A pesar de la insistencia de M. para que me quedara unos días más en la lujosa casa de A Cerca, tenía que estar en Requena, Valencia, para participar en un encuentro de Ecoaldeas que serviría para completar algo más mi tesis sobre comunidades utópicas. Así que me fui tras desayunar con la intención de hacer una parada en Madrid, donde había quedado con L. en uno de esos restaurantes exclusivos con nombre francés para tratar algunos proyectos editoriales. A un par de horas de la capital paré para repostar gasolina. El motivo de la parada era comer algún aperitivo ya que a esas horas había hambre y como no llevaba dinero suelto, pensé pagar con la tarjeta. Cogí unos filipinos cuando al ir a pagar me di cuenta de que había desaparecido mi tarjeta de crédito y mi carnet de identidad. Seguramente lo había dejado perdido en alguna otra gasolinera. Intenté probar con otra tarjeta pero no tenía saldo, así que expliqué lo ocurrido a la encargada del lugar, Lorena. Ella, como buena responsable, me indicó cual era el protocolo. «Si no puedes pagar, debemos sacarte la gasolina del depósito». Esa acción, como casi todos los protocolos, me pareció absurda, así que pregunté si podía hacer una transferencia bancaria. Al intentar hacerlo desde el móvil, me di cuenta de que la misma no llegaría hasta pasados dos días. Así que la encargada descartó el método. Me preguntó porqué no llevaba dinero, ni siquiera cinco euros. No quise contestarle la verdad. La tarde antes de hacer el viaje a Galicia, un familiar que está pasando apuros vino a mi casa para ver si tenía algo de dinero suelto. Esta vez no traía ningún fósil, que era la excusa para que el dar algo de dinero fuera a cambio de algo. Si el familiar ponía un precio al fósil, yo se lo doblaba porque la intención era ayudarle. El caso es que esa tarde le di todo cuanto tenía y me pareció un reto viajar hasta Galicia sin comida, sin agua y sin dinero de bolsillo, como ya alguna vez había hecho en viajes más largos. Pensé que en el Pazo gallego no haría falta dinero de bolsillo y así estuve durante esta semana. Pero no conté con la pérdida del único medio de pago que poseía. Lorena debió intuir esa realidad, o debió ver en mí algún tipo de resquicio que le daba confianza, así que, tras un «no sé qué hacer contigo», decidió pagar ella de su bolsillo la deuda contraída con la gasolinera con la condición de que cuando llegara a casa le hiciera una transferencia. Esa confianza hacia un desconocido me pareció un hermoso ejemplo de humanidad. Me fui al coche y agradecido le regalé dos libros que hemos editado de M. que llevaba encima. Agradecí la confianza y siguiendo el precepto universal de que el universo siempre te da siete veces siete lo que ofreces y te quita siete veces siete lo que quitas, hice la transferencia bancaria. Así que Lorena, te estoy agradecido y agradezco ese acto de confianza en un mundo desconfiado. Al final no pude ir a Requena, pero llegué satisfecho a mi casa con esa pequeña experiencia humana. Sed pues generosos y confiados… a veces el universo lo compensa…

Que razón tienes Javier!!Es así y así funciona cuando el acto es gerneroso de veras.Me alegro que existan personas como Lorena y por supuesto como tú:)Un fuere abrazo
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Pues que iba a ver Lorena en tí?…esa sonrisa pícara y esos ojillos de buenazo.Saludos. Denacorima.
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