La gran luz


El día de mi cumpleaños atrapados en la gran ciudad

En la vida, como en el lenguaje, hay palabras, giros, modismos, epítetos y figuras de dicción tan privativos como los secretos íntimos de la expresión simbólica. Comunicar es compartir, y después de tantos meses sin hacerlo, el gran apagón me recordó la necesidad de aportar una gran luz al mundo. Como siempre, seguimos enredando. O más bien tejiendo. Más que enmarañar, estamos tejiendo futuros y lugares de encuentro en una vida ahora tranquila, familiar y llena de rutina y trabajo, pero no por ello menos excepcional.

El día de mi cumpleaños quisimos improvisar un viaje a la tierra que me vio nacer, pero a la altura de Madrid, donde paramos para hacer unos recados, algo nos dijo que volviéramos a casa. Decidimos hacer los recados y volver, pero de repente se apagaron los semáforos y la gente empezó a salir de los túneles, de las cuevas, de la oscuridad en la que habitaba para disfrutar de la luz del día. Algunos se mostraron solidarios ante el gran apagón y otros irracionales y violentos. Varias veces golpearon nuestro coche. La gran ciudad se volvió un hervidero peligroso y decidimos volver a casa sin celebrar el cumpleaños ante la incertidumbre desatada. Callejeamos y volvimos por carreteras secundarias casi tras cuatro horas atrapados en las carreteras de la ciudad.

Ante la falta de luz, decidimos dar un paseo por el pueblo y eso se convirtió en una auténtica fiesta. Si en la ciudad estaban todos desesperados, aquí parecía todo un aluvión de alegría, de gente en las calles, unos hablando con otros, los niños jugando en las plazas, la primavera exuberante. Lejos de las telepantallas, el gran hermano había perdido la partida a favor de la hermandad y el cobijo humano, el compartir y la alegría ante la incertidumbre. Por un día, la gente de los pueblos se sentía feliz por la desconexión virtual y la conexión a lo real.

Hoy parece que la vida vuelve a su rutina. La nuestra es como casi siempre. Disfrutando de la paternidad como acontecimiento excepcional y único, acompañado de nuestro tradicional café de los viernes en la tetería El Fassi para celebrar la semana y nuestros churros con chocolate de los domingos, a veces en Navas, donde fuimos andando la última vez con dos de nuestros amores, o en Valdemorillo, para disfrutar de un lugar diferente no muy lejos de aquí.

En lo extraordinario, el comienzo de la obra del almacén y las futuras oficinas de la editorial y la fundación. Un seguro futuro lugar de encuentro que no sabemos si vamos a poder continuar por la falta de financiación y la complejidad de este tiempo. Haremos lo que podamos, y el que hace lo que puede, como dice la amiga Dolores, no está obligado a más. Quizás me toque subirme de nuevo a los tejados. Veremos cual es nuestra capacidad actual para generar recursos extraordinarios y terminar la obra.

También seguimos trabajando a fondo con la editorial y sacando novedades mensuales que rozan lo milagroso. Ante la imposibilidad y la oportunidad de comprar un reconocido sello editorial con el que llevábamos meses negociando (ay la falta de cash), quizás resucitemos el antiguo sello editorial Phylira, una idea que surgió cuando vivía en Alemania y que nos dio algo de dinero extra para la reconstrucción de O Couso. Proyecto, por cierto, de nuevo en venta por indisponibilidad de los nuevos propietarios. Ay si yo fuera rico, cuántas cosas crearía.

Pues eso, el gran apagón nos recordó de nuevo la urgencia del vivir, y por qué no decirlo, la urgencia de compartir vida. Intentaré buscar algún hueco entre risas y emociones para compartir en este pequeño rincón utópico. Porque, de alguna manera, este gran apagón nos ha recordado la urgencia de compartir la vida, la consciencia y el amor. También la utopía.

 

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