Esta mañana, en el aeropuerto de Sevilla, todos los titulares de la prensa hablaban de lo mismo: la corrupción política. A la vuelta, y para mi sorpresa, la guardia civil me detuvo en la entrada del pueblo. Habían realizado un cercado por todo el lugar para que nadie vinculado a la política pudiera escapar. Me detuvieron y leyeron mis derechos. Delito cometido: sospechoso de tener ideas, activista utópico y cínico social. Me llevaron al calabozo. Me interrogaron sobre mis vinculaciones políticas, sobre mi tráfico de influencias, mis maletines, mis comisiones, en fin, ese tipo de cosas que hacen algunos políticos. Se armó cierto alboroto, el alcalde vino a prisión y se sentó junto a mí. Defendió mi honestidad. Reconoció que en mi casa había olvidado poner algunas barandillas de seguridad, pero que más allá de eso, estaba limpio. Agradecí el gesto y a las pocas horas me soltaron. Hubo rueda de prensa. Muestro foto en la que se me ve abatido por la sinrazón. El alcalde comparece: «está limpio, es un honorable ciudadano. Tiene algunas deudas pero ha prometido pagarlas». Luego es mi turno. Doy las gracias a mi rival político por el gesto. En la política, y ante acusaciones injustas, todos a una, como en Obejuna. Le estrecho la mano y le invito a tomar un vino. Aprovecho para decirle que arreglen la acera de mi calle, y el alumbrado, y los jardines, y de paso que limpien los estercoleros que están naciendo como setas en todo el pueblo. Dice que mañana mismo están allí los de obras, que para eso están los amigos. Sonrío satisfecho. Menos mal que la Guardia Civil no quiso tomar ese vino, el tráfico de influencias, con vinos y sin ellos, está penalizado…
(Fotomontaje cachondo: el preso número nueve y el alcalde en rueda de prensa en el cuartelillo ficticio. Julián, no te enfades, es pura coña. Ya sé que hoy no es el día de los santos inocentes, pero como es el día de todos los santos, he pensado que la broma valía la pena).