Hacía tiempo que no escuchaba la hermosa Fantasía de Greensleeves, y como me escribe un viejo amigo desde Edimburgo, donde anda retirado, profundizando en temas que la ilustración dejó a medias mientras pasea tranquilo y pausado por el Old Town, me ha dado por volver a mis reminiscencias pasadas. Escocia me persigue de alguna manera, al igual que Alemania y algunos rincones inhóspitos que aún laten dentro. Uno siempre se pregunta: ¿de dónde vienen esos recuerdos, esas inquietudes? Todo tiene que ver con la luz, y todo tiene que ver con el Tejedor de Luz.
La música la están escuchando Lago, Geo, Aura y Luna. También una docena de plantas que adornan este pequeño salón junto al piano, el baúl que me acompaña en todas las mudanzas rodeado de fósiles, minerales y piedras, y mis libros, que por fin parece que se van ordenando poco a poco en esta pequeña casa de la sierra, de mi nueva “montaña”. Cada reino representado por luces que me rodean y me interrogan sobre mi (nuestra) propia naturaleza. La música es lo más parecido o cercano al lenguaje angélico. Esto es difícil de entender, por eso los antiguos lo llamaban “el coro angélico” (que se lo digan a Vangelis). Es una hermosa alegoría de cómo ese reino se manifiesta a través del sonido y la luz.
A mi derecha, media docena de libros de un evangelio perdido que pronto vamos a editar. Hay un logion (el 42) que me parece totalmente profundo y dice así: “sed transeúntes”. Los peregrinos del alma entenderán bien a qué se refiere. Los que andamos a ciegas, solo podemos decir y pensar, que algún día amaremos al árbol y a su fruto, por igual.
A mi izquierda, nuestra nueva cheslong que espera impaciente alguna ligera cena (vegetariana, por eso de contribuir a la paz mundial con pequeños y amorosos gestos) que vendrá acompañada de alguna distracción televisiva. Sí, ya sé que suena algo degenerativo, pero desde hace unos meses me ha dado por ver la tele. De estar más de treinta años sin tener televisión, me he vuelto algo vulgar y apático en ese sentido, y no me importa desperdiciar un poco de mi tiempo en ese cándido y pueril descanso, o en esa desconexión de las masas que tan apacibles resultados ha provocado en la paz social. Donde hay buena televisión, no hay guerras, que diría aquel.
Pues eso, necesito paz, desconexión y distracción. Al menos por un tiempo. Al menos hasta que sienta que mi cuerpo físico, el más terrenal, y mi cuerpo vital, el más etérico, estén completamente restablecidos y alineados (esta última palabra es importante para los tejedores). Ahora necesito desconectar la máquina de pensar y abstraerme en el encefalograma plano de un cerebro apaciguado y tranquilo. Pero no temáis, prometo volver a las andadas, sean las que sean, como buen transeúnte peregrino amante del árbol y su fruto.
Al fondo de la casa, a mano derecha, está ella. Trabaja en silencio. Sufre por dentro y la amo sigilosamente, sin querer molestar en este momento difícil. Amor incondicional. Eso nos acerca a cierta inmortalidad. Y ella lo sabe, y también me ama, a pesar de la reve (dice que estoy bienhechito, y lo dice con esa dulzura cándida del ser enamorado).
Todos nacemos con un corazón de oro. Con el tiempo ese corazón se convierte en plomo o en diamante, dependerá del tipo de vida que tengamos, de las inquietudes que nos muevan, de la ética que nos empuje, y de las circunstancias que puedan condicionar nuestras vidas. Todos los días pienso que puedo intentar proteger ese corazón de oro prístino que, de alguna manera, más allá del barro de la vida, está ahí, esperando resplandecer. Pulir las aristas de la vida puede suponer un esfuerzo enorme o, simplemente, puede ocurrir sentado en un cómodo sillón, mientras trabajas en unos logiones que pronto verán la luz, junto una camada de perros, escuchando Fantasía de Greensleeves.
Hay que prepararse, no hay duda, para cualquier cosa que vayamos a emprender. Siento que la vida es ancha y que podemos transformar nuestros mundos en pequeñas fantasías inolvidables. Retomar el buen humor, llevarnos bien con el vecino, no maldecir al presidente ni a los huraños nacionalistas o paternalistas patriotas, no entorpecer la evolución del otro, ayudar al prójimo o a la prójima en lo que sea y reinventarnos cada día, como si de alguna manera, nuestro corazón de oro quisiera relucir en ese nuevo amanecer.
Siento necesidad de buscar inspiración interior. En el garaje he guardado con recelo las antiguas alfombras donde meditábamos allá en la utopía. Les guardo celo porque en algún momento crearé en este nuevo espacio un lugar sacro, un espacio donde poder meditar en silencio, sin distracciones. Una pequeña logia, un taller donde poder escudriñar los misterios del universo y aquellos que afectan a lo pequeño, a eso que los antiguos llamaban el lenguaje verde. En ese pequeño taller de tejedores, profundizaré en las tres luces, (la luz del alma, la de la intuición y la de la Tríada).
La cualidad de nuestras vidas se traduce en magnetismo y resplandor, que nacen si cumplimos con el mandato de hilar luz. Por eso tejer luz es imprescindible para que la inspiración nos guíe hacia aquel propósito útil al que todos hemos sido llamados. Algunas pistas: Divina indiferencia, inofensividad, visualización. La vida se teje. La vida se vive. La vida que respiras es como una Fantasía de Greensleeves. Y es urgente tejer. Tejer luz, para iluminar el mundo, entre todos. Eso es la Navidad, el nacimiento de la luz en el mundo. Por eso, todos, en un gesto simbólico, encienden emocionados las luces de Navidad. No es solo un gesto, es un deseo, es un anhelo, es un recuerdo. Es, también, un destino. Luz, más luz…
