Érase una vez los amigos en la feria


El amigo Gopala compartiendo un ratito con sus dos obras poéticas

Ayer fue un día flojo, el más flojo, un día que empezó vago, flácido, laxo. Vendimos por la mañana solo un libro. Es cierto que era un buen libro, uno de Thoreau sobre la desobediencia civil y otras canciones, que diría el poeta, con un precio de feria de siete con veinte. Alguien me diría, que no fueron realmente siete euros de beneficio, que hay que descontar la impresión y las horas de trabajo y tal y cual. Total, una mañana extraña, contando que para amortizar la feria hay que vender entre quince y veinte libros al día, no para entrar en beneficio, sino para poder pagar el precio de la caseta. No para pagar nuestros sueldos y salarios, y nuestras dietas, y nuestras horas de insomnio y el pantalón que ayer uno de los perros (sin querer acusar, fijo que o fue Auritxi o Lagus) destrozó en el jardín para llamar la atención y suplicar más presencia de los feriantes.

Las casetas de al lado vendieron entre cincuenta y sesenta ejemplares de novelas románticas y otras distracciones. Pero del mundo libre, perdón, del pensamiento libre de Thoreau, Sharp, Moro o Kropotkin solo un ejemplar. La gente no busca pensar, ni profundizar en los misterios de la vida ni soñar con un mundo mejor. Solo desea entretenimiento, y ahí, nuestros amigos competidores nos ganan por goleada. Pero no pasa nada, que diría aquel. Nosotros a lo nuestro. Todo sea por la causa.

Luego la tarde fue diferente. Empezó el aluvión de visitas inesperadas de familia y amigos y la cosa se ánimo, al menos anímicamente. Los amigos complacientes y compasivos compraron libros a mansalva, llenando nuestro espíritu de animó. Es verdad que una empresa no puede vivir de los amigos, que diría un buen gerente o un manager, como se llama ahora (si no puedes vivir del emprendimiento, vete a trabajar al Mercadona, me reprocha siempre un buen amigo). ¡Pero qué diablos! Jesús se rodeó de doce amigos y mira la que lió. O como decía la graciosa Bruja Avería: solo no puedes, con amigos, sí. Toda una lección de confraternidad.

Una de las amigas me secuestró y me llevó a tomar un refresco. Tiene un proyecto ecológico en una de las fincas más grandes de nuestro país. Toda una aventura de crear un entorno protegido que le lleva a cuestionarse lo complejo de estas empresas que tienen una gran carga ideológica, con dotes de esperanza y promesa para una nueva humanidad. Nos desahogamos de lo lindo por lo difícil que resulta emprender en el mundo rural, a veces tan anclado en creencias y supersticiones que vienen a decir que si vienes de fuera con ideas nuevas eres una bruja o un brujo que hay que lapidar o quemar en alguna simbólica hoguera. Sí, aún estamos así. Ella lo vive en el oeste salamantino y yo lo viví durante diez años en el rural gallego.

Nos dimos un sentido abrazo y nos despedimos con la promesa de que el mundo libre, perdón, del pensamiento libre, tiene que seguir avanzando y protegiendo la naturaleza y al propio ser humano de sí mismo. Una empresa compleja, pero necesaria para la supervivencia de todos.

Así que aquí estamos de nuevo, en la feria del libro de Madrid, en la caseta 217, suplicando para que vuelvan a caer aluviones de amistad y fraternidad para seguir adelante, diciéndolo sin pudor y sin ánimo de que nuestro añorado Calimero vuelva a las andadas. Con un compartir, un abrazo suficiente, por eso de que las horas de feriantes son largas y poco amenas, excepto cuando alguien inteligente se aproxima y te pregunta si tienes algún libro de algún librepensador quemado en alguna hoguera de antaño o justiciado por la barbaridad de la ignorancia. Como Juan, que venía todos los días a charlar, y a cada charla, se llevaba algún libro de alquimia antes de marcharse a Estrasburgo a dar clases de derecho. O la persona que acaba ahora mismo, mientras escribía estas letras, de llevarse la mejor edición del mundo de (con permiso de la francesa) de El misterio de las Catedrales, muy bien acompañada de un libro no apto para las masas de Dion Fortune. Entonces ahí uno disfruta de la charla, de ver que el mundo no está del todo perdido y de que algún día, lo romántico podrá convivir en armonía con el pensamiento crítico y la lectura espiritual que reclama meditación, estudio y servicio, o lo que es lo mismo, hacer de personas buenas, personas mejores.

Ayer con Lidia y Julieta que vinieron de muy lejos…

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