
Teniendo arroz y pasta, se puede sobrevivir con unos veinte euros a la semana. Unas galletas, algo de fruta, algún aguacate y algún capricho pequeño para dar la sensación de que toda crisis puede resolverse con algo de humor. La ventaja de ser vegetariano es que con veinte euros no tienes que hacer grandes inversiones en proteína animal. Ni siquiera sé cuánto vale una merluza o un trozo de buey o ternera o un pollo (qué aberración interior siento de solo pensarlo). Como todo está enclaustrado y cerrado, tampoco va uno, como en aquellos tiempos pletóricos, de cenas o de comidas con nadie, donde uno podía gastar veinte euros por cabeza en cualquier lugar agradable. ¡Qué tiempos!
Hoy hacía buen día y cogí la moto y me escapé a la ciudad a comprar algo, ya que llevaba casi dos semanas sin abastecerme de comida. La culpa fue de un cocido de garbanzos que se vino arriba y tuve que comer durante tres días seguidos. Si a eso le sumamos las cenas a base de castañas, que aún perduran, el ahorro semanal ha sido enorme. Así que después de pasarme toda la mañana haciendo cemento para asfaltar un trozo de nueva acera cerca de la ermita, me fui y compré algunas cosas.
Veinte euros suponen un gasto aproximado de ochenta euros al mes en comida. Ahora eso me parece una barbaridad, tal y como están los tiempos, y me pregunto cómo me las ingeniaba en los años anteriores para que nunca faltara comida a los más de treinta comensales que en verano solían participar del proyecto. Solo de pensarlo me doy cuenta de que algo de magia había en todo aquello. Magia, tesón, sacrificio, desprendimiento y mucha imaginación. Debo decir que me fastidia que ese gran esfuerzo nunca sea reconocido del todo. Aún vienen personas ingratas que se dedican a criticar una y otra vez todo cuanto aquí se hace. Hoy mismo llegaba alguien con deseos de hacer daño, de poner la punta en cualquier llaga.
Interiormente me sentía fuerte y seguro como para no hacerle caso y atender sus quejas. Incluso me siento fuerte y seguro para dejar de dedicar tiempo a todo aquello que reste y no sume. Creo que de alguna forma estoy haciendo una limpieza interior, alguna especie de catarsis cuya conclusión pasa por cuidarme un poco más y exponerme un poco menos. Recuerdo que una vez, en mi ingenua búsqueda intelectual, me presenté en la casa de un conocido escritor cuyo rótulo de bienvenida decía algo así: “no se aceptan visitas”. Había realizado muchas horas de viaje para toparme con ese exabrupto. Años más tarde nos hicimos, paradojas de la vida, buenos amigos y pude disfrutar de toda su compañía y sabiduría intelectual. Pero ahora, con el tiempo y el hartazgo, puedo entender ese cartelito en la puerta. Y es que hay cosas que en la vida es mejor no aceptar. Incluso me atrevo a decir que hay personas que es mejor no dejar entrar en tu vida. Lo digo sinceramente sin rencor ni reproche, desde cierta paz interior. Deberíamos ser más selectivos, y no perder el tiempo con aquellos que te tolean, te marean, te engañan, te utilizan, te menosprecian, te atacan, te pisotean, te dañan de forma gratuita. No merece la pena, de verdad.
Lo digo también porque mientras tenga pasta y arroz, podré ir tirando, pensando un poco en mí, cuidándome mejor, y dejando de darlo todo para los demás sin ni siquiera buscar un remanso de paz o de bienestar para mi persona. A ver si con esto consigo ponerme al día de todo. Pagar todas las deudas ocasionadas por esta atrevida aventura y dedicarme de nuevo a la alegría del vivir desde la paz que te ocasiona el no deber nada a nadie. Cada vez lo siento con mayor fuerza. Como decía el bajísimo, necesito poco y de lo poco que necesito, necesito poco. Casi diría que veinte euros a la semana en comida es una aberración. ¡Habiendo castañas por recoger! También ha sido una aberración atender amablemente a todos aquellos despiadados uno a uno, viendo como después traicionaban tu amabilidad o amistad a la primera de cambio. Eso se acabó.
Gracias de corazón por apoyar esta escritura…
