De Belén al Calvario


Habían pasado algunos años antes del encuentro de ayer. L. es una mujer inteligente, hermosa, atractiva, abierta. Puedes hablar de cualquier cosa y sobre todo, puedes sentir que está ahí, sintiendo como la vida fluye a pesar de las cosas buenas y las malas que nos aporta a menudo. Pasamos por nuestro propio Belén, compartimos un pasado común y llegamos a formar parte de una familia que por cosas de la vida se rompió. Sin embargo, el querer siempre queda y el reencuentro lo demostró. Pudimos hablar de poesía, de literatura, de su trabajo como profesora de instituto, ese con el que tanto soñó. Tenía un libro de poesía en su bolso y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que éramos seres de otro planeta. ¿Un libro de poesía? ¿Quién lee hoy día, y quién lee poesía? Hablamos intensamente sobre la nueva sociedad, sobre el individualismo y el mundo virtual en el que vivimos. Todo cambia rápidamente y no sabemos hacia donde vamos. Así que ahí estábamos, hablando sinceramente como se hablaba antiguamente, pasando del Belén al Calvario y descubriendo como de todos aquellos que fueron a adorar al niño al portal, sólo unos pocos nos acompañaron en nuestro propio Calvario. Y de esos, como en la parábola bíblica, algunos se durmieron. Y ahí estaba ella, olvidando todo el pasado y perdonando todos los errores. No necesita llenarse la boca de dichos bíblicos, tan alejada siempre de ese tipo de creencias epidérmicas. Lleva el evangelio del amor en sus carnes. Por eso fue una conciliación hermosa, de dos amigos que se quieren y que son capaces de madurar experiencias. Su hermana, la que fue mi pareja durante más de siete años, seguro que se alegró del encuentro. Un encuentro necesario y hermoso. Un encuentro, como diría su Unamuno del alma, de seres de carne y hueso.

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