Pensamiento mágico


La caída de Ícaro. René Milot
La caída de Ícaro. René Milot

Decía aquel que vivimos en el mundo que somos capaces de imaginar. Decía el otro que el mundo es mental, es mente. Todo este pensamiento mágico viene de oriente, y fue impregnando al mundo, siguiendo la luz el recorrido del sol,  hasta que llegó a nuestros días cristianos con el nombre de Reino de los Cielos, Espíritu Santo, Gloria o Paraíso.

El Dhammapada budista establece que somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos construimos el mundo. Habla y actúa con mente impura y los problemas te seguirán como sigue la carreta al buey ensimismado, nos dice… Habla y actúa con una mente pura y la felicidad te seguirá. Como tu misma sombra, inseparable. Toda la ética budista, y diría que toda ética espiritual de cualquier calado, se puede resumir en esta frase: «Toda acción positiva, amorosa y compasiva conlleva las semillas de la felicidad y verdadera satisfacción. Toda acción negativa, agresiva y egoísta conlleva las semillas del sufrimiento y del dolor».

En nuestros días, el pensamiento mágico está en crisis. La expansión del materialismo y la satisfacción inmediata de casi cualquier deseo pueril nos hace pensar en términos egoístas y materialistas. El individualismo ha triunfado en contra de la creencia de la comunión de las almas, y cualquiera se siente rey en esa nefasta concepción de creer que lo único que importa es uno mismo, y no todo lo que se expande a nuestro alrededor, incluyendo ahí al otro.

Vivimos en un mundo atropellado, prácticamente sin fenómenos sobrenaturales que puedan conmovernos, sin signos, sin milagros, sin mitos ni dioses, sin estrellas de Belén que iluminen nuestros cielos y nos guíen. Nos parece casi ridículo mirar al cielo e interrogarnos sobre nuestros orígenes, porque en el fondo, terminado el mundo conocido, la exploración exterior o interior carece de sentido. Vivimos en un auténtico maya, siguiendo con las creencias hinduistas. Un momento oscuro donde lo ilusorio triunfa por encima de cualquier verdad trascendental. Nos perdemos en el fenómeno, obviando sus causas. La fenomenología es capaz de explicar nuestro mundo conocido, basado en los sentidos y la lógica, alejándonos de las causas primeras. Un mundo oscuro, de tinieblas, adornado por luces artificiales.

Estamos gozosamente atrapados en ese maya. Solo cuando la inteligencia nos sobrepasa o un hecho traumático nos sobreviene, sentimos la necesidad vital de interrogarnos un poco más sobre la existencia. Solo ahí, ante una importante crisis, podemos interrogarnos sobre si merece o no la pena el explorar más allá de nuestros límites. Y es ahí cuando empezamos a pensar en la mente, en la consciencia, y por ende, en eso que vagamente los antiguos llamaban espíritu, luz, logos.

Y cuando ese despertar ocurre, cuando esa pequeña iniciación a lo intangible se apodera de nuestras vidas, todo empieza a cambiar. El buscador riguroso pasará toda una vida de flor en flor intentando dar respuesta a sus nuevas inquietudes. Los aspirantes a desentrañar los misterios más esenciales pronto se adoctrinarán en creencias diversas. Pasarán a ser discípulos probacionistas de cualquier maestro de turno más avanzado en cualquier sendero. Luego serán aceptados en el círculo no se pasa de cualquier asrhama, templo o monasterio, hasta que por sí mismos, un día, encuentran cierta iluminación y se emancipan de las flores, de la torpe aspiración, de cualquier discipulado, de cualquier camino, creencia o maestro e, incluso, de cualquier tipo de iniciación, saber o iluminación.

Cuando eso ocurre, y a veces ocurre, uno entra en silencio, olvida los caminos y las críticas, se centra en las buenas obras y trata de expandir toda su acción positiva, amorosa y compasiva con la intención de contribuir a hacer un mundo más justo y bueno. Y es ahí cuando empezamos a imaginar un mundo mejor. Porque al final, todo es mental, todo es mente, todo es logos, todo es luz.

 

Deja un comentario