Dios Inmanente, Dios Trascendente, Omnipotencia y Libre Albedrío


Es ridículo pensar en la figura infantil que muchas tradiciones nos ofrecen sobre la imagen de un Dios Omnipotente. Una humanidad infantil necesitaba, hace mucho tiempo, de una imagen cercana de su Creador. Evidentemente, un Creador “papá”, protector, siempre atento con sus criaturas. Pero la Omnipotencia no existe cómo tal, sino más bien la Esencia. Es cierto que todas las criaturas emanan desde dentro algo de la esencia del origen del Cosmos. Pero el Cosmos, inabarcable, decidió, por pura lógica operativa, jerarquizarse. Lo vemos en nuestro cuerpo. Nuestra conciencia a delegado funciones automatizadas. Nuestra mente autoconsciente no sabe nada del normal funcionamiento de las células de nuestro pie. Ni siquiera tenemos control sobre la mayoría de las funciones vitales. Existe una clara jerarquización, un orden que amablemente se coordina de forma organizada y cuasi perfecta.

Tampoco podemos afirmar rotundamente que vivamos en un mundo panteísta, tal y como se cree en las cosmovisiones de la nueva era. Tal vez sí en un mundo holizoísta. De un Dios Trascendente pasamos a un Dios Inmanente en las tradiciones acuarianas, que además, influye en el devenir humano. ¿Cómo podemos aún pensar de forma tan limitada? El Dios paternalista de todas las tradiciones podría llamarse, para ser más exactos, los dioses creadores, aunque con un poco más de sensibilidad jerárquica, serían simples emisarios que ayudaron en cierto plan para nuestro pequeño universo. Y como emisarios hicieron su labor, no del todo perfecta, porque algo debió fallar cuando tanto dolor y sufrimiento se instaló en nuestro pequeño mundo.

Es un fraude pensar que un gran Dios está escuchando nuestras súplicas y atendiendo nuestras demandas. Quizás sí un ser menor, pero no el Dios Creador de todo el Universo. Un fraude orquestado desde la inocencia de pensar en un Dios Inmanente, y no Trascendente. La visión de que el mundo es como es por la gracia divina no solo es ingenua, sino que atenta a la inteligencia, y a la propia divinidad. El mundo es como es por obra de la imperfección humana, y es desde lo humano y su libre albedrío, que se ha de resolver todas las contradicciones actuales. La creencia infantil, el gran fraude, nos vuelve dóciles, resignados, conformistas. Imposibilita toda reflexión y toda libertad, además de sofocar de inmediato cualquier posibilidad de rebelión. La emancipación consciente deberá, poco a poco, aproximarse a la verdad subyacente en la vida.

Ya lo decíamos ayer: el Primer Motor de todo lo creado, al que podríamos llamar el “Creador Principal”, no podría ser nunca nuestro “Dios”. Tampoco sería un Dios Absoluto, sino una entidad creada, más allá de cuyo universo hay un algo creado a su vez por otro Creador. Si seguimos esta secuencia, el Creador del “Creador Principal” puede tampoco ser el que existió primero, y ser a su vez hijo de otro Creador…

La trascendencia no implica omnipresencia, pero sí algún tipo de jerarquía. Estamos totalmente limitados y cegados hacia lo que pueda ocurrir en esferas superiores, en dimensiones diferentes a las nuestras, en territorios que aún desconocemos. No debemos suplicar a Dios que cambie nuestras vidas. Dios está implícito en la Trascendencia, es decir, en nuestra esencia. De ahí la importancia de conectar con esa esencia, que es la fuerza que germinó en nosotros proveniente de nuestra fuente creadora. La fuerza necesaria para dar sentido a nuestras vidas y nuestras acciones, está en nosotros mismos, no como presencia de Dios (el fraude del Dios Inmanente, cercano, paternal), sino como esencia de Él, es decir, como fuerza que nace de su propia Trascendencia.

Su esencia vive en cada uno de nosotros, pero estamos solos y aislados en cuando a nuestro progreso personal. Es como la semilla de cualquier árbol. Esa semilla tiene la esencia del conjunto de la especie, pero su desarrollo como árbol individual dependerá totalmente de él. Por eso no podemos (de nuevo la falacia) invocar a un Dios fuera de nosotros, ausente, imperceptible e invisible para nuestra limitada razón. Debemos, en todo caso, invocar a su esencia que está en nosotros, al depósito de fuerza que engendró en nuestro interior y que deberá hacer de nuestra vida, un gran árbol proyector. De ahí la importancia de nuestro libre albedrío, de nuestro análisis, lucidez y discernimiento a la hora de rebelarnos ante el dios paternal que los guardianes de la tradición nos intentan, erróneamente, mostrar. Invoquemos interiormente nuestra fuerza, que es la fuerza del Creador Trascendente, y empecemos a entender el plan desplegado de toda la creación.

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