La nube de las cosas cognoscibles


© Kazuya KATO

 

«Sin peso, sin huesos, sin cuerpo, he andado durante dos horas por las calles y he reflexionado sobre lo que he conseguido superar esta tarde escribiendo.» Franz Kafka

Cansado del sempiterno divagar, de la ceguera de esa nebulosa envolvente, de mis propios pensamientos, todos ellos inútiles y sin importancia, procuro extraer sabiduría de los recursos de la nube cognoscible y así precipitar, sobre la tierra y el alma, algo de la esencia creadora. Miro el puente y veo algo más que un puente. Veo las matemáticas que subyacen en su construcción, sus probabilidades, sus pesos y cargas, su latencia. Cuando miro hacia arriba, más allá de mi pequeñez, y mediante el silencio y la meditación conecto con la nube de las cosas cognoscibles, el mundo se vuelve parejo, múltiple, complejo. Ya no ves las preocupaciones diarias, solo ves la grandeza de toda la creación. De acuerdo con la fuerza, simplicidad y claridad de las cosas, puedo percibir un mundo diferente.

¿Qué late dentro de cada germen? ¿Qué subyace en el interior de cada vida? ¿Qué potencias y capacidades hay en cada producto final, en cada terminación de algo? Miro desde la nube y todo resulta ser la concepción de algo inmenso e invisible. Algo que supera cualquier tipo de capacidad imaginativa. Cada idea exteriorizada posee forma, pero también sustancia. Y ahí reside el misterio hilozoista de todas las cosas. Hay una idea encarnada, una emoción que la anima, una mente creadora. El arquetipo reside en cada holograma creado.

Siento que al escribir estas cosas me salva, una y otra vez. Como Kafka, consigo superar el devenir abstrayéndome de este tiempo pesado, aburrido, penoso, casi diría que sin sentido. Un nuevo confinamiento. Quizás una nueva oportunidad para volver a recolocarnos no se sabe dónde. Sin duda, otra oportunidad para observar con más detalle la nube de las cosas cognoscibles.

No quiero decir con esto que tengamos que huir de la realidad. Más bien quiero dar aliento para que entendamos que debemos modificar la realidad. Algo tendremos que hacer para que todo cambie. No sé, quizás volvernos inofensivos, creer en la inofensividad como premisa básica para compartir este mundo de todos. Y cuando digo de todos también incluyo ahí a los animales. Sí, a las mascotas, pero también a los otros animales. El mismo amor merecen, el mismo respeto, la misma inofensividad. Creo que esta reflexión es básica para cambiar el mundo. Inofensividad para todos y para todo.

Evidentemente algo deberemos cambiar. Por fuera pero especialmente por dentro. Para ello recordemos el puente del principio, el antakarana, aquello que nos une a lo más profundo de lo que somos. Por dar alguna pista, dicen los antiguos que hay dos hilos que mantienen con vida nuestra forma. Una especie de doble hélice invisible. Un hilo conecta nuestro espíritu con la cabeza y otro conecta nuestra alma con el corazón. A veces hay cortocircuitos entre ambos, y nos convertimos en seres sin mente, o, en seres sin corazón. Pero no debemos olvidar que ambos hilos de vida y consciencia están ahí para que podamos seguirlos y para que podamos remontar nuestras vidas hacia elevadas metas. Si entendemos este principio, si buceamos en esa realidad ignota que se despliega en nuestro interior, veremos la vida, a pesar de todo, de forma diferente. Inevitablemente desarrollaremos una hermosa sensibilidad, nos volveremos inofensivos y obraremos la posibilidad, conjuntamente, de transformar el mundo.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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