Los ángeles de Paiporta


 

“Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre. No caigas en el peor de los errores: el silencio”. Walt Whitman

 

A finales de los años ochenta, los ángeles de Paiporta trajeron al mundo mensajes apocalípticos sobre un futuro incierto. De todas las predicciones que hicieron, prácticamente no acertaron en nada. Pero nadie supo ver en aquel momento que quizás del apocalipsis del que hablaban esos supuestos ángeles es del que se avecinaría años más tarde sobre esa ciudad.

Y nadie imaginó, viendo las imágenes de estos días en las que muchos nos hemos quedado mudos ante la impotencia, de que los verdaderos ángeles irían en masa a socorrer a la población desarmada, desconsolada y abatida. Las colas de voluntarios que desde todas partes del país e incluso de fuera han ido a socorrer tal catástrofe ha sido digno de elogiar. A aquellos que, por los motivos que fueran, no han podido ir hasta allí, pero han movilizado recursos y dinero para apoyar al pueblo devastado, también es digno de elogio.

En los primeros días de la catástrofe podíamos ver aquí en Madrid en los supermercados a voluntarios que llenaban los carros de cosas que pudieran ser útiles allí. Palas, comida, enseres. Uno nunca sabe lo que se va a encontrar. O ver salir al vecino, de profesión bombero, marcharse como voluntario para socorrer en las condiciones que fueran todo lo que desde allí pudiera ser útil. Si esta terrible Dana ha dejado un claro mensaje es ese que clama «que el pueblo salva al pueblo». Algo imborrable en la memoria de los que dan y de los que reciben.

Las imágenes no paran de llegar. De las cosas buenas, de aquello que nos hace humanos ante la adversidad, y también de aquellos que pretenden aprovecharse de situaciones límite. A estos nos les daremos espacio, tampoco a los políticos, incapaces de resolver sus diferencias incluso en los momentos más difíciles.

Recuerdo cuando hace cinco años se nos inundó completamente la casa gallega, una familia valenciana con una hija de nueve años decidió quedarse en pleno invierno para ayudarnos. Maia, la niña, no hacía más que animarnos con su sonrisa angelical y sus deseos de vernos tirar hacia adelante ante aquella completa tragedia. Recuerdo que cocinábamos en la intemperie del patio llenos de agua por todas partes, con botas lo suficientemente altas para poder aguantar el frío y la humedad. Si no hubiera sido por la alegría de aquella niña, por su fortaleza y ejemplo, hubiéramos terminado abatidos.

Aquella fue una de las experiencias más difíciles que pasamos en aquella ruina del norte, por eso de alguna manera puedo empatizar con todo lo que ahora está ocurriendo. Pero no es suficiente con empatizar, hay que echar una mano, ya sea con una pala en mano o con recursos o con lo que sea. La desgracia que estamos viviendo en estos días es posible que se repita en los próximos años con dureza. Y necesitamos seguir ampliando nuestra visión hacia el mundo angélico, hacia la solidaridad, los valores que nos mueven, el amor que nos llena de humanidad y compromiso con los otros.

Los que aún seguimos mudos por lo ocurrido, reaccionemos de una vez y apoyemos como bien podamos. No seamos solo espectadores del horror, sino también motivo de esperanza para los otros que lo han perdido todo.

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