Nunca deseches a nadie


«Las personas, incluso más que las cosas, tienen que ser restauradas, renovadas, revividas, reclamadas y redimidas; nunca deseches a nadie». Audrey Hepburn

En la colonia para el nuevo mundo que fundamos en las tierras del norte, era fácil que se colara todo tipo de almas en pena, de hombres y mujeres perdidos, abandonados, desahuciados. Algunos resultaban insoportables, de carácter difícil, incluso peligrosos. Más de una noche la pasamos en vela cuando algún desconocido con formas extrañas entraba en nuestra abierta y generosa casa de acogida. Un lugar gratuito donde cualquiera podía ser acogido todos los días del año a cualquier hora del día.

Nosotros intentábamos, desde nuestros limitados medios, acoger a todo el mundo desde una curiosidad sagrada. Nuestro lema de acogida era que nunca sabíamos si acudiría a nuestra casa algún ángel, algún ser que tuviera algo que enseñarnos. Nos hicimos resilientes e intentábamos siempre buscar soluciones a situaciones complejas.

Realmente el mundo no estaba preparado para ese tipo de colonias para el nuevo mundo, y diez años después, nos dimos cuenta de que nosotros tampoco lo estábamos. Era un proyecto ambicioso, con pocos recursos y con ningún tipo de experiencia previa. Los pioneros se cansaban y terminaban abandonando el lugar y los más ilusionados fingían fuerza cuando solo quedaba debilidad y cansancio. Éramos combativos, pero ese combate constante desgastaba nuestras vidas.

Más allá de las quejas o los elogios, los aprendizajes fueron profundos. Uno de los más clarificadores fue aquel de mirar al otro como un ser humano, y no como una cosa. Buscábamos la manera de restaurar sus almas dolientes, de renovar sus energías frágiles, de revivir sus cuerpos cansados. Reclamábamos para ellas una oportunidad donde redimir sus vidas, y a veces, en contadas ocasiones, lo conseguíamos. Nunca desechamos a nadie y pocas veces tuvimos, excepto en situaciones de auténtico peligro por brotes psicóticos, tener que expulsar a nadie.

Hubo muchas salidas injustas, muchos enfados y muchos errores. Estábamos aprendiendo y a veces el dolor podía más que el amor. Nos dolía cuando alguien se marchaba enfadado o malherido. Nos dolía profundamente cuando no éramos capaces de generar confianza y cariño. A veces no teníamos el suficiente coraje para manejar las tensiones y las situaciones difíciles de manera productiva. No éramos capaces de transformar el conflicto ni de soportar la tensión del momento. Algunos se quejaban porque soportábamos lo insoportable sin necesidad alguna. Solo debíamos invitar a las personas conflictivas a que se marcharan, y pocas veces lo hacíamos.

Lo más difícil de todo era encontrar ese punto de equilibrio entre personas tan dispares. Especialmente, entre aquellos que tenían interés en el proyecto, y aquellos que demandaban y tenían necesidad del mismo. El verdadero conflicto surgía cuando la necesidad era mayor que el interés, y los abusos se volvían recurrentes.

Las colonias del nuevo mundo algún día volverán. Serán diseñadas a partir de los errores de pasadas experiencias y se perfeccionarán para acoger a todos aquellos que deseen experimentar unas nuevas coordenadas de vida y consciencia. Son necesarias y serán útiles para la formación de esa nueva consciencia que está por venir. En esas nuevas colonias se intentará no desechar a nadie, porque todos somos producto de un milagro que vive a veces circunstancias difíciles. Se intentará apoyar a los afligidos y se intentará vivir desde el asombro y la alegría de ser útiles a los otros. Acogerán sin prejuicios a todo tipo de diversidad, promoviendo la fuerza y la belleza de la misma. Será el amor, y no la guerra, lo que impere en ese nuevo mundo.

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