Hoy tenía que ir de compras. Debo participar en un importante acto y resulta que mi vestuario hace años que no lo renuevo. Quizás comprar alguna camisa nueva permitiría estar más acorde con la moda del momento y aparecer ante los demás de forma agradable. Pero si hace años que no lo hago, ¿por qué lo iba a hacer ahora? Me obligué a mirar al mundo, a ver qué ocurría ahí fuera, y de repente recordé, si es que no lo hago todos los días, que hay miles de niños que no van a la moda, excepto a la moda del hambre. Así que cogí el dinero que pensaba gastar en mi nueva camisa y, como otras veces, lo envié como donativo al Programa Mundial de Alimentos. Sin querer, estaba contribuyendo con este acto a una expresión robinhoodiana de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Soy consciente que en el viaje, en el tránsito de ese dinero, posiblemente del total enviado sólo llegará una décima parte, pero quizás, esa décima parte sea suficiente para dar de comer a un niño durante un día, y ese día, sin él saberlo, habrá sido un regalo, un día más en la lucha por la vida, sin que mi pobre economía se haya resentido por el hecho de no comprar esa camisa.
Y esa inspiración, ese acto, que no es nuevo, vino reforzado por el acto de ayer en el día de la Paz. Hacía tiempo que no lo escuchaba de forma tan contundente, alta y clara. La nueva economía, nos decía el banquero Joan Melé, debe pasar inevitablemente por el arte y la cultura, por el donativo y la generosidad, por el apoyo mutuo. Hace años que ese mismo mensaje venía siendo dicho en muchos estamentos marginales e incluso estigmatizados. La economía basada en el crecimiento desmedido, practicada intensamente desde ese virus de “ir de compras”, como nos decía el banquero, debe ser transformada en lo que algunos movimientos llaman la economía de la quinta dimensión, basada en aquello que no necesita de cosas tangibles, sino de cosas hermosas que nos hagan vivir y llenar nuestros vacíos. Ya no necesitamos crecer, ya hemos llegado a la edad adulta, y en la edad adulta lo más hermoso es ayudar al otro, practicar la generosidad, amar.
¿Por qué compramos entonces? Porque necesitamos llenar nuestros vacíos internos. Y cuando no lo conseguimos porque la sociedad del tener no nos ha educado a ello, vivimos en esa angustia eterna de llenar los vacíos con cosas, y no con espíritu.
La industria pesada, esa que afanosamente llaman la economía real, no es verdaderamente una economía que debamos reflotar o salvar, sino que debemos transformar, pulir, mejorar. El sector agrícola debe volver a sus orígenes, y algunos valientes lo intentan desde el cultivo que llaman ecológico, en contra de la agricultura intensiva. La industria debe adelgazar considerablemente y producir sólo aquello que realmente necesitamos. ¿Cómo ayudarla en su dieta? Con nuestro voto a la hora de “ir de compras”. Si tenemos cien euros para comprar cosas inútiles, vayamos al cine, a museos, al teatro, a un concierto, hagamos un viaje, disfrutemos del arte y la cultura, de la educación, de cosas que no necesitan cosas, ayudemos al otro, demos de comer a quién no tiene comida y de vestir a quien no tiene vestido. Dediquemos nuestros recursos a desviar la atención de la economía. Así, la sociedad se transformará, y pasaremos a una nueva economía, a una economía justa y verdadera, humana, sincera. No seamos más hipócritas, llenemos nuestra vida de espíritu en acción, llenemos los corazones y los estómagos de aquellos quienes más lo necesitan. La Tierra lo demanda, la humanidad en su conjunto lo exige.
(Artículo aparecido en: http://www.marioconde.org/blog/2009/09/la-nueva-economia/ )
