Ayer fue un día intenso, de miradas y abrazos, de fraternidad, de humanidad. Alguien dijo que había dos tipos de personas humanas: las decentes y las indecentes. Más allá de posturas políticas, de razas, de cultura, de idiomas, esas eran las dos grandes tipologías. Y sin duda, allí había muchas de las primeras. En el encuentro pude saludar a viejos amigos. Allí estaba Isabel y sus amigas, también «Desconocida», del blog, que saludó con dos fuertes abrazos, como si realmente nos conociéramos de toda la vida. Miquel y Rosa, esta última me regaló un bonito presente, un trozo de piedra de la montaña del Kailash, traída desde el recóndito Tíbet. José Luis y Jorge y Joaquín. Luis y Vanessa, Pilar y Montse de BK. También mi querida Monchi, que sin darme cuenta le di plantón y la dejé por otro hombre, por el entrañable Koldo, con el que tenía que hablar sobre un próximo viaje que haremos a la recóndita África en octubre. La verdad es como si fuéramos una gran familia… Nos miramos, nos reconocemos, nos abrazamos… es bien hermoso la fraternidad de los hermanos del espíritu libre…
Tras comer con los amigos de BK en su centro de Barcelona, me despedí de Koldo y me fui a pasear por la gran ciudad. Necesitaba ese paseo y recorrí aquellos viejos lugares a los que iba cuando era más joven. Fue emocionante. Pronto se puso a llover. Como buen enamorado del otoño, me quedé como una hora inmóvil en la calle de Portaferrisa viendo caer el agua. Luego, para seguir viendo el espectáculo de rayos y truenos, decidí volver no en metro sino en tranvía hasta la casa de mis padres. Allí había una mujer hermosa, una adolescente con la que intercambié durante todo el viaje miradas y sonrisas. Cualquier anécdota que ocurría en el tranvía era motivo para continuar con el trueque mínimo. Su mirada intensa e inteligente acompañada de esa sonrisa amable y sincera me impresionó. Por un momento deseé entablar conversación con ella y creo que ella también conmigo, pero justo cuando iba a suceder llegó a su estación. Fue emocionante el encuentro e impactante. Por algo hoy lo sigo recordando con cierta emoción y me pregunto porqué, de entre todo el mundo, de entre todas las miradas que acompañan un día cualquiera, esa fue tan especial… Quizás ella formaba parte de esa familia hermosa del espíritu libre, y nos miramos, y nos reconocimos, y por ello nos alegramos y sentimos palpitar el corazón de forma acelerada. Ojalá todos los humanos decentes pudiéramos reconocernos todos los días de nuestras vidas…
