El humano siempre ha tenido crisis financieras. Las crisis son reajustes de lo orgánico, de todo aquello que tiene vida y tiene necesidad de crecer. Y vivimos en una sociedad orgánica, cultural y económicamente, con sus ciclos, sus edades y sus etapas de desarrollo bien definidas. La de ahora es una más que por suerte, y de momento, no viene acompañada de guerras, cataclismos o epidemias. Se ha desarrollado en el seno de una forma de entender la convivencia humana, el capitalismo, que depende, en la mayoría de los casos, de un sistema tremendamente frágil: el sistema financiero. Este sistema está basado en algunos requisitos básicos: seguridad, confianza y egoísmo, individual y colectivo. ¿Tiene alguna particularidad esta crisis con respecto a las anteriores? La racionalización de las ideas es tan importante como la racionalización del trabajo. La guerra fue racionalizada por los holandeses y el trabajo por el fordismo americano. ¿De qué forma podemos articular la racionalización de la crisis actual? Para racionalizar la crisis habría que racionalizar el cúmulo de estructuras de donde nace. Para ello debemos analizar la organización social y sobre todo, lo que permite que el sistema y las formas de organización social pervivan: las estructuras de poder. Y cuando se pretende racionalizar el poder nacen alianzas extrañas, ideas arrogantes o postulados increíbles. El poder sólo es posible ante alianzas o divisiones. El nacionalismo o el patriotismo, por poner un solo ejemplo, son inventos de la raza humana que articulan mediante la alianza o la división los estratos de poder. Es un virus inyectado en el hombre parcelario que pretende dominar al otro a base de fuerza. El nacionalismo, o mejor dicho, el problema de las naciones, nace de la mano del capitalismo en las primitivas transacciones que se realizaban a la hora de formar identidades capaces de mayor poder. Esto sólo es posible cuando existe una mínima noción de cultura y de organización política. En cualquier tribu del Amazonas no existe necesidad de pertenecer a una cultura o a una organización, sencillamente porque no tienen necesidad de disponer de un mecanismo de control, social y cultural, que pretenda esas cuestiones y promueva esos interrogantes. Allí, las únicas crisis posibles son las derivadas de la fuerza de la naturaleza o las nacidas en la particularidad de cada sujeto. En nuestras sociedades complejas, las fuerzas de la naturaleza juegan un papel secundario y las crisis más profundas nacen de las fuerzas sociales, o los ajustes que los sistemas necesitan para reorganizarse a cada nuevo tiempo.
La asociación a una idea o identidad viene provocada por la necesidad de control de las instituciones contra los sujetos capaces de pensamiento. Las crisis también son una forma de control que nace más allá de gobiernos y autoridades. Por ello, ante un adversario polémico, surgen sentimientos contrariados. Las crisis son caldo de cultivo de racismos y xenofobias de todo calado. Por ello hay que tener mucho cuidado con el desarrollo de las mismas porque ya en siglos pasados hemos tenido malas experiencias a la hora de gestionarlas.
En todo este análisis racional, hay una trampa en la entropía de la crisis: no es tan solo un problema colectivo sino también un problema de conciencia individual. El humano es parcelario. Una vez sintió la necesidad de acumular bienes, luego terrenos y más tarde naciones. La unión de unos con otros hizo el resto y gestó de un plumazo, ante la diversidad de recursos o la falta de los mismos, el sentimiento de identidad colectiva. Eso dio lugar al ocio y el ocio dio lugar a las ideas. Algunas buenas y otras viscerales. Y las crisis nacen en ese tira y afloja histórico que se articula bajo la racionalización de una idea capital en nuestra cultura: el egoísmo. El capitalismo no se puede entender sin el egoísmo. El capitalismo solo puede existir si existen personas capaces de mirar a su ombligo y sin necesidad de solidaridad con el resto. Su característica más esencial es proveer al mundo de necesidades, individuales y colectivas, y a partir de ahí, tejer un entramado económico y social que necesita de un sistema financiero que le da alas y proyección. Y el Sistema Capitalista es esencialmente financiero. Su autoridad moral pasa por la confianza desgastada de la sociedad civil que involucrada hasta el fondo en el funcionamiento de la misma, requiere de sus dones para poder funcionar y perpetuarse en el tiempo. Vivimos mirando al futuro, y el futuro está lleno de sociedades móviles, flexibles, sin razas ni fronteras. El sistema capitalista y financiero está agotado y requiere de una revisión profunda de sus valores e ideas, de ahí que a medida que profundicemos en él, las crisis serán más profundas y las rupturas entre el individuo y la sociedad serán mayores. Por lo tanto, estamos ante una crisis más producida por un sistema, el nuestro, quebrado desde hacía tiempo. Una crisis que no afecta al tercer mundo porque allí llevan siglos en crisis. Es una crisis nuestra y que se deberá resolver hasta que resolvamos nuestra mayor crisis: nosotros mismos.