¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió esta creación por primera vez? Quizás fue creada o quizás no. El que vigila desde el cielo más alto, Él seguramente lo sabe. O quizás no lo sabe”. Rigveda, 10:129, 6-71
La idea ha sido expresada por algunos autores como la condición donde el buscador sincero es consciente de la «nube de cosas cognoscibles”. La nube no se ha precipitado suficientemente para que el agua descienda de las alturas al plano físico, o para que las «cosas cognoscibles” sean conocidas por el cerebro físico. Se percibe la nube como resultado de una intensa concentración y del aquietamiento de las modificaciones inferiores; pero hasta que el ser esencial no asuma el control, el conocimiento del alma no puede afluir al cerebro físico por medio del sexto sentido, la mente.
James Joyce también tenía algo que decir al respecto: «¡Bienvenida, oh vida! Voy a encontrarme por milésima vez con la realidad de la experiencia y a forjar en el yunque de mi alma la todavía no creada consciencia de mi raza».
Lo cierto es que el alumbramiento de la consciencia debe ser algo similar al alumbramiento de una vida. Viene de la oscuridad, y va hacia la luz, teniendo en cuenta que eso que llamamos luz no deja de ser una ilusión de un espectro de percepción. Podríamos pensar que la luz, pudiera ser algo cegador, algo que nos ayuda a percibir ciertas cosas, pero no todas las cosas que ocurren en la nube de lo cognoscible.
¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió esta creación por primera vez? Quizás nadie lo sabe, ni siquiera aquellos o Aquello que nos creó. Quizás nunca encontremos respuestas, ni siquiera cuando la luz se apague en esa tragedia humana que llamamos tránsito. Quizás ni siquiera sea un tránsito, sino más bien un apagón definitivo. ¿Sobrevivirá algún tipo de alma, de átomo simiente? Nadie lo sabe. Ni siquiera el que vigila desde el cielo más alto.
Nuestra raza humana aún carece de consciencia. Sí quizás algunos individuos aislados que trabajan para acelerar el proceso consciencial y evolutivo. Pero como raza, como humanidad, seguimos peleando, asesinando, guerreando, viviendo vidas egoístas y aisladas y eliminando sutilmente la Vida en todas sus manifestaciones. Somos una raza depredadora, invasora y en cierta manera, somos una plaga sangrienta. La nube de las cosas cognoscibles aún no ha dilatado nuestras membranas sensibles.
«La nube de cosas cognoscibles» aparece como contraparte a «la nube del no-saber». Mientras que una representa el estado de no-conocimiento necesario para abrirse a la experiencia interior mediante la contemplación, «la nube de cosas cognoscibles» alude al conocimiento intelectual que puede adquirirse sobre el mundo interior y el mundo exterior a través del pensamiento y el razonamiento.
Estamos trabajando en la editorial por un lado en una nueva edición del texto medieval anónimo de un monje inglés del siglo XIV, y por otro, en un proyecto relacionado con Thomas Keating. Este sacerdote y místico moderno tomó muchas ideas de La nube del no-saber para desarrollar su método de Centering Prayer. Keating subraya, como el autor medieval, la necesidad de soltar los pensamientos para permitir que surja una conexión directa con lo Absoluto. Otros autores, quizás más intelectuales, subrayan la necesidad del conocimiento para poder guiar esa devoción mística. Otros, los menos, integran ambos caminos, el del corazón y el de la cabeza, para pasar a la acción de forma amorosa y sabia.
