Las jornadas eran agotadoras. Había días que nos quedábamos tumbados entre actuación y actuación y acabábamos en los brazos de Morfeo. Cien niños, doscientos, trescientos… cada uno con su exigencia, cada uno con su mirada, con su interior, con su alma reflejando la angustia de no entender la existencia… Nosotros nos empeñábamos en mirar a sus ojos, en penetrar hasta su infinito. A los más los abrazábamos, le tocábamos el cabello, le hacíamos una broma o un guiño. Queríamos llegar a todos y queríamos que todos llegaran a nosotros porque sabíamos que todos tenían algo que enseñarnos. Fue agotador, pero fue hermoso porque todos, incluso con la máscara del payaso, fluíamos en un siendo hermoso que penetraba el momento único. Una inmensa alegría interior nos volvía a poner en el camino, una inmensa paz nos recordaba la urgencia de actuar…
(Foto: Kolo-Kolo y Kili-Kili agotados tras una actuación…)
