«Otros me veneran y actúan por mí, con el sacrificio de la visión espiritual. Me adoran como el Uno y el múltiple» (Bhagavad Gita)
Hemos querido salir corriendo como niños para sentarnos en el polvo. La oscura y solemne penumbra sigue su discurso disonante, contradictorio, carente de sentido. Dios contempla nuestros juegos y olvida al sacerdote, sumido en su papel y traicionero de la esencia original del mensaje.
¿Qué significa una espiritualidad diferente? Unos piensan que significa entrar en el templo, practicar sus rituales, seguir los sermones del sacerdote, adular su audacia por conocer y explicar tan bien las tablas de la ley. Muchos piensan que si el sacerdote nos indica un camino, lo mejor es quedarse con el dedo y sus señales, porque es el sacerdote, diga lo que diga, lo importante. Pero el templo es rígido y oscuro, y se teje un macabro plan para encapsular el mensaje, para crear bajo su base un afán de venganza. Adular al sacerdote es la verdadera espiritualidad para algunos, pero los niños corren fuera del templo y juegan en el polvo.
A muchos nos gusta leer y escribir sobre el amor, la amistad, la lealtad, el perdón, el respeto y todos los más altos valores. Es bonito teorizar sobre cualquier cosa. Inclusive sobre el templo y sus columnas, sobre sus grietas, sobre su oscuridad brillante. Pero el amor no se puede contemplar desde la ciega intelectualidad. Ni la amistad se demuestra desde la sumisa obediencia. Ni la lealtad forma parte de los precipicios a los que a veces nos abocan. Y el perdón solo puede practicarlo aquel que llaman el Hacedor, porque el humano, en su pobre osadía, jamás podría entender los mecanismos por los que todo cuanto existe es tejido y dirigido hacia el Propósito primigenio. Y por eso los niños salen a la luz del día y expresan desde su inocencia, sin esconderse, todo aquello que sienten y piensan. Y allí, entre juegos y cantos, practican el alto valor de ser ellos mismos, sin miedo a lo que dirá ningún sacerdote o su séquito. Los niños no creen en el amor y la amistad. Simplemente la practican desde la inocencia, entre el polvo, ensuciando sus manos en sus juegos y abrazando la pobreza y la humildad del mundo real. No creen en los grandes púlpitos plagados de riquezas desde donde se habla de justicia y solidaridad, palabras que jamás han podido practicar, creando con ello una mentira que algún día se retorcerá ante el sanedrín. Ellos no perdonan, simplemente lanzan la pelota lejos y corren alegres hacia ella.
Los niños que juegan en el polvo no tienen ataques de ira, ni dan patadas a ningún andamio del templo podrido. Simplemente golpean el balón y salen corriendo detrás de él. Son conscientes de que todo es un juego, y corren desapegados de cualquier púlpito o creencia, ignorando la mentira, pero advirtiendo con sus juegos sobre la misma.
Y en el templo, donde todo es oscuro, el sacerdote solo puede hablar de oscuridad, mientras que el abismo, de tanto contemplarlo, acaba penetrando en él, traicionando la alegría de los niños y la luz del mensaje original.

Así es Javier, lo inocente, lo verdadero es jugar, vivir la propia vida, tener experiencia de lo propio. No a través de otros, de las ideas de otros, de los púlpitos de otros.
Es tan difícil ser uno mismo, integro con su sentimiento de la verdad interior. Y no seguir las ideas, pathos, o directrices de la manada, y del que dirige la manada.
Jugar y vivir la propia vida en la inocencia. Y no llenarse la boca con palabras grandilocuentes, abstracciones de ideas, que luego no toman cuerpo en una realidad.
Gracias Javier.
Un fuerte abrazo.
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Tengo un granado en el jardín que no quiere ser peral.
Ser lo que toca, verlo sin abstraerse, como el granado.
andar sin querer ser nadie, disolverse y divertirse
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Vivir nuestra propia vida con todos los errores, son nuestra vivencias, si nos caemos aprenderemos que tenemos que seguir levantandonos por mucho que nos cueste, hay que continuar el camino que nos hemos marcado y si nos salimos de el, que sea por nuestras propias ideas y no por las de otros…
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