«Soy un idiota, pero también un príncipe», Dostoyevski
El niño muestra mucho interés por los libros. Con casi seis meses, su curiosidad excede a sus formas, tamaños y colores. Hoy lo sostenía mientras le enseñaba la colorida estampa de algunos clásicos precedidos por Dostoyevski, Stendhal o Boccaccio. Los miraba con curiosidad mientras intentaba morderlos para entender mejor su prosa o, en todo caso, su sabor intelectual. Yo lo miraba con cierta pena, porque todos estos libros quedarán aquí, olvidados en las estanterías, esperando que alguna IA pueda resumirlos si alguien siente curiosidad por sus palabras. De alguna manera, estamos en la brecha en la que el linaje intelectual, la lucidez y la moral de nuestra civilización se tambalea profundamente. Una civilización que se queda poco a poco sin “aliento”.
A veces me preguntan por qué me siguen gustando los rituales, los mitos y los símbolos que rodean a los mismos. Tiene que ver con esa urgencia de ver pervivir lo añejo en los tiempos modernos, como si en esos oscuros lugares teñidos de simbología arcaica hubiera un reguero de luz que aguarda ser rescatada y resguardada de entre tanta oscuridad. El fuego cósmico se refugia entre esas bambalinas. En el fondo es una mueca inteligente dentro de un curioso escenario. Los burros sostienen el tesoro, de igual manera que el Cristo atravesó la ciudad santa subido en los lomos del rucio. Nadie apostaría en aquel entonces que ese borrico, mitad burla, mitad broma, sería recordado dos mil años después. Ocurre lo mismo con el ritual y con el símbolo. Encierran dentro de sí un conocimiento arcaico solo descifrado por los que saben leer más allá de las formas. La luz, tras la oscuridad.
Pero el linaje intelectual que se hereda gracias al ritual no es suficiente. Requiere de ese egregor capaz de transformar al individuo en algo mayor. La expansión de consciencia que oportunamente se sufre al ser iniciado en los augustos misterios, debe inevitablemente despertar en nosotros una mayor visión hacia lo que está por encima de lo meramente mental. Técnica y torpemente lo llamamos espíritu, palabra que proviene del latín «spiritus», que a su vez deriva del verbo «spirare», que significa «soplar» o «respirar». En latín, «spiritus» originalmente se refería al «aliento». Es difícil traducir realmente lo que eso significa, pero tiene que ver con el halo de vida que nos recorre y se respira, y que, por lo tanto, está por encima del mero razonamiento y de la mera intelectualidad. El aliento es la energía que nos anima, hilozoísticamente hablando, al mismo tiempo que nos une al resto de la existencia. Es la consciencia lo que hace que ese aliento, esa energía, esa Vida, se manifieste con mayor o menor intensidad, con mayor fuerza. Que la Fuerza te acompañe no era una simple frase.
Digamos que el linaje intelectual es una palanca que nos empuja hacia esferas más profundas o, por el contrario, si no es motivado por una causa mayor, nos impide ver. El intelectual que no es capaz de conectar su base pituitaria con su corazón, es incapaz de proveer de espíritu a su vida. Se vuelve egoísta y frío, y por lo tanto, alejado de eso que llamamos humanidad. Son seres sin aliento, sin vida. Igual ocurre con aquellos frágiles pusilánimes que se dejan arrastrar por los avatares del corazón sin sufrir los atropellos de una mente lúcida. Solo en la unión del corazón y el intelecto puede forjarse el fuelle que nos da aliento, espíritu, poder y fuerza para penetrar en una visión mayor. Y esa visión, que no es más que ensanchar nuestra Vida con eso que torpemente llamamos Amor, requiere de sacrificio.
Esa visión-amor-fuerza (sabiduría, amor y voluntad para los más huesudos) solo tiene como respuesta un mayor grado de responsabilidad y sumisión a las leyes que se descubren más allá del libre albedrío y más allá de lo aparente. Leyes que no existían en el mundo de la ignorancia y que, sin embargo, dotan al ser moral iluminado ahora por el aliento, de mayor compromiso y adeudo para con la Vida.
La alquimia es compleja, pero tiene su lógica. El anhelo del corazón aviva la luz de la mente. Esa luz, mezclada con el anhelo del corazón, crea el aliento y nos acerca a la Fuerza. El aliento ensancha nuestras vidas y encarna el Amor. El Amor fulmina mediante el sacrificio toda la lacra y la ceniza sobrante, creando recipientes puros para albergar aquello que a todos nos une. Aquello que algunos olvidan, creando egoísmo, división y soledad. El paso para cesar las guerras es simplemente tomar consciencia de nuestro aliento. Respirar y conspirar juntos. Devolver al ser humano la humanidad consciente. Fortalecer el linaje que nos une, la mística que a todos nos abraza.
Mañana traeré al niño de nuevo junto a la biblioteca. Le susurraré estas cosas mientras su consciencia, aún prístina, saboree las texturas de un Dante, de un Platón o de un Goethe. Y será siempre en susurro, para que él pueda elegir libremente su propio linaje. El egregor de la fraternidad del espíritu libre será su guía y su fortaleza. Que sean sus manos, y no las mías, las que moldeen su propio linaje. Yo solo le mostraré el agua y la tierra para que él mismo cree sus propios barros. Sí, soy un idiota, pero también un príncipe. Luz, más luz.

Gracias siempre amigo, por compartir luz y esperanza en la humanidad. Que ese niño que es Luz, siga siendo la estrella que te guía. Que el Amor, la Belleza, lo Sublime siempre te abrace, T A F, Jessica
*Jessica *
*»La creatividad es t**ambién una forma de ser y de servir» j.c·c.*
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Estimada Jessica, gracias de corazón por tus sentidas palabras. El mundo está necesitado de luz, y hay que ir a buscarla a cualquier fuente, no importa cuánto nos sacie su agua. En lo pequeño cotidiano también. un abrazo grande y sentido
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