Algo habrá que hacer


Admito que, a nivel profundo, la humanidad está pasando por una etapa muy oscura. Entendiendo como oscura la falta de contacto profundo con el alma, la consciencia o la ética superior, llámese como quiera. Aunque escuche su rumor lejano y sus chasquidos en las meditaciones, en las alabanzas de unos pocos y en los gestos de los menos, la humanidad sufre. Quizás porque sean chasquidos leves, atrapados en la luz diurna que va más allá de lo tangible. De ahí que la fuente de impresión que proviene de las altas esferas que alguna vez se sembraron en nosotros, sea más bien un pequeño reguero tibio, una forma de estar atentos a esta oscuridad, para que no termine invadiendo todo el espectro de la vida y acabe todo de forma catastrófica.

A nivel personal veo el panorama y siento desolación. Admito que las fuerzas de ese guerrero que alguna vez fui están menguando. Miro las guerras y los genocidios diarios y me desvanezco en esa oscuridad.  A veces quiero pensar que no me lo estoy tomando como una etapa oscura, sino más bien como una etapa de descanso, necesario para restablecer la fuerza y la energía necesarias para completar el magnetismo suficiente para seguir adelante como alma que se manifiesta en el plano tangible y que de alguna forma busca la paz, el bienestar, la salud para todos. De ahí que mi modo de actuar es más bien como un vigía, para no atravesar la delicada y delgada línea roja que nos separa del sueño profundo y de la consecuente aniquilación como servidores activos. Así que mi reconocimiento espiritual se basa básicamente en ese «estar atento» para que cuando la luz llegue, pueda atravesar todas las esferas necesarias, y así no convertirme en un autómata que ve pasar la vida sin ser un agente activo de la misma. Es tiempo de recogimiento espiritual, de descanso y de reposo necesario, cosa harto paradójica cuando ves como todo se derrumba a tu alrededor.

Aún guardo como un tesoro la recapitulación vespertina, y al hacerlo, me fijo especialmente en que mis cuerpos estén descansados, para que, por decirlo de alguna manera, se preparen para la próxima oportunidad de servicio. En esa recapitulación, tengo muy presentes los acontecimientos mundiales, y especialmente lo concerniente a las guerras y genocidios que de nuevo estamos viviendo en nuestra humanidad. En ese sentido, siento cierta distancia con lo que ocurre, abrazada por la ingenuidad, la rabia y la desesperanza de pensar que el Plan para nuestra especie, de existir, va lento, la humanidad va lenta y todo es aún excesivamente primitivo. Hay una urgencia tremenda, pero veo que no se puede asaltar al cielo de forma inmediata, sino que aún faltan miles de años para que el ser humano avance en términos de humanidad, sensibilidad y búsqueda del bien supremo. Las almas consagradas hacen lo que pueden, como pueden. Pero hay mucha urgencia que atender a todos los niveles.

Se me hace extraño hablar de paz en un mundo en continua guerra. Hoy me escribía Diana desde Atlanta por si quería colaborar en la edición de un libro que de alguna manera denuncia el genocidio en Gaza. Una de mis aficiones ocultas es mirar en el mapa dónde está o dónde vive la gente que me escribe. Me imaginaba viajando a Atlanta para visitar esa editorial activista con la que a veces colaboramos. Me imaginaba mirando hacia el suelo, con cierta desesperanza, pensando si editar un libro que agitara a unas cuantas consciencias humanas serviría para algo. Al volver con mi escoba mágica a esta parte del mundo, pensaba igualmente si merecía la pena seguir editando libros que agiten el espíritu humano. Un espíritu agotado, oscuro, cansado, egoísta, insensible, caníbal, destructivo.

Es una sensación extraña. De cansancio, impotencia, desidia. Es evidente que no podemos permitirnos el lujo de tirar la toalla. No podemos permitirnos el lujo de seguir aceptando el error, la injusticia, las guerras. Sé que no basta con cuidar nuestra pequeña parcela y que debemos aspirar a colaborar con algo más extenso, más grande, al menos hasta crear la masa suficiente para que algo cambie. Es evidente que no podemos mirar hacia otro lado, egoístamente, como si no pasara nada. Algún tipo de poder debemos ejercer, aunque sea mínimo, para inclinar la balanza hacia la paz, la justicia, la armonía, el bienestar, la fraternidad humana. No sé, algo tendremos que hacer, aunque sea hablar con Diana, aceptar la oferta y editar ese libro, cueste lo que cueste. Algo habrá que hacer para seguir agitando la consciencia humana hasta que despierte a una nueva aurora, a una nueva clara luz.  Sí, es cierto que necesito unos días de descanso en Panticosa, pero también me marcharía a Atlanta para agitar consciencias, y a Palestina, y a Gaza, y a Kiev.

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