En el acto tercero, en la escena número uno, hay un mensaje aterrador. Optar entre sufrir de la fortuna impía, o rebelarse, siempre rebelarse contra todo mar de desdichas y sucumbir, como alma noble, al rédito de salvar el honor y el espíritu. Morir o dormir, o mejor vivir despiertos, apoderándonos de aquello que cuando suspiras te hace libre y dichoso. Los dolores del corazón nos persiguen porque la esperanza se desliza entre los dedos mientras los quebrantos de la carne suspiran en el desamparo. Siempre hay algo que detiene al mejor… Algo que paraliza al más fuerte, al más guerrero de los guerreros. El implacable azote derrumba montañas de misterios. La insolencia nos acoge y los mezquinos se apoderan de las cadenas para atarnos a sus cansadas vidas. Y nos hacen sus esclavos a cambio de la polvorienta ilusión de poseer nuestra digna porfía. Y los años de esclavitud se multiplican… hasta que se convierten en muchos años de prisión… ¿Cómo no hemos conseguido aún librarnos de tan pesada pena? ¿Acaso no nos dotó la creación de la suficiente fuerza para rebelarnos contra todo? Las lóbregas fronteras, su fardo abrumador, la suerte horrenda… Ser o no ser… ¿qué es más noble para el corazón?

Fluir sin influir de la agonía al éxtasis y
vuelta a empezar, alcanzando una tregua con la muerte solo sientiendo Amor,
Amor verdadero…
Muchas gracias Javier, tu texto encierra un tesoro de reflexiones muy hermosas.
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