Septentrión


Siempre buscando nuestro norte… siempre buscando en la brújula de la vida esa necesidad del viaje interior… Tomé la ruta de la Plata enfilando el coche hacia el septentrión… La noche del viernes la pasé al volante hasta que el sueño venció al trayecto. Paré en algún área de servicio en alguna parte de Extremadura… Al alba, seguí con la duda que nos asola en toda iniciativa, como si esa duda quisiera obligarte a volver a la seguridad de lo ya conocido. Pero sabía que debía seguir, debía llegar a ese destino circular y cerrar o abrir tantas puertas como fueran necesarias antes del mágico y renovador solsticio de invierno. Así que llegué a la frontera con Francia y atravesé el gran país parando a dormir en la noche del sábado en alguna parte cerca de París. Al día siguiente, el domingo, di un hermoso paseo por Bélgica y luego Holanda. Visité Rotterdam y Amsterdam, preciosas ciudades que enamoran al viajero e invitan a la hipnosis. Seguí atravesando el norte de Alemania y persuadido por la noche y el frío pasé puentes y estrechos, ínsulas danesas hasta llegar a la hermosa Copenhague. Era mi primera parada seria, emotiva, reflexiva. Dejé el coche en la calle donde un año antes había escuchado música junto al gato Tusse. Necesitaba estar allí, poder ver la ventana, aunque fuera desde la calle, y contemplar que las plantas de las macetas eran cuidadas y regadas por ella. Ver que seguía viva, allí, solitaria, en su mundo, buscando su árbol de Yggdrasil. Respeté su silencio. Pasé la noche fría y di algún paseo por la mañana. Seis mil kilómetros para comprender que todo estaba bien. Hice un pequeño ritual, una pequeña meditación de despedida. Cerré la puerta y seguí el viaje.

A media tarde llegué a Dannenberg, un bonito lugar en la increíble zona de Wendland, en la Baja Sajonia alemana. Allí estaba A., mi querida A. Se había trasladado desde su hermosa granja a un pequeño apartamento. Estaba feliz con su nueva vida. Lo había preparado todo para mi visita y había trabajado duro para que estuviera cómodo durante al menos una semana. Nos abrazamos y hablamos sobre nosotros, sobre nuestras vidas. Estábamos felices de volver a vernos. Comprendí cuanto la amaba al mismo tiempo que comprendí lo importante que es para mí su felicidad, y su felicidad está allí, en su país, con su gente. Por eso a la mañana siguiente, mientras ella oraba en la iglesia, me marché sin despedirme, al alba. No me hubiera podido marchar de aquella casa de otra manera. No hubiera podido mirarle a los ojos y decir adiós. Y volví de nuevo al coche, en silencio, en meditación, programando el nuevo futuro, sintiendo que las cosas están bien aunque a veces duelan. Seis mil kilómetros de intensa meditación, a solas, en ese pequeño templo móvil, un lugar ideal para sentirte más cerca del propósito… Renuncia, aplomo, desapego, equidad, fortaleza, desprendimiento, dolor, paz… palabras que venían una y otra vez… palabras que anuncian una nueva vida…

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