La sexualidad forma parte de esa moda traviesa en la que se exageran los estímulos con tal de vender una imagen social distorsionada y trasnochada. En el instituto y en la universidad siempre hubo esfuerzos para desmitificar la sexualidad, especialmente cuando el Sida empezaba a hacer de las suyas en sus primeras épocas. Recuerdo aún con cierta gracia el esfuerzo que las orientadoras de turno ponían para explicar a unos adolescentes inquietos el cómo colocar correctamente un condón o un DIU. A algunos les excitaba todo aquello durante la sesión explicativa para luego pasar a ser tema de conversación durante semanas, especialmente si la orientadora tenía los pechos como magnolias y un cutis de durazno.
Si vemos los anuncios de la tele y las películas de moda la distorsión ya resulta escandalosa. El otro día alguien me decía: «¿por qué las presentadoras de televisión se visten como putas?» No había caído en ese detalle, a excepción de las señoritas que presentan el parte del tiempo, que siempre me parecieron encantadoras entre borrascas y anticiclones.
Los que son mitad niños y aspiran a trascender la condición humana para alcanzar la angélica, el sexo ni les va ni les viene. Se conforman contemplándolo desde la inocencia, desde un mar de compartir seguro y tranquilo sin ningún tipo de arrebato que surja de sus más primitivos instintos. Lo ven como algo normal, pero sin exagerarlo. Se aproximan a él de forma curiosa, transparente, desapegada, sin criticarlo, sin justificarlo, sin sacrificarlo, pero también sin adorarlo o rendirle pleitesía o servidumbre. No lo practican por necesidad, sino por el placer de compartir en las regiones celestiales los estímulos superiores que desde la torpe tierra no serían iguales. No se doblegan ante el bajo vientre o su esencia astral, sino que intentan, desde las regiones que nacen del estímulo del corazón, sentirse plenamente satisfechos.
Primero se miran a los ojos, luego se besan suavemente y después deslizan las manos durante un infinito por ambos cuerpos. La desnudez, la candidez, la sencillez crea un estímulo de profunda comunión que requiere de un respirar, de una meditación mientras los cuerpos desnudos se abrazan. El orgasmo es lo de menos, lo importante es compartir la profunda esencia de sus almas. Y cuando lo hacen, se sienten felices por haber compartido un trozo más de vida. Por eso los ángeles y los niños no tienen sexo, sino que hacen el amor con miradas, caricias y un profundo sentido de la unión. Su sexualidad más pura es el amor, y más allá de eso, todo son anécdotas.

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Yes, yes, yes.
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