
La vida se antoja como un juego de malabarismo, donde uno ejerce equilibrio ante una floja cuerda que atraviesa un abismo incierto. Ese abismo, llamado incertidumbre, es vacilante y tembloroso. En verdad, nunca sabemos cuánto tiempo el funámbulo que somos permanecerá sobre la cuerda, y cuántas bolas caerán en su recorrido de un lado al otro de la misma. A veces hay situaciones extremas donde el saltimbanqui que somos ejerce presión aguda sobre sus manos. Empiezan las bolas a subir y bajar a altas velocidades y en ocasión, algunas caen. La esperanza, la salud, la economía, el amor, la alegría, incluso a veces se te cae un objeto encima de la cabeza de tu hijo y tardas un tiempo infinito en consolar su llanto.
Imagina equilibrar todas las fuerzas. A veces es imposible y caemos en la depresión, en la enfermedad, en la apatía, en la tristeza, en la duda, en la desesperanza, en la pérdida, en el olvido. Se cae la bola del amor y es difícil recuperarse. Se cae la bola de la salud y podemos perderlo todo. Se cae la bola de la economía y ahí todo resulta desesperante. Y así con tantas y tantas bolas que tenemos que manejar diariamente. Los amigos, la familia, las relaciones, las ganancias, las pérdidas.
A veces pierdes la cabeza o el ánimo o las ganas de todo. Resulta difícil mantener la cabeza en su sitio. Resulta difícil seguir creyendo en ti cuando todos dudan de ti, de tus malabares, de tus acciones. Resulta complejo esperar y no cansarnos de la espera, esperar a que todo se restablezca, esperar a que la vida compense la caída, el equilibrio. Volver a soñar sin que los sueños te dominen, seguir pensando con claridad sin que los pensamientos se vuelvan esclavos. Tratar al triunfo y la derrota como verdaderos impostores, que diría el poeta. ¿Cuántas veces hemos visto destruir aquello por lo que hemos dado la vida? No una ni dos ni tres veces. ¿Cuántas otras veces sucederá, inevitablemente, para hacernos reconectar con el hilo que verdaderamente importa?
Resistir, te dices a ti mismo. Resiste, corazón, con coraje y voluntad. Resisten los nervios y los tendones cuando todo se desmorona, cuando una tras otra caen las bolas e incluso el fino cable que nos sostiene comienza a balancearse sin remedio. Resiste y conserva tu honor, tu virtud, tu dignidad, que es lo único que puede salvarte cuando lo has perdido todo, una y otra vez.
Resiste y ama el equilibrio y el caos, porque si somos almas poderosas e indestructibles, podemos contemplar con indulgencia cada prueba de la vida. Podemos valorar los riesgos y podemos balancear cada jugada volando sobre ella. Podemos incluso prescindir de las bolas, porque, como dijo el poeta constructor Rudyard Kipling en su poema “If”, “Si puedes llenar el implacable minuto, con sesenta segundos de diligente labor, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella”…