Mis amigas las putas


Hay muchas formas de prostituirse. La más conocida, la prostitución física o sexual, está últimamente en boca de la sociedad hipócrita. Hablaré de ella y espero poder hablar más delante de las otras formas de ejercer la prostitución. Los mercenarios y proxenetas de la hipocresía entenderán a qué me refiero.

La primera vez que subí a una prostituta a mi coche fue a petición suya. Elizabeth ofrecía sus servicios cerca de donde yo trabajaba, en los aledaños del Camp Nou, en Barcelona. En mis años de actividad como trabajador social en barrios como el ahora polémico Raval, o como antropólogo en diferentes países del mundo, pude comprobar como la prostitución es un problema universal que afecta a todas las capas sociales y a todas las sociedades humanas. En mis tiempos de asistente social había tenido contactos con prostitutas con problemas serios e intentaba ayudarlas en todo lo que podía. Así que cuando Elizabeth me pidió que la acompañara a casa ya que el proxeneta de la zona pretendía agredirle, lo hice sin ningún pudor.

Mis compañeros de trabajo siempre se sorprendían de que me parara a charlar con mis amigas “las putas”, como ellos despectivamente las llamaban. No entendían que tras esa profesión había personas con sus historias y sus problemas, personas, en la mayor parte de los casos, que sufrían la humillación de tener que soportar a clientes despiadados y sin escrúpulos. Elizabeth solía contarme los peligros de la noche y yo sentía la necesidad de escucharla y protegerla, aunque fuera por unos minutos, de dicho infierno. Así que Elizabeth subió al coche y le dije, para su sorpresa, que primero debíamos ir a recoger a mi compañera María, la cual aguardaba unas calles más abajo. Nerviosa por la inesperada explicación se puso algo de ropa, no mucha, para el extraño encuentro. Cuando María me vio aparecer con una gran mujer de color, emigrante de Senegal que ejercía de forma vistosa, casi desnuda, la prostitución, se sorprendió a medias. Y digo a medias porque no se esperaba la inesperada visita, pero daba por sentado que ese tipo de gestos sólo podían salir de mí. Acompañamos a Elizabeth a su casa y volvimos a la nuestra entablando una discusión sobre la necesidad de regular o no la prostitución.

Históricamente y territorialmente, la prostitución es un hecho que no podemos negar u ocultar. Siendo un problema frecuente, debemos enfrentarnos cara a cara al mismo y desarrollar mecanismos de control con el propósito de evitar los daños colaterales que esta profesión produce. Dichos daños son, principalmente, las condiciones sanitarias y de seguridad que los profesionales de la prostitución tienen que soportar, especialmente la prostitución femenina y homosexual. Independientemente de las ideas morales que cada cual pueda tener, fundamentalmente las religiosas, las cuales pretenden culpabilizar y estigmatizar a las prostitutas de tal situación, debemos analizar con rigor jurídico y social dicha situación. Sin duda, las pésimas condiciones de dicha actividad profesional vienen dadas no por la existencia de prostitutas, sino por la falta de regulación de un sector que la sociedad demanda y que requiere un drástico cambio de mentalidad. El caso de Elizabeth, una emigrante ilegal de Senegal que por las mañanas limpiaba casas y por las noches ejercía la prostitución para sacar adelante a su familia es un claro ejemplo. Ella deseaba retirarse, pero no hasta que el futuro de su familia estuviera asegurado.

Países como Holanda o Alemania parecen haber entendido que la mejor forma de minimizar los riesgos de la prostitución y terminar con sus efectos negativos tales como la explotación, el secuestro, la inseguridad, la trata de blancas, drogas, prostitución infantil, enfermedades de transmisión sexual y un largo e interminable etc. es legislando la actividad y buscando las condiciones más óptimas para que tanto usuarios como trabajadoras tengan un mínimo de seguridad. Y ya de paso, que paguen el IVA y sus impuestos. Aún así, si bien la regulación sería un paso previo, el ideal utópico de que la prostitución no exista pasa inevitablemente por un cambio radical en nuestras sociedades. Un cambio que empieza por el individuo, un individuo amoroso, participante, implicado en los problemas sociales y comprometido en vivir en un mundo mejor. Mientras ese cambio se produce, la sociedad adulta debe afrontar los problemas cara a cara, sin temor, y buscar soluciones justas para todos. No podemos abolir la prostitución, no podemos abolir a los profesionales de la misma y no podemos abolir a sus usuarios, por lo tanto, busquemos lo mejor para todos, inclusive lo mejor para la sociedad. Elizabeth es sólo un ejemplo del sufrimiento diario de un sector que vive en la hipocresía de una sociedad enferma. Ojalá algún día pueda cruzarme de nuevo con ella, darle un sentido abrazo y ver como por fin pudo sacar su familia adelante. Entonces será una mujer libre, una mujer que salió de la calle para crear en sí misma un mundo mejor.

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