Los hijos del fuego y el agua…


Cuando Noumoa-501 dejó la Tierra vino cargado de vivencias y extrañas anotaciones en su diario de campo. Ser antropólogo en Marte fue duro, muy duro, sobre todo por la torpeza de sus guerreros habitantes, pero lo de la Tierra fue terrible. Noumoa-501 vio el progreso de los hijos de Samael en contra de las aberraciones que la otra parte de la humanidad, los hijos de Seth, iban acometiendo contra los primeros. Según las crónicas, los bautizados en fuego se retiraron a lugares apartados, lejos de la ortodoxia reinante. Los segundos, hijos de la luna, se volvieron oscuros y arrogantes. Se les reconocía porque a la entrada de sus casas sagradas había un poco de agua que utilizaban en sus rituales. Los hijos de Samael eran clérigos sin dios y aborrecían todo aquello que se apartara del conocimiento y la luz. Así, los bautizados en fuego se fueron apartando creando círculos cada vez más cerrados y herméticos. Los hijos de Seth intentaron en más de una ocasión destruir la raza de Samael, pero estos aprendieron pronto a hacerse invisibles. Los hijos de Seth practicaban canivalismo y a medida que sus costumbres se iban refinando con el tiempo, dejaron de comerse entre ellos para emprenderlas con los animales. Noumoa-501, según sus crónicas, no llegaba a entender estas prácticas alimenticias. Además, los hijos de Seth disfrutaban con los espectáculos de sangre. Había uno, especialmente salvaje, donde unos animales terribles luchaban atrozmente contra un hombre casi indefenso. Por suerte, el espectáculo fue evolucionando y el hombre se armó con lanzas y espadas y el animal feroz fue sustituido por un manso ganado enseñado en la bravura. Aún así, Noumoa-501 vino traumatizado a pesar de las advertencias recibidas antes del viaje. Todas sus notas y trabajos han sido registrados en la Biblioteca Akásica de Historia Universal. Cualquier otra consulta, dirigirse al bibliotecario.

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