«¿Y por qué os preocupáis por el vestido? Observad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan, y aun así ni el mismo Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos». Jesús.
Pacientemente, las golondrinas primero eligieron la ciudad, más tarde la calle y, por último, por alguna razón que nunca conoceremos, terminaron haciendo pacientemente un hermoso nido de barro en nuestra casa. Observábamos el tesón y la profesionalidad de la asustadiza pareja, que a pesar de que todos los días nos topábamos con ellas, desconfiaban de nuestra presencia. Día tras día iban colocando pequeñas motas de barro una tras otra, en filas semicirculares, concluyendo pacientes en un nido perfecto donde acoger la futura prole. Mientras hacían el nido, se las veía hacer el amor en los cables de la calle. Una vez terminada la morada, en cuestión de poco tiempo, tuvieron la primera puesta y nacieron los primeros cinco golondrinos. Cuando nos quisimos dar cuenta, esas cinco nuevas vidas empezaron a revolotear por la finca, aprendiendo las técnicas primarias de supervivencia, a hacer giros en el aire, a lanzarse al vacío y buscar comida. Al poco tiempo, una vez maduras las primeras cinco, llegó una segunda puesta, esta vez de tres polluelos. Y ahora que todos están criados, se las ve ir y venir, como buscando el mejor sitio para cuando les toque el año que viene ser ellas las precursores de la Vida. Y así generación tras generación hasta el final de los tiempos.
Es ley de vida que, para poder tener prole, hay que tener nido, un nido material y un nido espiritual. Fue lo primero que pensamos antes de ponernos manos a la obra con la difícil tarea de concebir. Ante los primeros abortos de repetición, decidimos que estar viviendo una vida bucólica en una cabaña en mitad de un perdido bosque, en las montañas, quizás no fuera lo mejor. Dadas las circunstancias y los adversos acontecimientos circundantes, volamos un poco más al sur, buscando tierras más cálidas, y buscamos un nido más confortable. Tras cinco intentos fallidos y cierta desesperación, el sexto cuajó con fuerza.
La gestación es algo lenta. Dura unas 40 semanas. Un tiempo largo en el que hemos tenido tiempo de pasar del miedo y la desconfianza más absoluta hasta cierta ilusión y esperanza al ver que de momento todo va bien. Al pasar el ecuador de las veinte semanas hace justo unos días, los ánimos nos hacen pensar ya en las diez mil cosas que un niño necesita para llegar al mundo civilizado. La cuna, el carrito, la ropita, los pañales… La civilización se ha llenado de necesidades para que el bebé no pierda el calor imprescindible para la vida. En estos días, la preparación del nido material se hace imprescindible.
Desde hace unos días el niño no para de moverse en el vientre materno. No parece que vaya a salir al padre, de carácter tranquilo y pausado, sino más bien a la madre, más nerviosa e inquieta. Aún no sabemos si físicamente tendrá reve mantequillero o será un bienichito, pero todos los días nos interrogamos sobre lo complejo que debe ser educar a un hijo, y de lo difícil que debe ser influenciar en su vida para que sea una persona de bien, justa, sincera, amable, alegre, con valores y una esencia bella.
Viendo las cosas que ocurren ahí fuera y los valores que esta sociedad suele inculcarnos, nos acordamos en demasía de la vida bucólica y salvaje que vivíamos en las montañas, algo aislados de ese a veces oscuro mundo materialista. Es evidente que allí donde naces y donde te crías, te influye poderosamente. Si naces en una sociedad racista, machista, xenófoba, egoísta, competitiva, y los que te rodean comparten esos valores, hay muchas probabilidades de que la nueva criatura obedezca a esa identidad grupal. ¿Cómo educarla en los valores del espíritu libre, en los valores del apoyo mutuo, la cooperación, el amor al prójimo, el respeto a los demás, la fraternidad, la igualdad, la libertad y la consciencia, en un entorno tan hostil?
Preparar el nido no es solo volcar las fuerzas en los aspectos materiales de la vida. También hay que hacer un gran esfuerzo para que las ideas y los valores sean hermosos y elegantes, y no un coctel peligroso de ideas rancias y violentas. En esas andamos, interiormente, preparándonos para mostrar lo mejor, y para guiar todo lo que podamos a ese nuevo ser que pronto se precipitará a este mundo, a esta familia, a este entorno. Y así generación tras generación hasta el final de los tiempos, transmitiendo la sangre de los antepasados a las futuras generaciones, mejorando en cada propuesta, todo lo que se pueda. En definitiva, cumpliendo con nuestra parte en el misterioso ciclo de la vida.
