Con todo mi cariño


Estimado árbol genealógico,

Aún no sé cuando empezó todo. Estamos acostumbrados a ver, ya desde muy pequeños, a un hombre vestido con pieles, larga barba, bastón en mano y tirando piedras al vecino de al lado que lucha por un mamut o ciervo malherido. Luego vinieron las lanzas y las hachas y los arcos y las flechas y los cañones y las balas y los misiles.

Y así con unos y con otros, dentro y fuera de la familia, resolviendo siempre nuestras diferencias con discusiones, con peleas, con guerras, con insultos, con gestos más propios de nuestros más remotos ancestros que hacían de la sangre y la agresión la solución más apropiada.

Pero eso ya pasó querido árbol. Ya no deseamos llegar a casa y discutir con nuestra pareja, ni con nuestro vecino, ni con nuestro jefe, ni con nuestro gobierno ni con el extranjero ni con nadie. Solo nos apetece hablar con cordialidad, abrazar al otro con cariño, besar a nuestras parejas y apoyarlas en los momentos difíciles, estar ahí, cuando alguien lo necesita, siempre que podamos y como podamos, sin distorsionar ni ser distorsionados por nuestra genealogía de violencia.

Queremos ser amables y dulces, amantes verdaderos, fieles servidores de la palabra paz, de los gestos de humanidad, de la cooperación y el apoyo mutuo. Queremos dejar de ser animales, dejar de tratarnos como animales, para ser verdaderamente humanos.

Querido árbol genealógico, con todo nuestro cariño, te damos las gracias por haber hecho posible la vida generación a generación, pero ahora deseamos emanciparnos y ser libres de nuestro pasado violento y sumiso, impulsivo y fanático, doloroso e ignorante. Queremos arrastrar nuestras almas por los tejedores de la luz, de la verdad, del amor, de la belleza, dela armonía. Queremos, por fin, ser merecedores de la consciencia por la que tanto hemos trabajado. Queremos ser, mi querido árbol, las ramas del futuro y los frutos de un mañana dulce y amable.

Con todo mi cariño, tu hijo.

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