¿De qué se queja el ámbar cuando atrapa? ¿O el alba cuando nace? ¿O la flor, cuando recibe agua, viento y sol según las inclemencias? ¿Y de qué se queja la grulla cuando alza el vuelo o el canto del ruiseñor? Nunca he visto un río quejarse, ni una montaña abrumada por su grandeza, ni un arpa que silenciara su tristeza. Jamás pude ver un sol apagarse ni una estrella escondida, ni siquiera un mortal alarido preñado de nada.
Pero ahí fuera hay tanta rabia. Rabia impuesta, ciega, insultante, despechada. ¿De qué oscuro pozo nace esa agua? ¡Ya lo sé! Nace de su propio reflejo… Mejor aún, nace de todo aquello que somos capaces de reflejar en él. Por eso ahí fuera no hay rabia, ni queja, ni murmullo. El Universo yace silencioso. Las estrellas apenas susurran un leve quejido. Somos nosotros los que, ensalzados en una terrible batalla interior, perturbamos la paz del mundo, la paz de lo omnipresente. Lo peor de todo es que nos creemos el centro de todo universo sin darnos cuenta aún de que el Universo nos ignora por completo. No somos ni tan siquiera para él un baladí suspiro anclado en el grano de arena de una perdida playa. Ni siquiera el átomo de uno de sus sollozos. Pero nos sentimos tan grandes e importantes que pensamos que el universo entero conspira en nuestra contra cuando las cosas van mal o a nuestro favor cuando ilusoriamente todo va bien. Esa es nuestra propia ceguera, por eso nos quejamos o nos alegramos según las circunstancias, olvidando la máxima del misterioso camino de la vida: uno debe Ser, independientemente de si recibe agua, viento o sol, independientemente de las inclemencias o los vuelos de la grulla interior o el canto del ruiseñor de nuestros sueños e ilusiones. Uno debe ser incluso cuando es atrapado por el ámbar de las circunstancias, incluso cuando el alba nace en nuestros corazones o la flor interior se marchita por no ser cuidada. Debemos ser almas libres dentro del gran cauce de la vida, como el río que brota de las abrumadas montañas o el sonido del arpa. Ser mortales y estrellas escondidas, ser alaridos preñados de nada, y al mismo tiempo, un Universo Silencioso. Hoy, si me lo permiten, me conformo con ser… que no es poco.
