Tras pasar unos días en Madrid, otros en Londres, y de nuevo vuelta a Madrid, hemos reflexionado mucho sobre lo que ha pasado en estos últimos meses y sobre hacia donde deberíamos encaminar nuestros pasos futuros. Hablar de futuro entre terremotos mortales, guerras, pandemias y cambio climático asegurado resulta casi irrisorio y temeroso. Pero los ciclos reclaman cambios y los cambios renuncias, desapegos, vuelta a empezar de nuevo.
En el ciclo anterior, sin darnos cuenta, hemos vivido durante casi diez años inmersos en una anocracia inestable, ineficaz, incoherente, infantil y desordenada. Probamos lo del consenso, el todos iguales en esa inocente horizontalidad que predicamos como solución ante cualquier rasgo carismático o autoritario, pero fue una empresa inútil. Cada dos días había golpes de estado que pretendían hacerse con el control, con el dominio, con el poder, básicamente para cambiarlo todo a su imagen y semejanza. La cosa evolucionó a un consenso jerarquizado que no permitiera a personas recién llegadas cambiar ningún tipo de pilar esencial. El poder, por así llamarlo, lo ejercían los elders, es decir, los ancianos del lugar, los que llevaban más tiempo o los que se implicaban en mayor compromiso o responsabilidad. Esto tampoco funcionó, porque de alguna manera, se estaba pasando a una democracia inservible, a una aristocracia donde no prevalecía la autoridad moral y justa de los sabios, sino el criterio emocional del cabeza de turco de turno.
La anocracia evolucionó hacia el despiporre, donde la falta continua de respeto hacia todo lo realizado era un valor cambiante. Se podía decir que habíamos pasado de lo aristocrático finolis al poder más absoluto de los anos de turno. La hibridación del poder siempre es compleja. El poder siempre nos seduce, aunque sea un poder temporal, estúpido, erróneo. El colmo de los colmos es el apoderarnos de lo dado, como si eso nos diera mucho más derechos o más poder.
Lo ya exagerado viene cuando el poder se ejerce desde la fuerza, la conquista o el derecho de usucapión. La usucapión “secundum tabulas”, que dirían los expertos. Si a ese tipo de abusos le añadimos componentes emocionales, o personas que simplemente vivía en la calle y reclamaban como suyo lo poco que durante ese tiempo habían usurpado, la cosa se complica. ¡Qué aburrido y pesado resultaba intentar hacer pedagogía de lo fraternal a personas incapaces de valerse por sí mismas! ¡Qué sensación de pérdida de tiempo cuando veías que los resultados finales eran el egoísmo más puro y la avaricia en todas sus dimensiones! Ni fraternidad, ni unión, ni círculo, ni nada que se le pareciera. Poder, poder, poder, aunque fuera minúsculo y disimulado.
Lo cierto es que estaba en paz, muy en paz, hasta que de nuevo llegó el ruido. Un ruido atronador, exigente, insensible ante una situación tremenda y delicada. Como buenos autistas, cualquier ruido nos turba, y terminamos desquiciados, fuera de nuestro sitio, fuera de nuestras casillas, y con tal de acabar con ese ruido, somos capaces de regalar el esfuerzo de muchos años y tirarlo todo por la borda en un momento de acelerada desesperación. ¡Qué injusticia hubiéramos cometido de habernos dejado llevar por la inquina o la desesperación temporal!
Solo queríamos y deseábamos silencio para este año, así que ante el nuevo ruido decidimos cerrar las puertas durante un tiempo mayor, y pensar y sentir si merecía la pena tanto esfuerzo para nada. ¿Estamos ante un final de ciclo inevitable? Ante el episodio desagradable de estos días, hemos decidido cerrar durante más tiempo y ver qué pasa con el sentir. Y de abrir de nuevo, si eso ocurriera, sería bajo el formato original: el silencio. Una, dos o tres semanas de experiencia, pero en silencio.
La casa que tantas alegrías y disgustos nos ha dado, cerrará definitivamente. Y de abrirse, se abrirá en formato escuela, única y exclusivamente para aprender juntos los secretos de estar callados, de no molestar, de no injerir, de no demandar, de no exigir, de ser como el ruiseñor, que no mira a la tierra desde la rama verde donde canta sin esperar mucho más que el disfrute de ese instante evocador. De venir unos días y luego volver cada uno a su casa y practicar la nobleza del silencio tanto como se pueda. Y que cada uno, en su casa, y no en casa ajena, practique lo que más le guste, la anocracia, la aristocracia, la democracia, la sociocracia, la holocracia, la dictadura, la fraternidad, el círculo o la unión. Se terminó eso de ir a casa ajena a dictar lo que se debe y no se debe hacer. Se terminó para siempre.
El silencio es el comienzo del estado de gracia. El alma desprendida entra en gozo ante el silencio. Su éxtasis precede al susurro acallado. Los místicos caminos de Dios nacen en el silencio. El silencio nace del hogar. Así que quédate en tu casa, en tu rincón, en tu fuego, en silencio, sin usurpar el silencio ajeno, sin perturbar el espíritu ajeno ni la casa ajena. Engendrarnos en ese silencio es ser cautos y amables con la vida. De lo contrario, nos volvemos ávaros e injustos, como el mito del anillo de Giges, el cual nos advierte de que el ser humano hace el bien hasta que puede hacer el mal cuando se hace invisible, y puede acceder a cosas que no son suyas, por lo que, llevado por esas circunstancias, las personas se corrompen irremediablemente.
Gracias de corazón por apoyar esta escritura…
