¿Más allá del cargador único?


Las mismas creencias que suponían hace algunas guerras que los judíos eran una amenaza para Europa y terminaron con la ejecución masiva de los mismos, son iguales a las creencias que ahora se imponen con respecto a los musulmanes, los latinos o los subsaharianos. Esas ideas tienen un componente común: son racistas, xenófobas y atentan contra cualquier dignidad humana.

Al igual que hace casi cien años, esas ideas se están volviendo a sembrar en nuestra sociedad. Primero como cosas anecdóticas, creyendo ingenuamente que el racismo era cosa de primitivos trogloditas rapados con botas a lo skinhead. La estética ha cambiado, y al igual que los racistas de antes cambiaron sus atuendos blancos por trajes y corbatas, los de ahora han cambiado tanto que ya se confunden entre lo que aparentemente nos parece normal. Y cuando se normaliza el racismo y sus defensores, hasta el punto de que terminamos votándolos, estamos empezando a sembrar en el mundo un nuevo cataclismo de impredecibles consecuencias. Lo estamos viendo en Gaza, genocidio al que miramos de lado, o contra el que no nos movilizamos porque unos terroristas empezaron con la atrocidad. O en Ucrania, sin ir tampoco más lejos.

Por eso ir a votar hoy es importante. Los mensajes que en las noticias nos dan se resumen al éxito de que en la comunidad europea hemos conseguido, como si eso tuviera algún mérito, cosas como el cargador único. Lo suyo sería que ese éxito común viniera acompañado de profundas políticas ecológicas, dado el estado mundial, pero digamos eso de que algo es algo. Más allá de lo anecdótico (y casi ridículo de la noticia), lo crucial es que durante este tiempo la comunidad europea (permitidme que utilice la palabra comunidad más allá de la oficial de “unión”) ha conseguido mantener en cierta paz a los pueblos que alberga. Es algo que se da por hecho, pero quizás sea lo más importante de sus logros.

Y hay una evidente posición política cuyos mensajes velados persiguen destruir esa paz en nombre de la seguridad y ese opio que se está colando sin casi darnos cuenta que empezamos a llamar “invasión”, sin pensar en ningún momento de los beneficios a largo plazo de la misma, y de toda esa riqueza de la que todos disfrutaremos si somos capaces de convivir en paz.

El llamado “odio más prolongado” no es el antisemitismo, que existe desde tiempos de Cristo. Antes del holocausto existió una propaganda que comenzó con palabras, pequeños gestos cotidianos e ideas. Surgieron estereotipos, imágenes grotescas, dibujos animados siniestros y una inevitable propagación gradual del odio. Pero hemos olvidado que el odio siempre se propaga indiferentemente hacia el «otro», no importa si es judío, musulmán o negro. Ese es el verdadero odio prolongado.

Hace unos días discutía enfadado con unos policías que se dedicaban a parar a los coches peligrosamente en una rotonda. El coche que venía detrás nos golpeó cuando nos pararon grotescamente. Enojado les dije a los policías que no podían retener el tráfico en un lugar tan peligroso, y uno de ellos contestó muy tranquilo: “nunca ha pasado nada”, a lo que yo le respondí: “nunca pasa nada hasta que pasa”. Algo así ocurrió en la Alemania nazi, y algo así puede llegar a ocurrir si nos dormimos en los laureles y dejamos que ese enjambre racista ahora simpático y divertido empieza a cuajar en nuestras sociedades y termina, cuando la fuerza se lo permita, cometiendo atrocidades.

Así que alerta. Que lo de los cargadores universales está muy bien, pero que no nos distraigan de lo esencial contándonos cuentos e insultando a nuestra aparentemente emancipada inteligencia. Lo esencial, tal y como está el patio, es no caer de nuevo en las atrocidades del siglo pasado. Y estamos muy distraídos. Votemos, y votemos con cuidado para no seguir alimentando a la bestia que ahora se esconde tras aparentes discursos homologados.

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