Hacia el suicidio colectivo


El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras.
(Johann Wolfgang Goethe)

La estadística de suicidio se ha realizado ininterrumpidamente desde 1906 hasta 2006. En 2007, el mismo año en que empezó la gran crisis, se adoptó la decisión de suprimir los boletines del suicidio. En estos años sin estadísticos, somos muchos los que hemos perdido nuestro puesto de trabajo, nuestras casas, nuestras empresas y nuestras cosas.

Esta mañana, aprovechando que la vida nos regalaba una hora más, he salido desnudo al salón y me he dado un baño de sol tumbado en el parqué. Era una forma hermosa de reivindicar la vida por encima de todo, por encima de la pobreza, por encima de las cosas, de las casas, de los problemas, incluso del hambre de aquellos que no les queda más remedio que hurgar entre basuras algo que comer. Lo vi hace unas semanas en Madrid en pleno centro y se me derrumbó el alma.

Así que desnudo, sin nada, pero digno, con vida, con ganas de vivir, con ganas de seguir a pesar de la “economía de guerra” que estamos atravesando, según se leía hoy en la prensa con la noticia del 25% de personas desempleadas, con fuerzas aún suficientes para soportar las amarguras que la vida nos ha de mostrar aún.

Alguien me comentaba el otro día que esa expresión, “economía de guerra”, era algo exagerada. Que teníamos hospitales, y comida y vestido y que los desahucios eran solo unos pocos… Sí, digamos que unos pocos, trescientas cincuenta mil familias, pueden no ser demasiados. Si lo comparamos con los muertos que murieron en Hiroshima (140.000) o Nagasaki (70.000) quizás sean muchos. Si lo comparamos con los muertos de toda la Segunda Guerra Mundial quizás sean pocos, a no ser que a esas trescientos cincuenta mil familias sumemos todas las de Europa, cuyas cifras podrían ser escandalosas. Porque para muchas personas cuya conciencia se ha regido durante milenios a identificarse con las cosas, cuando las pierdes, es como perder la vida.

Si tuviéramos acceso a las cifras de suicidios, las cuales algunos estudios cifran en diez suicidios diarios solo en España (3.500 criaturas al año) como las dos personas que se han suicidado estos días porque les desahuciaban la casa, el suicidio colectivo ante la pérdida de «cosas» sería mucho más que alarmante. Pero, ¿qué hacer ante este panorama tan desgarrador?

Pedir un verdadero rescate, pero no para salvar la banca y sus intereses (tampoco para salvar las «cosas» que representan), sino para salvar a todas esas familias perdidas y desahuciadas de su propia razón de ser. No expulsarlas de sus casas («cosas») ni desahuciarlas, sino llegar a un acuerdo a largo plazo con ellas, ya sea un acuerdo de mínimos, de alquiler social o de lo que sea, con tal de que su dignidad como personas no sea mancillada o perdida.

No se puede expulsar a una familia de su casa sin más porque más que perder «cosas», pierden dignidad, y cuando eso ocurre, para muchos, la vida no vale nada. Deben legislarse mecanismos legales para que eso no pueda ocurrir en ninguno de los casos en situaciones de “economía de guerra” o de cualquier tipo de economía, a no ser un desahucio pactado entre ambas partes por imposibilidad de asumir las pruebas del camino. No podemos seguir rescatando a bancos y políticos y dejar a la población a merced de los acontecimientos. Si seguimos por esta vía, estamos condenados al suicidio colectivo como sociedad y como proyecto humano, y nuestra dignidad colectiva jamás podrá vencer la batalla de la amargura que viene.

3 respuestas a «Hacia el suicidio colectivo»

  1. El suicidio puede ser un acto protocolario de dignidad que está aceptado socialmente.
    Somos tan miopes que lo vemos como belleza en los samurais, o en Séneca, mientras lo consideramos debilidad en nuestro vecino.
    Probablemente tu escrito sea absurdo, los dos lo sabemos, y no haya ninguna mínima posibilidad de pactar nada con el Sistema y sus intereses. Pero te agradezco que lo denuncies una vez más, porque alguien tiene que decirlo aunque sólo sea por una partícula de dignidad.

    Un fuerte abrazo, ausente elocuente.

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  2. Qué complicado el tema del suicidio, me refiero al individual.
    Seguramente debería ser un derecho unido a la persona, algo tan simple como que te «cansas» de estar aquí y decides, con total libertad de conciencia, marcharte. Pero no es así y no es así porque no puede serlo. Y no puede serlo porque en el momento que tomas esa decisión estás ignorando a los demás, a las personas de tu entorno que te quieren y que van a sufrir lo indecible con tu decisión.
    Es el pensar exclusivamente en nosotros o el pensar, también, en los demás.

    Las personas que conozco que se han suicidado no lo han hecho en total libertad de conciencia y no lo han hecho porque no estaban en un momento sano; quiero decir con esto que estaban sufriendo, sufriendo mucho ( a cotas insoportables) entonces podemos decir que no eran libres para tomar tal decisión en plena libertad y en plena conciencia.

    Me gustaría que si alguien de mi entorno, o que yo conozca de alguna forma, tomara tal decisión, me hablara y explicara antes de actuar sus sentimientos y sus pensamientos o lo que es lo mismo buscar ayuda desde una sinceridad aplastante.

    Por otro lado, el quitar la dignidad al ser humano puede ser el peor suicidio colectivo que exista.

    Bonito baño de Sol, Javier 🙂

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