La mística es el acercamiento a Dios, o al «Nombre Verdadero», como lo llaman los sikhs en la India o al «Absoluto», como lo llamaba Hegel, intentando explorar en la autoconciencia desde la inmanencia y no la trascendencia. Los místicos verdaderos, al menos esos que he conocido e identificado mirándole a los ojos y viendo como les golpeaba cierto brillo, entienden que Dios está en todas partes, y especialmente, encarnado en lo humano. Eso provoca cierto acercamiento hacia el perfeccionamiento, tanto interior como exterior. Es inevitable, porque estamos conducidos a parecernos a Dios, o a la imagen que de él poseemos. En este último viaje a la India, observé y experimenté como se intentaba cocer cierta mística en ese lugar privilegiado llamado Mount Abu. Ciertamente es un lugar propicio para ello. Pero la mística del ombligo, del meditar a las cuatro de la mañana y restar importancia a lo que ocurre en el mundo, incluso en el mundo próximo, durante el resto del día, es una mística errática. Por eso abandoné hace tiempo la práctica del Raja Yoga… Aposté por el Agni Yoga con el riesgo de que al hacerlo, podría perder la conexión esencial que caracteriza al «hombre bueno», la conexión con su alma, y por ende, con Dios. La desconexión puede provocar confusión, desviación y pérdida. Luchar día a día para reencontrarte con lo divino es una prueba constante. A veces resulta más fácil reencarnarte en sapo que adivinar el próximo segundo de procesión celestial. Si somos místicos se nota porque por sus actos los reconoceréis. Todo lo demás, el cotilleo y la habladuría fácil ya no venden ni convencen. El verdadero místico no juega a las máscaras, sino que se entrega libre y sin ataduras al servicio de la Obra. Dios se reencarna constantemente en el verdadero místico, y eso, de alguna forma, ha de notarse. Es peligroso jugar en el mundo de las contradicciones, ya que se puede acabar destruyendo la forma de lo real a base de la forma de lo irreal. Cuando se entona un canto mentiroso, la naturaleza se encarga de ahogarlo de la forma más cruel. Es como la flor de invierno que intenta brotar en un manantial de arena en medio del desierto. El sol abrasador y la falta de aire acaban destrozando su vida… Amo la mística, y la he abrazado en alguna ocasión… pero a veces la temo, porque alcanzar estados sublimes implica cierta aproximación a todo aquello que está más allá del bien y del mal, y por ende, más allá de nosotros mismos…
(Foto: Javier León, meditación en Baba’s Rock-Mount Abu, India, octubre de 2008)
