Neofeudalismo, a propósito de Cataluña


neofeudalismo

Dice la historia que los romanos tuvieron a los plebeyos, la Edad Media a los pequeños comerciantes y el mundo moderno al proletariado para cambiar sus respectivos mundos y sus anquilosadas estructuras. En estos tiempos que corren de derrumbamiento o transformación de un viejo y anacrónico sistema, los intelectuales, escondidos o manipulados, siguen sin acertar sobre qué fuerzas serán las que cimienten el rumbo de esta nueva era social. ¿Serán los indignados, los sin papeles, los anonymus de turno, los quinceme o los deshauciados? Si tuviera que apostar, como en épocas pasadas, apostaría por estos. ¿Qué confianza o credibilidad tendrían si los que quieren cambiar el sistema son los que viven de sus privilegios? No fueron los patricios, ni la nobleza ni la burguesía los que cambiaron sus privilegios.

Por ello todo lo que está ocurriendo en Cataluña me crea sospecha. No puedo estar en contra del fondo, pero sí de las formas. Independencia, soberanía, democracia, son palabras que empiezan a mostrar un ápice más de la decadencia de nuestra sociedad. Por eso digo que no estoy en contra del fondo. Cuando una sociedad –o cualquier cosa- está podrida, lo mejor es que sigamos picando en sus cimientos para derrumbarla. Y que esto no suene como algo catastrofista. Derrumbar un edificio antiguo de forma controlada para que no perjudique aún más al resto es algo positivo. Lo derrumbamos, quitamos los escombros y construimos algo nuevo tras limpiar el solar. Pero no es precisamente lo que pretenden en Cataluña. Los políticos oportunistas y manipuladores de emociones aprovechan el momento para separar su edificio del resto y apuntalar, como sea, la posibilidad de mayores beneficios para ellos y los suyos. De ahí mi desconfianza. No es un proyecto de unidad para el bien común, es una manipulación emocional y política con oscuros propósitos.

El problema surge cuando queremos construir algo nuevo reutilizando la podredumbre, el fango sobrante, las paredes carcomidas y las estructuras roídas del viejo edificio. Eso es lo que pretenden en Cataluña. Construir un estado nuevo con las bases de un estado viejo. Y dicho así, todo suena a neofeudalismo, a una democracia ornamental donde lo importante es que la nueva casta de poderosos protejan lo que por “conquista” han conseguido. Los nuevos patricios, los nuevos señores feudales, la nueva aristocracia parlamentaria y “democrática” no pueden hacer otra cosa que la de proteger sus privilegios. Siempre lo han hecho, y es comprensible. La mayoría, una vez descontados místicos y ascetas, pagaríamos por estar ahí, en el privilegio.

La historia de nuestras sociedades y nuestras culturas es bien compleja. Demuestran que en muchos aspectos no hemos avanzado nada como humanidad. Tenemos grandes valores y exquisitos pensamientos ilustres desde la más remota edad antigua, pero ninguno de ellos ha podido añadir ni un ápice de cordura en la conducta humana. Es cierto que en algunos países y en algunas partes del mundo las cosas han cambiado algo. La educación, la sanidad, la tecnología, las formas de organizar nuestros cometidos vitales. Es cierto que tenemos motivos para estar felices y contentos, pero si nos fijamos atentamente en la historia humana, vemos como volvemos una y otra vez en ese desesperante círculo del eterno retorno.

El sistema feudal se basaba en la debilidad de un poder central que pudiera poner orden entre las ansias de poder de unos y otros. La pirámide feudal favorecía las ambiciones de los pequeños aristócratas con ansias de poder y dominio. En aquella época tenía quizás su propio sentido, ya que era la única forma de poder defenderse de unos y de otros ante la imparable invasión de pueblos contra pueblos.

La reflexión profunda viene cuando en pleno siglo XXI pretendemos formalizar un régimen feudal en un mundo tecnológicamente sin fronteras, en una dimensión socialmente libre donde la invasión y la conquista no proviene de un pueblo enemigo sino de la incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos, o de la más supina de las ignorancias. Cualquier estadista mínimamente formado, sería capaz de ver la incongruencia entre ese movimiento neofeudal y las necesidades de la sociedad actual, una sociedad cada vez más libre y emancipada de los poderes y sus arquetípicas instituciones.

La soberanía de un pueblo o de una persona es un derecho inalienable. Por eso decía que estaba de acuerdo en el fondo de la cuestión. Pero las formas, medievales y sin mayor fundamento que la búsqueda de un enemigo inexistente –España-, carecen de credibilidad. No se puede arrastrar a un pueblo a ninguna deriva solo porque en un momento de extrema crisis –ya con seis millones de parados- surja un sentimiento de rabia y frustración hacia todo. Aprovechar esa debilidad psíquica, dirigir esa frustración y reconducirla hacia un fin político es obrar de muy mala fe. Por eso no puedo estar a favor de las formas y de ahí la reflexión. Cataluña no necesita un estado libre, necesita ciudadanos libres y emancipados de estados, territorios, banderas y privilegiados.

3 respuestas a «Neofeudalismo, a propósito de Cataluña»

  1. ¿No puede verse como una oportunidad para todos de rehacer las estructuras? «Todo es para bien», me enseñaron a mi, «aún cuando todo parece derrumbarse». Abramos la mente y los corazones y sobre todo aceptemos que los demás puedan pensar o ser de forma distinta a nosotros. Sin rencores.

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    1. Eso espero, que la biodiversidad y la psiquediversidad siga camino de la mundalización… Qué aburrido sería si todos fuéramos iguales. Así que bienvenida sea la libertad de pensamiento y expresión, pero por favor, que se apeade de nosotros la manipulación que estamos soportando y el chantaje social al que nos someten los de siempre…

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