El mito de la chaqueta


Decía Joseph Campbell que el mito, lejos de significar una ficción, es un medio para desvelar una realidad que no puede expresarse por medio de abstracciones filosóficas. Una realidad demasiado profunda para caber en el discurso lógico. Y eso debí pensar yo, no quizás con tan exceso de profundidad, cuando alguien me ha dicho tan pancho que soy un chaquetero y que la gente en el pueblo va diciendo eso. Tras dormir menos de dos horas en la intemperie a menos ocho grados y conducir más de mil kilómetros para estar a tiempo a la comida de hoy que al final se ha reducido, por respetar mi propia religión, a un par de lonchas de queso con algunos cacahuetes (olvidaron poner tortilla de patatas), la verdad es que no caí en el piropo. Realmente me sentía extraño pues tal y como salí de la cena de ayer me presenté, algo más desaliñado, en la comida de hoy. Pensé que lo de chaquetero venía por venir algo más arreglado de lo que suele ser habitual en mí: zapatos, traje negro, camisa blanca y chaqueta de vestir. Tuve la precaución de quitarme la corbata para que no pensaran que se trataba de un hombre de la CIA, pero al parecer, y por las miradas que recibía por mi inhabitual atuendo, no tuve mucho éxito. Así que profundicé con cierta curiosidad con mi interlocutor sobre el nuevo mito del «chaquetero». El anterior, si guardáis memoria, consistía en decir que yo era una especie de «enviado» o «mesías» que había sido designado desde no se sabe qué esferas oscuras para arreglar el partido y ser el próximo candidato a alcalde. Ese mito me gustaba, me sentía cómodo con el mismo ya que la fantasía de algunos siempre me ha inspirado bellos relatos. Pero el mito de la chaqueta me resultaba pobre en argumentación y por dos motivos principales: el primero es que tienen razón. Milité más de cuatro años en Izquierda Unida, más de diez en su filial catalana Iniciativa per Catalunya, más de cuatro años en el PSOE y más de cinco años en su filial catalana PSC. El orden no es exactamente el mismo pero aquí radica el segundo argumento: soy libre pensador. Y un libre pensador milita en el partido que quiera, cuando quiera y donde quiera. Y normalmente lo hace siguiendo los principios de libertad, fraternidad e igualdad. Y todo aquel que esté en contra de esos principios será su rival político. Hoy en día, donde las clases obreras se confunden con esa gran clase media resulta casi absurdo hablar de izquierdas o de derechas. Prefiero el término progresista vs. conservadores. En ese sentido, siempre me he sentido más afín a los primeros. Desde un punto de vista intelectual, o antropológico si se quiere, es cierto que he militado en las diferentes facciones o sectas de la izquierda progresista. Y el motivo de tanto cambio tiene una explicación no mitológica y sí real: huir del pensamiento único. ¿Qué pensamiento único? El nacionalista… Siempre he estado en política o haciendo política. Cuando primero me hice objetor de consciencia y luego insumiso tuve un compromiso serio con cierta política. Siempre me interesó la política como excusa para arreglar problemas de la calle, marginación, injusticia social, exclusión. Pero nunca me interesó la política para defender ideas nacionalistas o identitarias. Así que cuando IC se apuntó al carro del nacionalismo y el PSC hizo lo mismo, pues yo fui migrando de un partido a otro hasta alejarme definitivamente de Cataluña por asfixia intelectual. Al parecer, esto molesta en el pueblo. Bueno, creo que esto sería injusto. Al parecer, esto molesta a ciertos personajes que a falta de una argumentación mejor y una vez derrumbado el argumento del «salvador» han aprendido rápido a cambiarlo por otro sino menos ridículo y absurdo. Y como lo absurdo y ridículo siempre es sorprendente, pues aquí explico la historia con cierto asombro. Lo dicho, y como diría Groucho Marx, estas son mis chaquetas, pero si no os gustan, me las puedo cambiar por otras…

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