El Encantador de Serpientes



La fatalidad no es gratuita. Viví toda la vida buscando el ideal del amor. Me dejé enamorar y encantar por las fatalidades de eso que a veces nos une. Pero entré tarde en el juego. Demasiado tarde. Un día creí haber encontrado al ideal del amor encarnado en la ansiada búsqueda del alma gemela. Pero todo era ilusorio. ¿Como amar sin poseer? ¿Como amar sin adueñarnos de la vida del otro? Eso nos decía el poeta, advirtiéndonos del error. Y así viví, en el eterno error durante años. Siempre guardé la esperanza de cruzarme con ella. Un día, en una cocina anclada en una hermosa bahía de las tierras del norte encontré un ángel. Por un momento pensé que era «ella» y dejé toda una vida por seguir sus huellas. Todo fue inútil… En el lejano oriente creí encontrarla de nuevo… pero… Llevo seis meses sin tener pareja, sin estar enamorado más que de la vida… Es extraño pues en los últimos trece años no recordaba haber estado tanto tiempo a solas… Pero esta soledad, al principio dura, ahora se vuelve placentera… Y hace madurar a ese niño que buscaba en la ficción de la vida la esperanza del mañana. Y por eso descubre, con cierta amabilidad y complicidad, que la que sabe volar solo vive en la imaginación de los hombres, y que solo la reencarnación de Don Quijote podría hacernos volver a creer en ella… Y mientras eso ocurre, sigue cabalgando, a solas, hacia cualquier Toboso… con la esperanza de que Dulcinea, la dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiende sus carnes ofreciéndolas al tedio… siga esperando…

Deja un comentario