Ars longa, vita brevis


Estaba haciendo la última corrección de un libro que llevaba ya años traducido por nosotros, pero que aguardaba en el cajón desastre la oportunidad para ser editado, cuando me encontré, en la página 18, primer párrafo, octava línea, con esta sentencia de Hipócrates, reseñada por el estudioso jesuita Irénée Hausherr, en su culta introducción al libro de próxima aparición “Diálogos sobre el alma”, de Juan el Solitario.

Siempre que se asoma para ver la lista que tengo en el escritorio sobre próximos libros a editar, me regaña cortésmente, casi con cierta condescendencia e indulgencia, en su mirada. “Ninguno de esos libros es comercial ni nos dará de comer”, y no solo de espíritu vive el hombre. La verdad es que tiene toda la razón. Un negocio, el que sea, no puede sostenerse mucho tiempo solo de los vaivenes de la pasión, por muy noble que la pasión sea. Hay una cuenta de resultados, un debe y un haber, una postproducción marcada por los números a final de mes. Eso para un poeta es insoportable, y para un místico, tormentoso. Y esa es la cuestión, ¿qué es más noble para el corazón? El Ser o no ser de toda existencia.

Aunque esta edición en español sea única, a Juan el Solitario no lo va a leer nadie. Al menos nadie de esta época de reguetón y de dudosa inteligencia. Lo culto no interesa, y cuando lees un par de frases en griego bajo una sospechosa traducción de un siriaco ya perdido, la cosa se complica. Plagiando al jesuita, podemos decir sin intervención ninguna de IA que valga, que Juan el Solitario despliega su espíritu de observación en los tres estadios de la vida espiritual. Pero la vida espiritual, que ahora se ha vuelto egoísta y por lo tanto, falta de espíritu, (vaya paradoja para este tiempo), se ha vuelto completamente invisible, ausente, desdeñada por el consumo y lo materialista. Ya nadie recae, quizás por ensimismamiento o perpetua ofuscación, en que el misterio de la muerte, y por lo tanto, de la vida, sigue estando ahí. Lo misterioso nos acecha, inevitablemente, aunque no queramos verlo. Y es el misterio, y en definitiva, el miedo a la muerte, lo que nos hace espirituales, y de paso, amables, amorosos y respetuosos con la vida plena.

De igual manera que te miran raro por editar cosas raras y hablar de cosas raras, si te ven escuchando sonatas o rapsodias de otros tiempos la cosa se complica (lo escribo mientras suena el Nocturno para piano Op. 9, el más famoso, el número 2, en mi bemol mayor, de Chopin, un clásico para los clásicos que escribió con la friolera de veinte años, tomen nota los del reguetón). La música, y por lo tanto la denigración del espíritu, también son productos mermados por la cronología descendente de nuestra civilización. Alguien le diría alguna vez a Chopin, un veinteañero de la época: «esa sonata no es comercial». Pero ahí está, eterna y universal, como el misterio. El conocimiento es largo de aprender, y la vida muy corta. «Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile”, o lo que es lo mismo, para aquellos que nos quedamos en la triste efepé básica: la doctrina es larga; la vida, breve; la ocasión, fugaz; la experiencia, insegura; el juicio, difícil… Por lo tanto, ¿por qué no hacer cosas inmortales?

Nos vamos a morir igual, que diría el otro, algo más campechano, así que mi lista de ediciones para los próximos meses seguirá siendo culta, espiritual, activista, y lejos de nuestro tiempo. Lo demás, como dijo el mesías, ya vendrá por añadidura. ¿Quién de nosotros, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? Que se lo digan a los lirios del campo.

2 respuestas a «Ars longa, vita brevis»

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