Las personas que desarrollan una sensibilidad espiritual (no todas las personas logramos desarrollarla) anhelan de alguna manera fórmulas para formar grupos en el plano mental o, dicho de otra manera, en el plano subjetivo de la existencia. Ese anhelo ha creado religiones y grupos espirituales de toda clase. La necesidad de identidad, aprobación y comprensión mutua hace que esos grupos se afiancen mediante la expresión de realidades diferentes.
A nivel inconsciente, de alguna manera, existe una afiliación por afinidad a ciertas fuerzas universales que se cohesionan con energías reguladas mediante la ley de correspondencia. Es decir, existe, más allá de los grupos exotéricos, unos grupos identitarios en los planos intangibles y subjetivos. Esta ley rige también en las culturas, las etnias o los países. Es lo que llaman el alma grupal, o la identidad grupal, ese ente, muchas veces irracional, que anima a los grupos de almas a identificarse con algo mayor.
La sensibilidad espiritual tiene muchas graduaciones. La exotérica, como decíamos, se relaciona con grupos o identidades mayores. Pero también hay una interior a la que se llega desde otros lugares no tan visibles ni necesariamente conscientes. Las almas se unen en torno a una especie de proyecto o misión, de propósito grupal que debe, consciente o inconscientemente, desarrollar ciertas tareas necesarias para el progreso del conjunto humano. Existe una organización, más allá de las organizaciones propias de nuestra vida común, que requiere de esa especial sensibilidad para dotarnos de herramientas necesarias y cumplir con ello con nuestra parte en el Plan, en la Gran Obra, o en el Propósito que los maestros conocen y sirven, según cada tradición.
Para que esto pueda desarrollarse, existe de alguna manera una atracción magnética que nos lleva por caminos complejos hasta la llama o el centro del corazón que nos anima. Como electrones alrededor del núcleo positivo de un átomo, ese refugio interno es conocido en algunas tradiciones como Ashrama. En la antigüedad, los ashrama eran como monasterios que funcionaban a la vez como lugares de retiro, hospedería o albergues, comunidad, escuela y dispensario público.
Cuando hace diez años intentamos crear un ashrama vestido de modernidad, en verdad hacía referencia a todos esos capítulos tan necesarios para la unión y contemplación de aquellos que, con cierta sensibilidad, buscaban refugio y reunión. Muchos lo encontraron. Muchos ahora lo anhelan.
Esos ashramas externos sirven y servían como referencia de los ashrama internos, esos centros magnéticos de fuerzas y energías cuyo propósito es encontrar una correcta línea de servicio a la humanidad. El propósito del Ashrama y el entrenamiento que imparte, es permitir a toda persona con sensibilidad espiritual a vivir realmente en cada uno de los planos que ha abierto en su consciencia. Ese entrenamiento sirve también como excusa de refugio, especialmente para aquellos que empiezan inevitablemente a erguirse por la trémula noche del alma y su travesía por el desierto. Cuando se adquiere cierta consciencia de responsabilidad y compromiso con esas energías, se habla de “conciencia ashrámica”, es decir, el refugio interno de toda alma sensible. Y esos refugios existen, interior y exteriormente. Esperando el momento de la oportunidad para seguir creciendo como seres y grupos de seres anhelantes.
