Mis amigos los marcianos


Vivimos en una anquilosada estructura donde se entremezclan emociones, ideas y acciones cuyo aparente y único efecto nos permite sobrevivir en un mundo a veces irreal. Se puede ironizar sobre todas esas infinitas cosas que pasan a cada instante. ¿Qué debemos al mundo? ¿Qué nos debemos a nosotros mismos? Nada tendría sentido, ni siquiera esa deuda, sino fuera por la necesidad de compartir la carga de lo bueno y lo malo. La amistad produce ese efecto y supone una construcción ¿lineal? de todo cuanto nos rodea. Pero la vida no es lineal, tampoco las emociones. Y cuando tus pensamientos y sentimientos pertenecen a la orbe de lo cósmico, más allá de Marte y Júpiter, entonces la alineación con tus contemporáneos puede resultar catastrófica. De ahí la necesidad de rodearte de seres cósmicos, capaces de entender el movimiento de las esferas y supeditar con la mirada sincera todo cuanto ocurre más allá de la troposfera. La pura verdad de todo es que la vida pasa en un instante. Y algunos se agarran al mismo con premura, con miedo, con tristeza. Resulta difícil desapegarse de ese instante porque es lo único que tenemos. Por eso mis amigos los marcianos, esos que se han exiliado en esta tierra sin ser muy bien acogidos, prefieren organizar en sus guetos vínculos de amor y amistad indestructibles. Es la única forma de sentirse cósmicos y además, con nobles sentimientos extraterrestres.

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