Markon es nuestro asistente de limpieza. Aún es un robot muy limitado, pero nos facilita la vida, sobre todo, si convives con cuatro perros peludos y jardín, donde es habitual, en días de lluvia o riego, entrar a casa con los pies sucios. Sin duda, es un pequeño avance de nuestros tiempos modernos, después de que hasta no hace mucho inventamos el frigorífico, la lavadora, luego el lavavajillas, y el microondas, y algunas cosas más que aparentemente facilitaron nuestras vidas.
Otro avance importante ha sido incorporar a nuestra movilidad un coche eléctrico. Es silencioso, lo conectamos a nuestras placas solares y con eso evitamos contaminar y gastar dinero en gasolina. El ahorro mensual es muy considerable. Es todo un avance que nos permita ahorrar algo para así poder ir una vez a la semana a desayunar al Fassi, o hacer una escapada a cualquier parte, aunque sea para disimular esa necesidad de libertad aparente que a veces el ser humano necesita. Sabemos interiormente que algún día iremos a pasar unos días a Panticosa con nuestro bonito coche. Solo tenemos que ahorrar un poquito y esperar el mejor momento. El misterio de la logística es impresionante. Ayer se nos estropeó nuestro viejo exprimidor de zumo y hoy, tan solo un día después, ya nos había llegado uno nuevo. Qué hermosos los avances de nuestra era.
Otro invento poderoso ha sido el desprendernos de la cartera. Parecerá una tontería, pero para muchos ha sido una liberación. Ya no tienes que ir a los grandes almacenes a comprarte la última cartera de moda, ni pensar en eso de que te dejaste la cartera en casa o de que te la robaron. Ahora todo está en el móvil o en esos sofisticados relojes llamados ahora smartwatches. El monedero, las tarjetas, incluso el DNI o el carné de conducir. Todo es digital, así que nuestros bolsillos tienen más espacio para ser felices.
En esta era material aparentemente perfecta, existe otro tiempo y otro espacio que parece surgir de una galaxia muy, muy lejana. Yasmin duerme con lo que queda de su familia bajo la temblorosa sombra de un plástico arrugado. Intenta dormir todo lo que puede porque, al hacerlo, en la tierra árida, no gasta energía. Se despierta cuando alguna bomba cae cerca de su campamento, o cuando cae del cielo algo de comida. Hay una piedra cerca de ella que hace las veces de juguete y compañía. A veces tiene la oportunidad de beber algo de agua, y busca un lugar poco concurrido para desprenderse de sus pobres y cada vez más escasas heces. La piedra siempre ayuda.
No tiene carné, ni documentación, ni nada que se le parezca, así que no necesita una cartera o un móvil donde guardar sus cosas. Tampoco tiene dinero, no sabe cuándo fue la última vez que ese ridículo metal le fue útil en un mundo sin dinero. Sus pertenencias se reducen a unos sucios harapos y su piedra. Su movilidad es a pie cuando tiene algo de fuerzas, y solo la utiliza para huir de las bombas o los francotiradores. Su concepto de libertad ha desaparecido. No sabe siquiera si eso existe, existió o existirá algún día. No necesita asistente de limpieza porque su trozo de plástico arrugado no requiere grandes cuidados. Ante sí no hay futuro, ni esperanza. Morirá, si no por una bomba, por hambre o por la amargura del recuerdo.
A 31,4105 latitud Norte y 34,3780 longitud Este, donde antiguamente se asentaban los “bawa’ik”, vive una niña llamada Yasmin. Hasta hace muy poco, cerca de allí, se celebraban bodas de hasta una semana con “zaghareed”, danzas “dabke”, desfiles de camellos en el “qiṭār” y reuniones en la “diwan al‑shaqq”. Hasta hace muy poco iba a la escuela Ibn Zaydun con otros niños, donde soñaba con viajar al pueblo de una misionera, Inés, que nació y vivió en Panticosa hasta que decidió entregar su vida por los demás. Ahora, en ese desolado y aterrador trozo de franja, de desierto, solo hay muerte y destrucción. No hay sueños. No hay esperanza. Solo una piedra, junto a su cada vez más delgada mano izquierda, que le hace compañía. Solo una piedra.
