Canto a mí mismo


Hay algo en mí -no sé lo que es-, pero sé que está en mí. Walt Whitman, “Canto a mí mismo”.

Desde que tengo escritorio nuevo he cogido la buena costumbre de volver a trabajar en una mesa, y de paso, Geo, el amigo fiel, ha cogido la buena costumbre de dormir apacible bajo mis pies, de la misma forma y con la misma postura e intensidad que tenía cuando dormíamos juntos en la cabaña, allí en los bosques de aquel frío y húmedo norte, ahora tan añorados.

La mesa no es como aquella inmensa mesa de madera noble que Dragó me cedió con recelo cuando vivía en su zulito de Malasaña. Esta carece de espíritu y está fabricada en una de esas fábricas suecas que destilan maderas a granel. Pero al menos es el doble de grande que la que tenía, y gracias a la nueva configuración de este pequeño despacho, he podido terminar de llevar los libros de la editorial al garaje, emulando a los grandes, y he conseguido aglutinar mis libros personales en estanterías más finas y asequibles. Ahora me siento más seguro, pues al estar rodeado de poetas y soñadores, uno se siente más inspirado para la tarea de escritor, ahora tan abandonada, y de editor, ahora tan recuperada.

Ayer fue un gran día porque pude quedar en el Social Hub, un lugar descubierto frente al Palacio Real gracias a la compra extraña de un lector, con un amigo escritor que desea acompañarnos en la aventura senequista. Escondidos tras un refresco y un café pudimos compartir durante algunas horas las pinceladas de lo que sería nuestra nueva colaboración. Fue una conversación entrañable, compartiendo nuestros anhelos y bromeando sobre las cosas que nos pasan, que no son pocas, debidas a nuestras apuestas vitales. Aunque yo por mi vida aburguesada ya tengo poco que contar, él sentía la necesidad de exprimir cada segundo de conversación para extraer del compartir algo válido para nuestro futuro proyecto. La Editorial Séneca tiene un pasado romántico y tenaz que empezó en 1939, pero ahora aspira a tener un nuevo futuro. Y aunque hemos quedado en no desvelar del todo los misterios que crecerán alrededor de este renacer, me gusta compartir la idea de que, a partir de ahora, todo puede ocurrir, otra vez.

Como decía Whitman, hay algo en mí, como ocurre con todos los seres sintientes que además razonen y aspiren a cotejar con la realidad los enveres del espíritu de todas las cosas. En mí está el aliento, pero también la esperanza y el ideario. Si tuviera que aspirar más allá del diafragma, muchas cosas se remueven en silencio. Albergar una vida dentro, simbólica y realmente dentro, me ha cambiado la perspectiva de muchas cosas. Y aunque siempre dicen que no es elegante hablar de mujeres y de dinero, nadie dijo nada de si era o no era elegante soñar, o hablar de sueños, o de anhelos, o de eso que hay en “mí”. Y cuando digo “mí”, también digo “tú”, y el otro, y el de más allá, por muy negro o «mena» que sea.

En verdad, dar vida, o dar la oportunidad a una vida para que se desarrolle en valores de justicia, libertad, amor, fraternidad, tolerancia e igualdad, es algo que está en mí, pero también en nosotros. Por eso esta nueva etapa de “mi” vida, de mi pequeño «yo psicológico», tiene que ver con los anhelos, pero también con la esperanza. Solo debo encontrar la manera de conjugar ambos, los sustantivos con los verbos correctos, las entrañas del silencio con la realidad ruidosa de todos los días. Y de alguna manera, albergo la esperanza tenaz de que al expresarlo en voz alta, muchos de vosotros penséis de la misma manera, viendo pasar la vida, observando como poder conmover un minuto más dignificando cada segundo de existencia. Cada minuto cuenta. Incluso en la distendida charla de ayer, miraba a mi alrededor y pensaba eso de lo afortunado de estar vivo. Como si quisiera aferrarme al instante y sembrar en él un a por todas, o a por ello, o a disfrutar en el intento, o lo que fuera.

Supongo que estoy en esa edad en la que uno empieza a sentir el vértigo de la existencia, aquello que tanto atormentaba a los existencialistas ya maduros, y aquello que tanta incerteza provoca en los que alguna vez creyeron en un dios o en la vida eterna. Yo me aferro a mis creencias inamovibles, porque forman parte de mi silencio y anonimato. En todo caso, hay algo en mí, y hay algo en todo lo que pueda ocurrir de ahora en adelante. Algo que empujará, que se atreverá a mejorar, a desarrollarse y ejemplarizar los errores como algo inspirador y bello. Hay algo en mí, y algo en nosotros. Aprovechémoslo.

Deja un comentario