«Que sirva este trabajo también para nosotros, y como dice el primer legión, que nos ayude, si llegamos a captar el significado profundo, a no saborear la muerte», le decía esta tarde a un amigo con el que estamos trabajando en un libro profundo y amable.
Eso significa, pensaba para mis adentros, que podemos estar vivos, y también abiertos a la vida eterna, sea como sea, si es que existe, si es que llega, si es que seremos capaces de entenderla alguna vez. Porque si no fuera así, y solo tuviéramos esta vida para hacer el bien y vivirla bien, deberíamos estrujar con gran empeño cada uno de sus jugos, cada uno de sus tiempos.
Sería pertinente tomar consciencia de ello a cada instante, y de qué manera podríamos aportar nuestra estrofa y nuestro cachito de minúscula vida, a la Vida.
Interroguémonos por cada uno de nuestros actos. Examinemos nuestros minúsculos errores cotidianos, veamos de qué manera podemos mejorar ese mal genio, esa rabia contenida, esa necesidad de mentir o enturbiar, ese odio a lo extraño o extranjero, esa facilidad para inculpar o juzgar al otro y sus circunstancias. Examinemos concienzudamente si merece la pena gastar tanto de ese tiempo limitado en esas cosas que oscurecen y perturban nuestro pequeño paseo por este hermoso planeta.
En verdad ser amable no es tan costoso. Ser amables indica posibilidad. Su etimología es hermosa: digno de ser amado. Esa dignidad es un esfuerzo constante, diario, ilimitado. La oscuridad está ahí, es irremediable. Pero la luz y su amabilidad tiene muchas más posibilidades de expandirse en nuestros corazones.
Estar abiertos a la vida eterna no es más que un sencillo ejercicio de amabilidad. De respirar profundo por las mañanas, sin quejarnos, sin sentirnos pesados, sin sentirnos abatidos por el infortunio. Es cierto que con la edad todo parece más pesado, más quejoso, más difícil. Nuestras articulaciones empiezan a agarrotarse, el cuerpo se vuelve pesado y la energía vital que antes nos conducía por lejanos caminos y montañas, ahora se ajusta a una realidad limitada. Pero hay muchos seres que viven su limitación como una oportunidad. La flor, que no puede volar por los cielos ni correr por los campos, expande belleza y perfume para que otros seres disfruten de su amabilidad. La piedra, en su quietud, es firme y es capaz, ante su inactividad aparente, proveer de sostén y apoyo a muchas construcciones.
Cada elemento en la naturaleza vive su propia amabilidad. Si profundizamos un poco en cada uno de ellos, veremos que nos resulta amable, y que todo tiene un significado que roza la ternura, la belleza, la sostenibilidad de la vida extensa. No nos cuesta nada devolver un abrazo o una sonrisa, aunque el estrés cotidiano atraviese nuestras vidas. Si trabajamos hasta la extenuación sin parar un instante para respirar, simplemente para eso, moriremos en vida. Así que seamos amables también con nosotros mismos, con nuestro entorno inmediato, y con lo profundo. Porque queramos o no, estamos rodeados de eso que los antiguos llamaban Misterio, y queramos o no, vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en ese sempiterno y oculto Arcano. Seamos amables con lo sagrado de la vida. O más aún, sacralicemos cada momento, cada cosa, cada inmortal instante con un acto amable.
