Algo podemos querer. Al menos como se quiere a una plantita de algún jardín, aunque fuera del jardín del vecino, y la viéramos desde nuestra ventana y tuviéramos un deseo incontrolable de ir a regarla de vez en cuando, incluso ir a oler sus flores en primavera… vamos, que si queremos aunque sea como a esa plantita, podemos prometer un trueque mínimo, y de ser necesario, podríamos ir a hablar con el vecino y pedir si se puede poner la plantita en una maceta. Entonces sería fácil el transporte desde su jardín a nuestra ventana, donde la tendríamos cerca cada vez que quisiéramos y podríamos regarla y sentarnos a su lado para contemplar sus simientes y su verde clorofila. Tal vez incluso, con el tiempo, podríamos tomar un tallo y plantarlo en otra macetita que pondríamos en nuestra habitación, quizás en la mesita donde dejamos la llave de nuestros secretos. Si le ponemos un platito debajo podemos regarla igual sin temor a que se manche la mesita de agua. Allí estaría bien, y la plantita crecería feliz. Y ese querer, que es mínimo, no hace daño a nadie, ni siquiera al dueño de la plantita, que estaría encantado de ver como su jardín se expande por el mundo, desconociendo él mismo la importancia de permanecer encima de la mesita de la llave… Quizás si pensamos en esta mínima posibilidad podamos conjurar nuestro corazón y perseguir la promesa del mañana. Si somos capaces de estos pequeños actos, de amar a una plantita, aunque sea la del vecino, o acariciar suave cualquier piedra que nos encontramos por el camino, quizás, entonces, podamos empezar a practicar la esencia del amor y comprender que con el tiempo, podemos incluso amar a nuestro prójimo. Quizás, y sólo quizás, cuando aprendamos a respetar a las pequeñas cosas que nos rodean, a todo aquello en lo que nos fijamos e incluso en aquello que ignoramos por prisa o falta de atención, quizás entonces podamos obrar el milagro que compensa y atrae todo cuanto es necesario. Quizás algún día amemos de forma cósmica, es decir, incluyente, explosiva, infinita…Queramos…
Algo podemos querer. Al menos como se quiere a una plantita de algún jardín, aunque fuera del jardín del vecino, y la viéramos desde nuestra ventana y tuviéramos un deseo incontrolable de ir a regarla de vez en cuando, incluso ir a oler sus flores en primavera… vamos, que si queremos aunque sea como a esa plantita, podemos prometer un trueque mínimo, y de ser necesario, podríamos ir a hablar con el vecino y pedir si se puede poner la plantita en una maceta. Entonces sería fácil el transporte desde su jardín a nuestra ventana, donde la tendríamos cerca cada vez que quisiéramos y podríamos regarla y sentarnos a su lado para contemplar sus simientes y su verde clorofila. Tal vez incluso, con el tiempo, podríamos tomar un tallo y plantarlo en otra macetita que pondríamos en nuestra habitación, quizás en la mesita donde dejamos la llave de nuestros secretos. Si le ponemos un platito debajo podemos regarla igual sin temor a que se manche la mesita de agua. Allí estaría bien, y la plantita crecería feliz. Y ese querer, que es mínimo, no hace daño a nadie, ni siquiera al dueño de la plantita, que estaría encantado de ver como su jardín se expande por el mundo, desconociendo él mismo la importancia de permanecer encima de la mesita de la llave… Quizás si pensamos en esta mínima posibilidad podamos conjurar nuestro corazón y perseguir la promesa del mañana. Si somos capaces de estos pequeños actos, de amar a una plantita, aunque sea la del vecino, o acariciar suave cualquier piedra que nos encontramos por el camino, quizás, entonces, podamos empezar a practicar la esencia del amor y comprender que con el tiempo, podemos incluso amar a nuestro prójimo. Quizás, y sólo quizás, cuando aprendamos a respetar a las pequeñas cosas que nos rodean, a todo aquello en lo que nos fijamos e incluso en aquello que ignoramos por prisa o falta de atención, quizás entonces podamos obrar el milagro que compensa y atrae todo cuanto es necesario. Quizás algún día amemos de forma cósmica, es decir, incluyente, explosiva, infinita…