Estimado Hemingway,
La cultura, el arte, el espíritu, están viviendo tiempos oscuros. No queda otro remedio que seguir labrando las tierras y cultivos del alma, pero desde la férrea y oscura cueva, allá escondida, en los albores de recónditos bosques y preñados alaridos.
Decías hace tiempo eso de que el hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera. Disfrutaba de tus pensamientos en los tiempos en los que te leía cargado de libros y letras. Antes de que existieran los ebooks, y Amazón y ni tan siquiera Internet. Tiempos esos en los que navegar se hacía en barca por algún río o bahía desierta y lo de chatear era algo así como estar echado en una tumbona aplastado por los rayos de un sol primaveral acompañado de un refresco y una buena charla.
Buscando, como tú decías, la sencillez, ayer hice una especie de nueva quema de brujas. Lo primero que ardió en la chimenea plagada ya de cenizas fue un retrato tuyo que me ha acompañado durante varias décadas. Quisiste rebelarte porque las llamas no afloraron y solo un humo oscuro parecía no querer salir por el tiro de la chimenea. Es más, ennegrecieron todo el salón, teniendo que abrir todas las ventanas de la sala para que se ventilara tu espíritu rebelde.
Fue un presagio que vino acompañado de las palabras, ya por la noche, de otro poeta, esta vez de mi querido Whitman. Junto a él, y recordando la cultura, el mundo del arte y la poesía, cité los últimos párrafos de su poema: «¡Regocíjense, oh riberas y repiquen, oh campanas! / Pero yo, con lúgubre andar / Camino la cubierta donde yace mi Capitán, / Caído, frío y muerto«.
¡Oh capitán, mi capitán! Qué será de nosotros, los portadores de la luz, que entregada de llama en llama, ya no tenemos naves para seguir navegando, ni sangre en la voluntad divina de seguir jadeantes hollando los senderos y las oscuras plazas de valles y montañas. ¡Oh capitán, mi capitán! ¿Qué harán ahora los poetas, y los halladores del espíritu? La hoguera arde, pero como aquellos del Languedoc, seguimos de bosque en bosque, de cueva en cueva, trabajando en silencio por el espíritu y la luz, la lucidez y el propósito del alma.
