Tanto Goethe como Balzac creían en la unidad de la literatura. Hoy he paseado con ellos, y con muchos más, por mis ansiosas estanterías, viendo como efectivamente esa unidad retomaba sentido en mi pequeña biblioteca. Ayer dediqué el día al jardín, al mundo exterior, a la naturaleza, al Mefistófeles que niega al mundo pero que se convierte en un auténtico aliado para comprenderlo. Hoy tocaba cierto orden en la casa, la cual, por primera vez, he sentido como hogar. Y esto ha ocurrido cuando he desempolvado las últimas cajas de la mudanza de Barcelona, una mudanza que ha durado la friolera de casi cinco años. He empezado a sacar los últimos libros y recuerdos que quedaban por ordenar en las estanterías. Allí estaban mis obras de teología mística, de filosofía, de mitología, de folclore universal. Las novelas de juventud, con Sartre y Camus a la cabeza. Obras que marcaron mi vida y mi pensamiento, que influyeron en mis caminos, que obraron como auténticos focos de sabiduría. Ventanas que me abrieron al mundo y despertaron la curiosidad hacia el universo. Toda la nostalgia del paraíso perdido condensada en esas cajas. En ellas los contrarios coexisten, la multiplicidad provoca una misteriosa unidad de conocimientos y experiencias. Una coincidentia oppositorum, una unidad de los contrarios que totaliza los fragmentos. Y en esas andaba cuando he recibido la visita de dos amigas que fue revelada, sincrónicamente al mismo tiempo en el que unos se iban y otros venían, por otro matrimonio amigo. Estas visitas son gratas porque me conectan al mundo, despiertan el interés por lo que ocurre ahí fuera y engrandecen los vínculos que los humanos tanto necesitamos. Así que agradezco a los cuatro su tiempo. Cada vez que alguien nos piensa y nos regala parte de su historia, debemos actuar con generosidad, y no se me ocurre otra mayor que la del agradecimiento sentido. Así que hoy ha sido un bonito pasear entre amigos, los literarios y los reales. Algo grande está destino a suceder en cada encuentro…
