El espíritu puro y desinteresado paga sus propias aduanas a esa atadura que mantiene al universo en su curso. Comercia con ideas y sentimientos, eleva el tono hacia los cielos sublimes y siente profundamente la Sed, la Necesidad, la Voz en las entrañas del Tiempo… Ananké, que diría Platón y los antiguos cultos, Necessitas, Necesidad de Absoluto, de espacio sagrado, de Silencio.
La fuerza inevitable del destino es, como se describe en la literatura órfica, una especie de rapsodia, una música suave que dentellea en ese espacio que conservamos entre lo sublime y lo material, entre el ávaro que se deja llevar por la mercancía y el desdichado que de tanto mirar al cielo termina tropezando en su ingenua levedad.
En el éter de los tiempos, más allá de valles y montañas, cuando la noche acalla todo ruido, la tenue luz brilla con intensidad, como una teogonía que engendra aliento y suspiro, como un danzante que desafía el destino para adueñarse de la Vida. Los hombres-globo, como los llamó aquel desdichado poeta… Ser un hombre-globo es ser otra cosa… es ser un suspiro, algo vaporoso, algo que se ensalza porque sus propias partículas buscan espacios remotos, altísimos, elevados. Los seres globo, por ser más modernos, son seres gaseosos. Ya no líquidos, como decía el filósofo polaco, ni siquiera sólidos y rudos, tan anclados a la tierra y sus quehaceres diarios, tan torpemente mancillados por el diario trajín, sin poder decidir nada más que lo que el ruido constante traiga a cada instante, ante la imposibilidad de escapar de aquello que debe ocurrir.
Es difícil describir esa Necesidad, esa Voz, esa Sed. Si me sumerjo en la noche y sus silencios, me aproximo a cierta idea de cómo se tejió todo, a base de susurro, a base de aliento, a base de unidad Viva. No hay más unidad viva que la de la convivencia, decía aquel pausado académico (para qué decir nombres, si el nombre mancilla y empaña siempre cualquier esencia y Verdad). Alguna vez fuimos personas indignas que con el tiempo contemplamos la posibilidad de convertirnos en seres virtuosos. Hominoideos, como aquellos que aparecían en las cartas persas, o como aquellos otros, los homo nocturnus, a los que tanto nos asemejamos, y no esa variedad a la que aún no hemos llegado llamada Sapiens.
La idea es buena, buscar la virtud, la luz. Y para eso antes has de notar dentro de ti, en ti, la Necesidad, la Voz, la Sed. Los pedantes hablan de simbiosis, y los que no sabemos nada, ni recordamos nada, solo se nos ocurre hablar de suspiro. Suspirar profundamente por sentir esa profunda necesidad, y acallar la sed continua con cánticos en las maitines y laudes para luego atravesar el silencio en las vísperas y completas. Así nace la antorcha viva que nos empuja a la vida eterna, a base de esperanza, de fe y de bondad. No hay otro camino ni otro despertar a esa galaxia infinita que no sea siendo hombres y mujeres buenos, sedientos y necesitados de luz, incapaces de escapar a la estructura misma de la necesidad cósmica.
