Cultura híbrida. Desde la hoja del árbol hasta la piedra del río. Posicionarse entre las fuerzas involutivas o las evolutivas del ser humano


Para que una cultura o un pueblo prospere, tiene que existir elementos indispensables como la cortesía, la amabilidad, la acogida, el apoyo mutuo, la cooperación y la generosidad. Eso acompaña a las fuerzas evolutivas de cualquier lugar, prosperando todos juntos en armonía y felicidad. En cambio, las fuerzas involutivas nos llevan hasta lo grosero, la insolidaridad, el egoísmo, el insulto.

Como hijo de emigrantes y, a su vez, emigrante yo mismo en tantos lugares, he podido experimentar ambos polos de la vida. Lo evolutivo y lo involutivo. En algunos lugares he sido amado y respetado y en otros he vivido en mis carnes la dureza del rechazo, la desconfianza y el insulto. Hasta no hace mucho, en uno de esos lugares, nos tiraban piedras y rompían los cristales de nuestros hogares y coches solo por ser los raritos. Y en otros, paseas y es todo amabilidad y concordia, más allá del chisme o el cotilleo que tanto enriquece a los lugares pequeños.

Desde la hoja del árbol hasta la piedra del río debería existir en todo lugar esa paz que hace merecedora la vida. Que los vecinos se lleven bien, más allá de su origen o identidad, debería ser la regla perpetua para una humanidad próspera. Cuando vemos las guerras motivadas por la diferencia, la cual termina inevitablemente en genocidio por ese afán humano de aniquilar al diferente, uno entra en una especie de pesimismo en cuanto a la raza humana.

La hoja que cae del árbol vive una existencia transitoria, ligera y efímera. Representa todo aquello que cambia y se transforma. La piedra del río es ejemplo de lo constante, lo que permanece a pesar de los avatares y las fuerzas inestables de la naturaleza. En la convivencia ocurre lo mismo, debemos ser flexibles y ligeros al mismo tiempo que sólidos. Saber que todo es transitorio al mismo tiempo que navegamos sólidamente por los ríos de la vida.

En el último lugar en el que estuvimos viviendo nos fuimos porque nadie comprendió la riqueza del otro, del diferente. No hacíamos daño por no comer carne, pero para ellos era un síntoma que hacía peligrar su identidad. Recordamos con cierta tristeza el que tuviéramos que abandonar aquel paraíso solo porque no éramos bienvenidos allí. Y de igual manera, alzamos la mirada y nos negamos a mirar para otro lado cuando vemos como esa fuerza involutiva se transforma, a otra escala, en guerras y genocidios, como el que ocurrió en Europa hasta no hace mucho y como el que ocurre ahora en otros lugares del mundo.

Si alzamos la mirada y nos mostramos amables con el otro, sin importar si es extranjero, si tiene o no papeles, si es blanco o negro, si es católico y apostólico o sufí musulmán, habremos añadido un grado a la inevitable evolución humana. Si en cambio nos basamos en la creencia de que hay que expulsar a ocho millones de habitantes, de conciudadanos, de vecinos de nuestras calles y pueblos simplemente porque no son “de los nuestros”, entonces estamos añadiendo energía a las fuerzas involutivas del mundo. A esas que nos llevan a las guerras, las hambrunas y los genocidios.

En el futuro no existirá la pureza de raza, ni de cultura, ni de religión, ni de creencias de ningún tipo. Existirá un mundo híbrido, de culturas híbridas, donde todos seremos seres humanos amables y respetuosos con el otro. Todos seremos Uno en la inevitable unidad de la raza humana.

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