo. Noto como el foco se revierte, envuelve de alguna forma rebelde a quién lo toca. El endiosado endiosa y así, Dios se manifiesta en nosotros.
Tú mirabas el mosquito sobre la mesa y te preguntabas qué era eso… el mosquito simplemente volaba, sin cuestionarse el movimiento de sus alas, porque si en algún momento tuviera la capacidad de hacerlo, simplemente, dejaría de volar, se pararía, se moriría…
Tú libro me ha dejado catatónico, en estado de shock postraumático. No puedo decirte nada de él porque aún no he podido digerir del todo su fuerza. En cuanto he llegado me he desahogado con esta larga carta que ahora te escribo, señal inequívoca de que algo se mueve. He mirado el mundo como lo haría un elegido, aquel que más allá del ocaso, ve los arquetipos y esplendores, como nos decía Borges, no por el libro en sí, ni por los detalles morbosos que describe, los cuales, gracias a mi estúpida y corta memoria ya ni recuerdo, sino por su fuerza, no la pasada ni la presente, sino la futura, o mejor dicho, la atemporal…
No quiero aburrirte más… No pierdas el tiempo en lamentos de otro tiempo… La vida te requiere… y si quieres morir, hazlo en la mar… surcando el océano y tirándote, siempre al norte de cualquier norte y con dos testigos por delante, a la infinidad del universo…
Un abrazo sentido, de tu amigo,
J.
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